CULTURA › ELOISA CARTONERA, UNA ATIPICA EDITORIAL AUTOGESTIONADA
La literatura se hace en la calle
Con materiales recolectados por cartoneros y relatos inéditos de autores como Piglia, Aira y Lamborghini, el sello armó una colección de quince libros económicos y artesanales.
Por Angel Berlanga
La idea es muy buena, y con un poco de infraestructura y organización podría ser fabulosa. Libros cartoneros: de eso se trata. A tres pesos cada uno, hechos por recolectores con cartones recogidos en las calles de Buenos Aires. La colección ya tiene quince títulos, y entre algunos autores casi desconocidos o noveles como Silvio Mattoni o Damián Ríos, llaman la atención otros nombres prestigiados, como Ricardo Piglia, César Aira o Leónidas Lamborghini. Nicolás Rosa, en breve. Todos los escritores, afamados o no, cedieron un relato inédito. Desde hace tres meses que la lista de títulos no para de crecer.
La editorial se llama Eloísa Cartonera y fue ideada por Fernanda Laguna, Javier Barilaro y Washington Cucurto. Funciona en No hay cuchillo sin rosas, un local ubicado en Guardia Vieja 4237, donde además de elaborar y vender los libros se ofrece: “Venta de cuadros, exhibiciones, papas al costo, poesía latinoamericana, recitales, presentaciones, cumpleaños, quinces”. La fórmula es más o menos así: cada libro se vende, en el local o en forma itinerante (el trío mentado ofrece ejemplares en diversos eventos y/o lugares) a tres pesos; por cada dos kilos de cartón, en buen estado y preferentemente colorido, se pagan tres pesos; por cada hora de trabajo en la fabricación, que incluye el corte del material, pegado y abrochado de fotocopias y estampado serigrafiado de tapa, se retribuyen tres pesos. Hasta ahora son dos los cartoneros que trabajan, sin horario regular, en el armado. David, uno de ellos, dice que conoció a Laguna en Once, mientras cartoneaba, que le gusta el trabajo y que, hasta ahora, no leyó ninguno de los libros.
“Nosotros pagamos el kilo de cartón a 1,50, cuando en general se paga entre 19 y 60 centavos: la idea es que a ellos les convenga vendernos a nosotros”, dice Cucurto, un escritor acogido últimamente en suplementos literarios, que también tiene sus títulos en la colección. Laguna dice que con el pedido de selección de cartones y el trabajo en el diseño de las tapas los cartoneros hacen su aporte a la elaboración de los libros.
“Aira, por ejemplo, nos mandó el relato”, dice Cucurto por Mil gotas, una novela corta, y agrega: “Y después les pedí a Lamborghini (que escribió Trento) y a Piglia (que cedió un cuento, El pianista). Todos reaccionaron muy bien, porque a ellos les gusta que les publiquen, y es algo novedoso para ellos que los publiquen en cartón. Qué sé yo: Piglia, que publica en todo el mundo, y lo traducen a un montón de idiomas... Está bueno. Y Aira me dijo que era la edición más linda que le habían hecho”.
“Es una especie de experiencia alternativa, de autogestión, muy interesante”, dice Piglia sobre este proyecto. “Tiene que ver con estas nuevas redes que se están creando en la Argentina, y con el modo en que los escritores por sí mismos están encontrando formas de conectarse con estas nuevas situaciones sociales. Más allá de que alguno quiera hacerlo, no se trata de escribir novelas sobre cartoneros, sino de establecer cierto tipo de relación y circulación en otros ámbitos.”
Cucurto subraya que su editorial abre un canal para que, además, autores no muy conocidos muestren lo que hacen, y Laguna destaca que, por los lugares adonde van a vender (fiestas, desfiles, recitales), “las obras llegan a lectores que no están inmersos en el mundo de la literatura”. “La idea es salir a la calle”, dice Laguna, y Cucurto la complementa cuando proyecta lugares de venta en distintos puntos de la ciudad: “Estaría bueno tener puestos en la avenida Corrientes y que los cartoneros, además de armar, también puedan vender ahí”. Los libros de Piglia y Aira, y uno de Fabián Casas, El bosque pulenta, son los más vendidos: 200 ejemplares de cada uno, aproximadamente.
La participación de los cartoneros en esta experiencia no implica un involucramiento enorme: los eventuales vendedores y los dos armadores. Pero si algo demuestra Eloísa Cartonera es cómo con recursos elementalesse pudo poner en marcha un emprendimiento de autogestión que, con mayor organización, podría generar puestos de trabajo para muchos más cartoneros, e incluso mejores pagas por lo que juntan en las calles. Esos desechos transformados en libros: suena como a torcer el destino.