ESPECTáCULOS
“La revolución del tango está pasando en el baile”
La coreógrafa y bailarina Mora Godoy y el director Omar Pacheco, que el próximo viernes reponen en el Teatro Nacional su espectáculo Tanguera, afirman que la renovación en el 2 x 4 pasa por los pies.
Por Silvina Friera
Giselle, la Francesita, apenas balbucea algunas palabras en castellano. Su silueta fina y delicada, estilizada por unos tacos aguja, se recorta sobre la rampa del brumoso puerto de Buenos Aires a principios del siglo XX. Para ella el futuro es una colección añorada de amables postales hogareñas: un matrimonio “feliz”, la casa propia y los hijos. Engañada, al igual que muchas mujeres que llegaban al país con promesas de casamiento o de trabajos que se desplegaban como escaleras para aspirar a “un progreso indefinido”, el “destino” le impondrá un compendio de realidades sombrías: la prostitución forzada en un cabaret –comandado por una astuta Madama–, en donde se convertirá en la mujer más deseada, y una vida diurna en un conventillo por donde desfilan inmigrantes, trabajadores, chicas de barrios, prostitutas, rufianes, cafishios y tratantes de blancas. Después de la exitosa gira por Europa y Asia, el próximo viernes a las 21 regresa al teatro Nacional (Corrientes 960) Tanguera, protagonizada por la primera bailarina Mora Godoy (también responsable de la coreografía) y dirigida por Omar Pacheco. La obra, que cuenta con libro y producción de Diego Romay y la carismática presencia de María Nieves, fue elegida como mejor musical del 2003 en China.
“Más allá de que el país necesitaba reencontrarse consigo mismo y no consumir pasivamente lo que venía de afuera, paradójicamente el tango en los últimos diez años resultaba demasiado reiterativo y estereotipado. Los espectadores encontraron en este musical la originalidad que estaban buscando”, asegura Godoy en la entrevista con Página/12. “Me parece que faltaba un espectáculo de tango con una vuelta de tuerca respecto de lo que se venía haciendo, con un soporte dramático que se alejara de la mera pareja de baile, acompañada por una orquesta y un cantante”, aclara la bailarina y coreógrafa formada en el ballet clásico, el tango tradicional y el moderno. La audacia y la provocación de Tanguera (título homónimo del tango compuesto por Mariano Mores en 1955) no derivan de la historia que se cuenta, porque el personaje de la Francesita (interpretado por Godoy) es la encarnación de Milonguita, esa figura emblemática de las primeras etapas del tango que tematiza la caída de una mujer inocente en el submundo clandestino de los burdeles. Lo vívido de la propuesta surge de cómo se utiliza la multiplicidad de lenguajes –el teatro, la danza y la comedia musical– para narrar de una manera diferente un relato convencional, que pone en escena una tragedia amorosa, alrededor de la cual orbitan el origen y las sucesivas transformaciones del tango.
“Este musical rompe con los conceptos tradicionales que rigen el género”, explica Omar Pacheco. “En lo coreográfico, esta ruptura permite establecer un discurso nuevo respecto del tango–danza. En cuanto a la estética narrativa, tiene una gran dinámica y mucho fotograma. En cada una de las áreas que abordamos hay un riesgo y una ruptura que, lejos de ser aislada y arbitraria, responde a una totalidad. Ahí, en el riesgo que asumimos cada uno, hubo una coincidencia estética que el público ha valorado. Podría haber sido un gran fracaso porque la gente estaba acostumbrada a otra cosa”. Godoy opina que el público se cansa de ver siempre lo mismo. “Si todos los días comés milanesa, llega un momento en que te asqueás y no querés saber nada más con esa comida. Por eso creo que Tanguera tiene los ingredientes justos”. En estos ingredientes, adobados por las canciones que compuso especialmente Eladia Blázquez, confluyen una melancolía congénita que afecta a los personajes –acaso la enfermedad más representativa del alma porteña–, arrebatos pasionales y una sensualidad burbujeante en las parejas que, abrazadas, se lanzan a bailar una danza erótica, preludio de las relaciones sexuales.
“A pesar de ser muy melancólico, el tango cubre un espacio de soledad. Ahora hay muchos pibes rockeros involucrados con el tango. Lo que se da en una milonga, algo que he visto como voyeur por la mirilla, es un espacio de comunicación y vinculación social, cuestión que para mí es novedosa”, señala Pacheco, creador del grupo Teatro Libre, con el que ha montado La trilogía del horror, integrada por las obras Memoria, Cinco puertas y Cautiverio. “En la década del ’60, los jóvenes se distanciaron del tango, fenómeno que coincidió con el surgimiento de Los Beatles. En los últimos años, el tango volvió a recuperar terreno de la mano del trabajo de Tango Argentino y de otras compañías. La revolución de los últimos años sucedió en el baile, que ha alcanzado un nivel técnico y artístico muy elevado, al punto que ha superado al tango-música”, subraya Godoy. El boom de la danza, que se multiplica en centros culturales, estudios particulares, academias y en las calles –cualquier lugar es válido para despuntar el vicio de los ganchos, giros y ochos–, tarde o temprano decantará. “Todos bailan tango y no está mal. Sin embargo, al poco tiempo de tomar las primeras clases muchos improvisados se cuelgan el título de profesor. ¡Hay cien mil academias de tango! Eso, a simple vista, es imposible de mantener”, añade la bailarina.