CULTURA › ADRIAN CAETANO, GERENTE ARTISTICO DEL CANAL CIUDAD ABIERTA, DEL GOBIERNO PORTEÑO
“Quiero una cámara del lado de la gente”
El cineasta de Pizza, birra, faso y Un oso rojo, que sacudió a la televisión local con Tumberos y Disputas, se asume ahora como funcionario y promete una programación de corte testimonial.
Por JuliAn Gorodischer
y Emanuel Respighi
Después de una espera breve, se presenta el “señor funcionario Adrián Caetano”. Al provocador le gusta espiar la mueca de sorpresa que aparece, o el gesto de desconcierto. ¿Justo él incluido en una burocracia? Justo él, que es proclive a patear el tablero, como hizo en sus ficciones televisivas Tumberos o Disputas cuando, promediando la entrega, dijo “basta de realismo” (una secta satánica infiltrada en la historia de presos, o el erotismo hardcore entre Dolores Fonzi y Nacha Guevara para cambiarle el tono a la ficción del burdel light). “Espérenlo hasta mediados de año”, pide Caetano, planificando su cross a la mandíbula desde la pantalla del canal Ciudad Abierta, del gobierno porteño, ahora que es su flamante gerente artístico. ¿Funcionario, yo? “Y sí –dice–, ahora soy un funcionario y quiero salirme de esa cosa tan vertical que prima en la Argentina: cuando hay lío siempre aparece el patrón...”
El cineasta desembarca en una isla poco frecuente de televisión de autor, donde lo precede un continuado de registros urbanos y ciclos breves sobre la vida porteña espiada, aquello que sucede puertas adentro de una Propiedad horizontal (en el programa homónimo) o lo que se dice en una charla privada entre amigos (en La vuelta al perro). Así imaginaron su mundo los directores salientes Mariano Cohn y Gastón Duprat: afines a la era reality, pero sin casting, ni filtros, ni encierro forzoso. Ahora, Caetano –que comparte el mando con el sociólogo Alejandro Montalbán y el poeta Gabriel Reches– anuncia el golpe de timón: “Quiero sumarle la verdad bien dicha, porque para decir mentiras existen los canales de aire”.
–¿Se inicia su etapa testimonial?
–El canal tenía una visión científica en la luz, el encuadre... Yo quiero escuchar, además, voces humanas: este es un país que no se da cuenta de que acá hubo una guerra. Y al que le haría bien escuchar a los ex combatientes de Malvinas: de lo único que se acuerdan es de la figura del presidente borracho, o de los muertos como un montón de boludos. Para fabricar una identidad hay que hacer hincapié en hechos sociales o históricos.
–Pasaría del registro al testimonio...
–Que nuestros jóvenes viejos cuenten hechos históricos importantes: el que estuvo cuando vino el Papa, cuando bombardearon la Plaza de Mayo, en la Plaza de Malvinas. Para darnos cuenta de que “no llegar a fin de mes” o “estar preocupados por la seguridad” no es lo único que tenemos para contar. Yo quiero dar voz a pibes que no son sólo delincuentes sino pibes normales a los que la vida los lleva por ese lado. Si el pibe tiene lo que vos tenés, dejaría de robar.
¿Sería exagerado llamarlo “fundador” de la oleada pseudomarginal que invadió a la TV en 2004? Excursiones a la villa, el penal, el hospital psiquiátrico en la ficción y el docu reality salieron, después de su película Pizza, birra, faso, a redescubrir “lo exótico” a la vuelta de la esquina. Caetano inauguró la era en que el cine argentino se enamoró del pibe chorro, a la que siguió la era en que la tele se obsesionó con los márgenes. Lo acepta... se horroriza... y se distancia después Adrián Caetano de esa paternidad no buscada: “Pero eso no es TV marginal sino tele muy oficial sobre personajes marginales. Se hace porque es más barato salir a filmar pobres que contratar a Dolores Fonzi o Gastón Pauls en una tira. ¡Es el reality de la pobreza!”
–¿Cómo lo diferenciaría del tono de Pizza...?
–Vieron el negocio en Pizza, birra, faso, pero lo único que hicieron es imitar el chicle Cowboy y saturar el stock. La TV necesita nutrirse de Caetano o de Damián Szifrón, pero no hay una lealtad: todo se vuelve cada vez más efímero.
Lo suyo, en cualquier caso, es la cruzada por la diferenciación porque, claro, él mismo se detuvo a contar en sus ficciones la cárcel y elprostíbulo, y antes radiografió (en el cine) a los pibes chorros de Pizza... pero detestaría homologarse a los cronistas del montón. “La tele se está regodeando en la marginalidad –dice–, está contentísima con que los pibes aspiren poxirrán en la esquina. Yo quiero gente que actúe sobre la realidad, no que la registre. Quiero que una cámara se ponga del lado de la gente, con hincapié en lo humano, que no maquille el cadáver para obtener sólo imágenes morbosas”, dice Caetano.
–¿Televisar pero no domesticar?
–La tele filma a los chorros, y lo único que logra es que salgan a afanar más para aparecer. Yo no voy a ir a una villa a filmar “la villa”. El que quiera conocerla, que se tome un bondi y que vaya. Mi interés es hablar de la gente, más allá de su condición social, más allá de si terminó el secundario o no. Se opina mucho en una marcha de Blumberg, les ponen un micrófono y la gente contesta sobre lo que piensa de los ladrones. Pero eso y la nada es lo mismo.
–¿Y cómo daría voz de otro modo?
–Contando proyectos de gente que se ha juntado para realizar algo importante para demostrar que las cosas se hacen mejor de a más de uno. A mí me gustaría que tengan un espacio grupos como las Madres de Plaza de Mayo o gente que haya sido chupada en la época de los milicos. Pero quiero una imagen cruda, no de espaldas o a contraluz. No quiero velarlos.
–¿Quiere salirse de la lógica de la TV privada?
–La TV de aire es expeditiva: salís, te hacés famoso y al otro día no sos nadie. Es cíclica, repetitiva y nunca se propone un cambio interno. La tele en manos privadas no asegura nada más que negocios privados. Vivimos en tiempos en que los programas de concursos hacen preguntas estúpidas. La media cultural de la TV entretiene, pero no suma, baja discursos procesados, escupidos, y ya está. Es que si yo hago un programa con una media cultural muy alta, no puedo anunciar jabón en polvo.