CULTURA › ENTREVISTA CON EL ESCRITOR PERUANO ALFREDO
BRYCE ECHENIQUE, QUE PASO UNOS DIAS EN BUENOS AIRES
“La novela es acto de rebeldía contra el destino”
El escritor peruano vino invitado por el Centro Cultural de España. Dentro de poco verá la luz su segundo tomo de “antimemorias”, llamado Permiso para sentir, en el que relata cómo fue su triste regreso al Perú, cuando todavía gobernaba Fujimori, y fue perseguido y secuestrado.
Por Silvina Friera
Alfredo Bryce Echenique es un iluso activo que anda por la vida “ligero de equipaje”, pero “pesado de ilusiones”, según lo confesó en sus antimemorias, Permiso para vivir. Quizá sea el único narrador latinoamericano que sabe cómo tomarse el pelo a sí mismo para atemperar la crudeza de la vida o para iluminar el lado absurdo y cómico de lo dramático. En su universo literario, la risa no surge de la burla destinada a herir al otro, sino de la ironía teñida por la melancolía. El escritor peruano estuvo en Buenos Aires, invitado por el Centro Cultural de España (Cceba), para inaugurar el ciclo Autor de autores, en el que se encontró con otros escritores que lo admiran, como Pedro Zarraluki, Alonso Cueto Caballero, Arturo Fontaine, Ignacio Martínez de Pisón y Abelardo Sánchez León. Bryce Echenique terminó de escribir el segundo volumen de sus memorias, Permiso para sentir, en las que incluyó los pormenores de su regreso a Perú –después de haber vivido 34 años en distintas partes de Europa– agrupados bajo el título Qué te diche la patria. Dice que se propuso restarles dramatismo a los inconvenientes que tuvo al volver a Lima. “Necesitaba rebajar un poco la rabia, la tristeza, el fracaso; fue como decir ‘déjenme sentir, por favor’, aunque no les gusten, son sólo sentimientos”, señala Bryce Echenique en la entrevista con Página/12.
–¿Fue muy dramático su regreso a Perú?
–Sí, fue muy difícil y estuvo marcado por el dolor, por la muerte, por la violencia de la dictadura atroz de Fujimori que estaba a punto de desmoronarse. Esa dictadura fue un circo que embruteció y estupidizó a la población, con una televisión canalla que apelaba siempre a los más bajos instintos, al “todos contra todos”. Raptaron a la hija de uno de mis grandes amigos que me estaba haciendo mi casita, entonces me quedé un poco tirado y sin casita. Yo había rechazado “La Orden del Sol” que Fujimori había intentado darme y consideraron que, en vista de que volvía a vivir en mi país, una advertencia no me vendría mal. Me raptaron a mí y me dieron una paliza en nombre del régimen para que nunca fuera a hablar. La niña fue recuperada después de pagar un rescate de muchos millones y pude habitar mi casita. Todo esto me afectó mucho y me hizo desconfiar hasta de mi familia. Fue una llegada muy triste, me fui aislando, encerrando y me dediqué a mirar el espectáculo de podredumbre moral del país.
–¿Considera que el tipo de humor que usted maneja se parece al de Woody Allen, especialmente por la manera en que se ríe ante todo de sí mismo?
–Sí, es un humor irónico y la ironía ya implica una cierta reflexión, es la calidad que empieza por casa: primero hay que reírse de uno mismo. No es un humor que busque el escarnio o la burla como en Quevedo, que se reía del cojo, del manco, del que se golpeaba, del diferente, y tampoco pretende ser sublime. Mi humor es casero, es de andar por casa, es irónico y tierno, está más relacionado con el humor cervantino, porque el reírse de uno mismo implica una observación, una reflexión que se te aloja en el cuerpo y en la sombra del cuerpo, está en ambos lados y ve; ése es el humor que a mí me interesa y pienso que ese tipo de humor es muy judío, pero ya estaba en Cervantes. Ni Paris ni Odiseo tuvieron problemas con la dentadura, pero a Don Quijote le duelen las muelas y le dice a Sancho que “un diente es más importante que un diamante”. Eso de rebajar a los héroes a su justa medida es lo que caracteriza la ironía cervantina.
–Hay libros protagonizados por chicos o adolescentes, en su caso Un mundo para Julius, que suelen fundar un modo original de ver el mundo. ¿Qué encontró usted en Julius?
–La mirada de un niño es demoledora, primigenia e incorrupta, porque no está comprada todavía por la vida, es de una espontaneidad y una sinceridad abrumadora. Los ojos de Julius molestan y perturban porque es un chico que sabe.
–¿La mirada de un escritor es tan molesta como la de un niño?
–Sí, porque en general el escritor escribe por una insatisfacción hacia el mundo que lo rodea, es el gran rebelde como dijo Camus, un novelista que yo adoro, un hombre desgarrado y marginal que no tenía convicciones rotundas como Sartre, porque Camus era el hombre que dudaba. Una vez dijo: “Creo en la justicia, pero si la justicia se mete con mi madre, no creo tanto en la justicia”. En El hombre rebelde se pregunta qué es la novela y por qué se escriben novelas. En el diccionario se define a la novela como mentira escrita en prosa. ¿Por qué escribimos mentiras en prosa? Camus decía que la novela es un acto de rebeldía contra el destino humano absurdo, venimos de la nada y hacia la nada vamos, y nunca sabemos cuándo se ha cumplido nuestro destino. Mientras que en la novela, el personaje desemboca, sabemos dónde acaba. Los grandes héroes de la novela clásica son personajes con principio y con fin, y el lector lee para exorcizar y rebelarse contra Dios, es un deicidio en cierta forma, como dice Vargas Llosa, porque no nos contentamos con nuestra calidad absurda de seres humanos. Y ésta es la razón por la cual todos escribimos novelas, que son como el alma de la época.
–¿Por qué usted no formó parte del boom de la literatura latinoamericana?
–Yo me he sentido siempre muy marginal de todo, soy lo que se llama un escritor de frontera, como Proust, que se mueve entre un mundo judío y católico. Siempre he estado, como dicen los franceses, “entre dos sillas con el culo en el suelo” (risas). Yo era muy incómodo, no me dejaba incluir o clasificar fácilmente.
–¿Qué es lo que incomodaba de su literatura?
–El humor, porque la literatura del boom era muy seria, muy grave. Cortázar, que es como mi hermano mayor, escribió que cuando un latinoamericano se hacía escritor se volvía serio. No había ni una gota de humor en Carpentier, en Asturias, en Rulfo, en Vargas Llosa. Además, consideraban que el humor podía ser reaccionario porque al reírse no se veía bien la realidad. Fijate la gravedad de los títulos de los escritores del boom: Cien años de soledad, El otoño del patriarca, El siglo de las luces... ¡qué aburridos! Tito Monterroso, que fue un maestro de la ironía, participó del proyecto que armaron los escritores del boom para hacer varias novelas sobre cada uno de los dictadores, pero Monterroso, mientras investigaba, descubrió que la mamá del dictador guatemalteco era alcohólica y el papá le pegaba, y me acuerdo de que Tito me dijo que prefería no escribir sobre el dictador porque le estaba entrando una ternura por el personaje...
Bryce Echenique recuerda una anécdota de su infancia que lo marcó en la vida y en la literatura. Cuando era niño, cuenta que su mamá lo mandaba a un colegio que quedaba al frente de su casa, que era sólo para mujeres, y al que iba con su hermana mayor. “El castigo fue enviarme con las chicas de quinto, ¿te puedes imaginar con tres años de edad en una clase de sesenta niñas que me acariciaban? El deslumbramiento por lo femenino y mis nervios por estar solo entre tantas mujeres, ir al colegio a la fuerza, sin uniforme, me provocó una colitis ahí en el suelo, delante de todos, y mi hermana me delató en casa”, explica el escritor. Muchos críticos han señalado que la escritura de Bryce Echenique tiene rasgos femeninos, no sólo por el tratamiento que hace de las mujeres, sino por la feminidad que presentan la mayoría de los personajes masculinos. “Yo siempre he tenido una gran sensibilidad para ponerme en el polo opuesto, en donde siempre la víctima y el verdugo, por decirlo de alguna forma, merecen la misma atención y afecto por parte del novelista, porque los dos dejan una huella profunda en la sociedad; están igualmente bien tratados en mis novelas todos: el más detestable y el más maravilloso de los personajes, el hombre y la mujer también.”
“En una sociedad muy machista como la peruana, yo he sido poco machista, no lo soporté y sufría pavorosamente cuando a una mujer le decían puta. No soporté el machismo, pero no por una conquista intelectual, una vez más mi carácter era así, mi marginalidad también implicaba no poder integrarme en el mundo de los machos”, subraya Bryce Echenique.
–¿Sigue siendo tan machista la sociedad peruana?
–Sí, aunque ahora hay muchas mujeres en la política, en los negocios. Siempre la mujer peruana ha estado muy activa en la sociedad. En el mundo indígena son las mujeres las que han hecho las grandes rebeliones campesinas contra el poder establecido, sea el poder español colonial o el republicano actual; las mujeres siempre han tirado la primera piedra. La mujer peruana es valiente y luchadora, pero la legislación no siempre las protege, y todavía se sienten muy discriminadas en el trabajo y en el hogar.