CULTURA › UN DEBATE SOBRE EL BOOM MEDIATICO DE LA DIVULGACION HISTORICA
Cuando la Historia se vuelve un espectáculo
Best sellers, documentales, micros de radio y fascículos en diarios reviven la historia (y la convierten en negocio).
Por Julián Gorodischer
La historia se vende envasada al mejor postor: hay opciones para teleadictos militantes que aumentaron, en mayo, un 67 por ciento la audiencia del History Channel. O para recién iniciados que agotaron cuatro ediciones de Los mitos de la historia argentina 2 de Felipe Pigna; para radioescuchas de Pergolini que ahora reciben al propio Pigna entretejiendo pasado y presente para explicar la crisis en la radio Rock and Pop. Mientras el lector de diarios (entre ellos, Página/12) recibe fascículos de historia entre sus páginas, televidentes prefieren ver el documental sobre Napoleón (con diez puntos de rating, en Canal 9) a la tira Doble vida, de altísima carga erótica. La ficción se enamora del boom: los hermanos Borensztein preparan un unitario sobre San Martín; Pergolini ultima detalles de su Algo habrán hecho (por Canal 13, desde septiembre), que será un ciclo de reconstrucción histórica del tipo máquina del tiempo con escenas de Cabildo Abierto y ciudad colonial. El debate que llega ubica bandos enfrentados: nunca como ahora tan opuestos el divulgador y el ilustrado. Nunca tan aguerrido el combate entre mediáticos y cultos.
El lenguaje divulgado conecta con el presente, empeñado en explicar la crisis según tradiciones negativas. Lo que nos pasa, afirma el historiador masivo, tiene un antecedente allá lejos y hace tiempo. El tono es siempre como de charla informal (entre Pigna y Pergolini, entre Ema Cibotti y Mario Portugal). Se revisitan personajes como Napoleón, Hitler y San Martín para perfilarlos como en una ficción, opuestos a la ética del viejo manual: el “cuentito” personaliza, subraya lo privado y prefiere el costado humano a la teoría. Historiadores y sociólogos consultados por Página/12 miran lo que los rodea y coinciden: la crisis de 2001 cambió la dirección de la mirada hacia atrás; fue de las pocas zonas seguras para aferrarse a los restos de una identidad. Están los que protestan por adecuar la trama del pasado a la ley de la actualidad, y los que afirman que los medios, siempre, simplifican hasta distorsionar. Entre los más escépticos, el sociólogo Horacio González cuestiona la legitimidad del boom. “Lo veo como un fenómeno desalentador: es un desmantelamiento de la espesura del lenguaje con la que debe manejarse el historiador.”
Hubo antes otro proceso de divulgación histórica de masas en los años ‘70 –desde el Centro Editor de América Latina y la revista Todo es historia (fundada por Félix Luna)–, que se asoció a un furor letrado por textos ágiles alejados del manual escolar. Pero en 2004 (con la escalada del History Channel entre los más vistos del cable y las apariciones de Pigna en radio y TV) se exaspera la vía audiovisual. Pero en la TV o la prosa escrita, todo best seller (desde los mitos de Pigna a los vicios públicos relevados por Jorge Lanata, o las reflexiones radiales de Cibotti) deberá hablar del hoy a través del pasado, sin demasiadas coincidencias. “Yo no aplico las leyes de la actualidad a la historia; jamás diría la imbecilidad de que Juárez Celman es Menem: la historia no justifica, explica lo que pasa. Nunca caigo en la tentación de afirmar: es lo mismo”, asegura Pigna.
Ema Cibotti, historiadora de masas (los domingos por la tarde, en Radio Del Plata), revela la trastienda de la adaptación radial. “Narro un hecho que tenga que ver con algo que está sucediendo ahora –dice–, como el tema de los Tedéum y el 25 de mayo, y de cómo esa celebración fue desde siempre una decisión política.” La clave para adecuar el pasado a la actualidad –alega– es “no invocarlo como una consolación. No caer en una visión utilitaria que sólo logre la parálisis. Si no, pasa como con la estatua de sal: se da vuelta la cabeza y uno queda fijado para siempre”. “Lo que aparece es la ideología del formato televisivo –protesta Horacio González– que fragmenta y moraliza. No conduce a un umbral superior de investigación o reflexión, sino a un programa de TV o de radio en el que la historia queda despojada de sus cimientos dramáticos, sin nervadura ni espesura.”
–¿Qué reglas imponen los medios a la historia?
Ema Cibotti: –Que sea una narración nutrida de la historia de lo concreto con mucha descripción y sin síntesis. Y fundamentalmente que no se cierre nada: que el dilema quede abierto para que cada uno saque conclusiones sin juicios de valor del historiador, a excepción de cuestiones lesivas como la dictadura militar.
–Tenemos que escribir de modo diferente al que se dedica a la investigación –agrega la historiadora Aurora Ravina, autora de los fascículos históricos que publica Página/12–. Aquí no hay aparato erudito, ni notas al pie de página, y el autor se convierte en autoridad de lo que dice sin poner ninguna referencia.
–¿Y cómo operan sobre la historia las leyes del presente?
Alejandro Kaufman (filósofo): –La industria del espectáculo exige una representación en términos de actualidad: ver el pasado como a través de una máquina del tiempo. Esto no incrementa o profundiza el sentido. Las categorías del presente se aplican al pasado y se genera un público no reflexivo, atento a estímulos espectaculares.
–No avalo un chismerío general –sigue José Vazeilles, titular en la carrera de Historia (UBA)–. Hay una línea delgada que separa la dimensión humana del prócer del puro sensacionalismo aplicado a la venta.
–¿No es ya casi una fórmula de marketing explicar la crisis de 2001 apelando a la determinación del pasado remoto?
E. C.: –Esa visión tan utilitaria del pasado, como reflejo del presente, da tranquilidad y funciona bien cuando hay una sociedad que quiere consolarse. Pero también logra la parálisis. Si todo se repite, no tengo responsabilidad y genero un relato reactivo al cambio. El pasado, en verdad, nunca debería justificar al presente.