EL PAíS › LA RECOMPOSICION SALARIAL Y LA BATALLA CON DUHALDE
Al límite
Bastó que el Indec confirmara que la inflación se adormecía para que Kirchner convocara al Consejo del Salario, zanjando el debate con Lavagna sobre populismo, en un país con menos pobreza y más desigualdad y un esquema tributario más progresivo pero frágil. Quedan cinco semanas para la decisión que Kirchner debe tomar sobre la provincia de Buenos Aires: aceptar una rendición discreta de Duhalde o batirlo en las urnas con el Frente para la Victoria.
Por Horacio Verbitsky
En cuanto el Indec confirmó que el índice de precios al consumidor de mayo no pasaría del 0,5 por ciento, igual que en abril, Néstor Kirchner comentó: “Estamos siempre jugando al límite. No vamos a abandonar el objetivo de recomponer los ingresos populares”. Pocas horas después Carlos Tomada y Roberto Lavagna marcharon a la sala de prensa para anunciar la convocatoria al Consejo del Salario, una manera de saldar las polémicas presidenciales con el ministro de Economía sobre populismo y salarios. Calibrar porcentajes y momentos obliga a jugar al límite: ni tanto ni tan rápido como para despertar a los demonios inflacionarios ávidos por devorar cualquier aumento, ni tan poco ni tan lento como para convalidar los actuales indicadores de pobreza e indigencia. Con el mismo propósito, Kirchner decidió la incorporación a la planta permanente del Estado de casi diez mil trabajadores contratados, que además de su salario tendrán entonces vacaciones, obra social y jubilación. También instruyó al ministro de Educación Daniel Filmus para elaborar de común acuerdo con los gremios docentes un proyecto de ley de financiamiento educativo. De este modo dio por comenzada la segunda mitad de su mandato que, en octubre someterá a la prueba de las urnas.
Hace un año Kirchner controlaba dos veces por día las planillas del balance energético, luego de la sorpresa de los cortes, que no estaba en los planes de nadie. Después usó el mismo método para el seguimiento del canje de títulos de la deuda pública y las reservas resultantes de la compra de dólares por los bancos públicos: al atardecer Luis Corsiglia y Martín Redrado debían informarle telefónicamente del cierre de cada día. Ahora se interesa por las líneas de pobreza, indigencia y desempleo y por la distribución del ingreso. Sabe que su gobierno será juzgado según se resuelva esa ecuación. Este método es tan revelador del compromiso personal que asume como de las falencias de los respectivos mecanismos institucionales y la fragilidad del hielo que pisa.
Comparaciones
Las mediciones de ingresos por deciles de población no son tranquilizadoras. Los porcentajes de personas por debajo de las respectivas líneas de pobreza y de indigencia se han reducido en forma sostenida desde que Kirchner asumió la presidencia, pero las distancias entre quienes más y menos perciben no siguieron el mismo recorrido. Como en el Chile de la Concertación o en la Sudáfrica post apartheid, disminuye la pobreza pero aumenta la desigualdad. Además, el empleo ha dejado de ser un reparo contra la pobreza. Si bien las mediciones no son estrictamente congruentes, de hecho hay tres veces más de pobres que de desocupados. La experiencia de las últimas décadas (cualquiera sea el gobierno) indica que las caídas de ingresos populares son bruscas, resultado de catástrofes económicas como la salida de la tablita de 1981-82, la hiperinflación de 1989-90 o el corralito y la devaluación de 2001-2002, que a su vez allanan el camino para drásticos procesos de reingeniería social. Después de cada crisis sólo una porción de esas pérdidas fueron recuperadas. En pocos países se han hecho experimentos tan audaces sobre seres vivos.
De forma extraoficial, algunos técnicos del Indec han acercado al Poder Ejecutivo algunos cálculos comparativos. Si la pobreza se midiera en la Argentina con el mismo método que en Brasil, no abarcaría a más del 16 por ciento de la población. O, a la inversa, si en Brasil las mediciones se hicieran con la norma argentina, el 80 por ciento de sus habitantes serían pobres, sostienen esos estudios. Tan odiosas comparaciones no sirven sin embargo de consuelo frente a una realidad social que contrasta con la que el país conoció en un pasado no tan distante y el gobierno no ignora que es precisa una mejoría más pronunciada. No es previsible que sin un deliberado y profundo cambio de política esta maldición global se revierta ni es evidente que existan las fuerzas sociales organizadas capaces de sustentar semejante transferencia de ingresos de unos sectores a otros sin serias convulsiones sociales y políticas, en un país cuya burguesía mandó matar decenas de miles de personas por algunos puntos del PIB y cuyos sindicatos reconocidos no libran ninguna pelea con más entusiasmo que para quitarse afiliados de un gremio a otro.
Frente a esas constataciones, el gobierno confía en que la continuidad del acentuado crecimiento macroeconómico, la intención de privilegiar la industria, el mantenimiento de la estructura tributaria vigente y la constante vigilia presidencial sobre el tipo de cambio y los salarios vayan modificando el panorama y obrando en una dirección redistributiva. En el mismo sentido debería operar la baja de subsidios del Plan Jefes y Jefas de Hogares, y su reemplazo por empleo genuino, que se está produciendo a un ritmo de quinientos casos por día. Si bien la informalidad sigue siendo muy alta, la proporción se invierte en los empleos nuevos que está creando la economía. La tendencia es clara pero el ritmo de avance obliga a pensar en plazos largos.
Tercios
Entre las críticas que el gobierno ha cosechado en los balances de sus dos años de gestión figura la falta de impulso a una reforma tributaria sobre cuya necesidad hay consenso desde hace años. En su defensa, el Poder Ejecutivo menciona la imposibilidad de asumir mermas abruptas en la recaudación fiscal, como ocurrió con la bien intencionada reforma de hace tres décadas, y señala que en Japón se anunció un nuevo esquema impositivo con diez años de antelación a su entrada en vigencia. Nada de ello dispensa del esfuerzo por planificar esos cambios de mediano y largo plazo que, además, podrían formar parte de una serie de políticas de consenso con distintas fuerzas de la oposición, que levantaran el nivel ramplón del debate político actual. Los funcionarios oficiales señalan que durante los gobiernos de Menem-Cavallo-De la Rúa, más de dos tercios de los ingresos provenían de impuestos al consumo, como el IVA e internos (que en algunos momentos representaron hasta el 80 por ciento), y menos de un tercio de impuestos directos, como ganancias. Esa proporción se ha invertido ahora, en que sólo un tercio de los ingresos fiscales se deben a los poco equitativos impuestos sobre el consumo. La mayor actividad y la mejora en la fiscalización explican que ganancias brinde ahora casi un tercio de la recaudación, mientras las retenciones a las ventas del comercio exterior representan más de un tercio. Dado el aumento del volumen y del precio de las exportaciones, este último impuesto ha crecido en importancia y las ventajas comparativas de la Argentina relativizan su alegado carácter distorsivo. Nada más razonable que detraer por esta vía una parte de las ganancias extraordinarias de quienes producen con costos en pesos pero colocan su producción en dólares o euros.
Los impuestos al consumo han perdido peso relativo en el total de la recaudación pero sus alícuotas siguen siendo excesivas. Es comprensible que en plena renegociación de la deuda pública en mora, sin un acuerdo todavía con el Fondo Monetario Internacional y sometido a la presión de los juicios de las empresas privatizadas ante el Ciadi, el gobierno haya preferido mantener este esquema, de recaudación fácil y efecto redistributivo. Pero no puede confiarse en que las condiciones internacionales que lo han hecho posible vayan a mantenerse en forma indefinida. Cualquier reducción en la demanda de granos del mercado chino, un aumento en la producción de los mayores competidores de la producción local (Estados Unidos, Brasil y Canadá) pueden en cualquier momento disminuir el volumen colocado y los precios percibidos y, con ellos, la parte de la AFIP. Cuando tarde o temprano alguno de esos factores se presente, será más difícil que en este momento de bonanza plantear la reforma tributaria pendiente. Por razones distintas ni el gobierno ni la oposición han mostrado mayor interés por discutir estas cuestiones. En sus constantes apariciones públicas ante auditorios populares de todo el país, Kirchner recoge con su discurso de frases simples niveles muy altos de adhesión, que espera capitalizar en los comicios de octubre.
La oposición no ha encontrado hasta ahora un discurso efectivo para neutralizarlo. Desde el centro hacia la derecha carga con las consecuencias de las políticas aplicadas en la década anterior, de las cuales no le resulta fácil desligarse. Paradigma del capitalismo prebendario que vivió su época dorada bajo la dictadura y el menemismo, Maurizio Macri sólo puede confiar en su asociación con la camiseta de Boca. Ni eso puede mostrar Ricardo López Murphy, quien fue economista jefe de FIEL en aquellos años y ministro de De la Rúa luego. Desde el centro hacia la izquierda, Elisa Carrió repite el discurso institucional y moralista que fue efectivo frente a Menem pero que es difícil de argumentar frente a un gobierno que si bien no ha mostrado entusiasmo por las instancias de control administrativo tampoco ha sido sorprendido en prácticas corruptas sistemáticas y en gran escala. Su comparación de Kirchner con Hitler y Mussolini demuestra que también en el partido de Alvear y Alfonsín es posible quedarse en el ‘45.
Plebiscitos
Kirchner ha planteado las próximas elecciones como un plebiscito sobre su gestión, lo cual no es más que un recurso proselitista. La idea plebiscitaria, por la que se vota a favor o en contra de una propuesta o de un gobierno, alude a los contornos borrosos que hasta ahora tiene la oposición o, más bien, las varias oposiciones que, diferentes en distintos lugares del país, no han logrado constituir una alternativa nacional unificada. También en este terreno, el gobierno juega al límite e incluso incurre en extravagantes figuras difíciles de comprender fuera de la especial lógica argentina. Ningún recién llegado al país podría imaginar viendo el acto del 25 de mayo en Santiago del Estero, que la apuesta electoral del gobierno nacional hubiera sido hace pocos meses el Partido Justicialista. Kirchner apoyó sin entusiasmo a José Figueroa y celebró sin disimulo su derrota, que disminuyó la sensación de encierro dentro de los sofocantes límites de un partido podrido hasta la raíz, del que desea escapar pero sin poner en riesgo la estabilidad de su gobierno. Ahora, en ésa y en otras provincias, ambiciona mejorar su representación nacional con candidatos electos en más de una lista. Luego de la hecatombe de 2002, la política argentina se compone de rupturas y continuidades en partes variables según el momento y el lugar.
La reconstrucción de la pulverizada autoridad presidencial atravesará la prueba decisiva en la provincia de Buenos Aires, que concentra el 40 por ciento del padrón nacional. Allí Kirchner se propone batir al ex senador Eduardo Duhalde, y todavía no ha decidido si lo hará por dentro o por fuera del PJ, decisión para la cual le quedan algunos días. Este complicado minué se viene desplegando desde hace un año, cuando el presidente dijo en un reportaje que no le debía nada a Duhalde. En aquel momento, Kirchner aspiraba a designar el 60 por ciento de los candidatos a diputados nacionales por la provincia de Buenos Aires y al poder de veto sobre los nombres que Duhalde nominara en el 40 por ciento restante. Seis meses después, Kirchner había subido su apuesta: aspiraba a manejar toda la lista nacional y estaba dispuesto a dejar en manos de Duhalde la de candidatos provinciales. La semana pasada se proponía designar a un tercio de los legisladores bonaerenses, además de la totalidad de los candidatos nacionales. Este fin de semana, luego de leer la declaración de Hilda González de Duhalde en defensa de la nueva alianza de la derecha, medita en Santa Cruz si no ha llegado el momento de escuchar el consejo de su esposa.
Cristina Fernández de Kirchner prefiere enfrentar al duhaldismo desde las listas del Frente para la Victoria. La relación de fuerzas entre el presidente y el ex Senador se ha desequilibrado tanto que Kirch-ner no necesitó más que un cuatro de copas para perforar el aparato duhaldista bonaerense. El 40 por ciento de los congresales elegidos por el pulgar de Duhalde asistieron al Congreso autoconvocado por el kirchnerismo, que presidieron Alberto Balestrini y Carlos Kunkel, lo cual implicó arrojar arena en los engranajes del aparato. Esta semana Kirchner describió la situación con una metáfora trasandina: no se sentará a negociar nada con Duhalde y está esperando un gesto como el de Soledad Alvear, la precandidata presidencial demócrata cristiana chilena que decidió retirarse y apoyar a la socialista Michelle Bachelet. La comparación es pertinente. Luego de tres presidencias democristianas, le tocó el turno al socialista Ricardo Lagos, cuya gestión presidencial ha concitado tanta adhesión como la de Kirchner en la Argentina y lo ha convertido en el gran elector, ante el desconcierto de la Democracia Cristiana, cuya hegemonía es tan del pasado como la del duhaldismo en la Argentina. Barcelona, la más seria publicación especializada en temas políticos, económicos y sociales del país, publicó dos veces en la misma página una foto en la que confraternizan Antonio Cafiero, Duhalde, Carlos Rückauf y Felipe Solo y la tituló La Vieja y la Nueva Política.
Individualidades
Las chances son menos nítidas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Santa Fe, los otros distritos principales. En ambos casos la mayor incógnita es el desempeño del ARI. La reivindicación de la individualidad partidaria, en la tradición de Ricardo Balbín, más la opción por un estilo de confrontación frontal, pueden erigir a Carrió en la figura descollante de cualquier oposición futura al kirchnerismo, como ella supone, o empujarla a un temprano ocaso, según las previsiones del gobierno. Hay y habrá encuestas para todos los gustos y nada será irreversible hasta que se cuenten los votos. En cualquier caso, el futuro de Carrió se juega en la ciudad porteña, dada la escasa implantación del ARI en el resto del país, con la llamativa excepción fueguina. Su apuesta es tan fuerte como la de Macri, quien intenta compensar con la fracción de la UCR que sigue a López Murphy la deserción del sector peronista de Jorge Argüello (apoyado por Duhalde y Felipe Solo), que el año pasado lo sostuvo en su confrontación con Aníbal Ibarra. En Santa Fe, Carrió obtuvo hace dos años los votos justos para que Hermes Binner perdiera la gobernación frente a Jorge Obeid. Los socialistas temen que lo mismo ocurra ahora con las listas de diputados. Kirchner aspira a que encabecen sus respectivas listas los hermanos Rafael y María Eugenia Bielsa, cuya ostensible característica común es que no son peronistas.
Una palabra final para Ibarra y para el ex gobernador santafesino Carlos Reutemann. Sus respectivos mandatos fueron cruzados por espantosas catástrofes. Pero el fuego devoró el futuro de Ibarra y el agua no se llevó el de Reutemann, cuyos índices de aprobación siguen siendo asombrosamente altos. Los santafesinos explican la diferencia: mientras uno se escondió y recurrió a argumentos leguleyos para salvar su responsabilidad personal en vez de preocuparse por las víctimas, el otro puso los pies y el cuerpo en el barro, incluso para recibir las agresiones e insultos con que los más desesperados se desahogaron. Es posible que sea injusto, porque la responsabilidad de Reutemann en la inundación no es menor que la de Ibarra en el incendio. Lo que no tiene es remedio.