ESPECTáCULOS › EL CLUB DEL DISCO, UNA EXPERIENCIA ORIGINAL
Un puente directo entre los artistas y el público
El emprendimiento impulsado por Santiago Vázquez, Sami Abadi y Rodrigo Sáinz funciona como una suerte de cooperativa de trabajo, que busca atraer “a músicos que hacen exactamente lo que quieren sin atarse al marketing”.
Por Cristian Vitale
Que en el mercado del disco –como en todos los mercados– gobierna el caos es un hecho incontrastable. Que un abismo separa ciertas obras independientes del público, también. Y que las grandes compañías del sector conservan la vieja costumbre de apostar a la cantidad por sobre la calidad es otro dato de la realidad. Por tanto, un emprendimiento como el Club del Disco –impulsado por Santiago Vázquez, Sami Abadi, Rodrigo Sáinz y unos 200 socios fundadores– amerita trascender. Se trata de una especie de cooperativa de trabajo que intenta establecer un puente directo entre artista y oyente a través de un mecanismo fácil y dinámico: cada socio recibirá mensualmente una revistita con información sobre “el disco del mes” (obra “maravillosa y rara” elegida por los integrantes del club), el disco del mes mismo –con opción a compra– y un catálogo de discos no comerciales para elegir sin que medie bombardeo publicitario alguno. “Seleccionamos un artista que sea independiente en términos económicos y, algo más importante aún, artísticos. Músicos que hacen exactamente lo que quieren sin atarse al marketing musical”, explica el percusionista Vázquez. El Club (www.clubdeldisco.com) busca facilitar la elección de ciertas obras ante la desordenada oferta musical que circula masivamente. A simple ojo, no es el bajo costo de los discos lo que prima como interés (la mayoría duele entre 20 y 21 pesos) sino el hecho de reforzar, de hacer más nítido y personalizado el vínculo entre compositor y público. “Buscamos compartir una alegría relacionada con el disfrute, la calidad artística, la filosofía de hacer bien las cosas y la posibilidad de encontrarse, sin que medien necesidades tecnológicas”, opina Abadi.
El primer encuentro face to face entre artistas y socios se produjo durante la cena lanzamiento del Club, en un boliche de Palermo. En un break entre plato y plato, Abadi y Vázquez propusieron apagar la luz y encender velas para escuchar en silencio tres composiciones de la primera obra seleccionada como disco del mes, que llegará a los suscriptores en junio. Se trata La Segunda, un disco de tangos antiguos con sonido de cámara grabado por el grupo Será una Noche (Lidia Borda, Santiago Vázquez, Marcelo Moguilevsky, Edgardo Cardozo, Martín Iannaccone y Gabriel Rivano) y editado originalmente en Japón, Estados Unidos, Europa y Australia por un sello japonés. Luego de la escucha colectiva –algo exótica, por cierto–, cada músico se tomó el tiempo de explicar detalles sobre la grabación. Por ejemplo, Moguilevsky –encargado de los vientos– hizo hincapié en el lugar donde fue grabado: el Monasterio San José de Gándara. “Tuvimos que grabar a la noche y dormir de día; la vivencia fue como un flash para todos, porque fue como convivir en el campo con las vacas, el queso y las viejas del monasterio. Como experiencia fue impregnante, una experiencia religiosa”, contó. En efecto, La Segunda fue grabado en el monasterio ubicado en las afueras de Buenos Aires por pedido expreso del productor estadounidense Todd Garfinkle. La necesidad era encontrar un ámbito con reverberancia natural para grabar a dos micrófonos y en directo. “Se precisaba un lugar de dimensiones enormes y al mismo tiempo que esté lejos de cualquier ruido y la verdad es que no conozco muchas iglesias que estén en la mitad de la nada y que sean grandes –dijo Vázquez sobre la cocina de la grabación–. Faltaban 15 días para que viniera Todd y todavía no teníamos lugar; fui a 20 iglesias y ninguna cuajaba, porque los monjes tenían que rezar cada dos horas, o porque estaba en la mitad de un pueblo que era silencioso, pero a tal hora venían los pibes a correr picadas en moto y se pudría todo. Y así, hasta que llegué a Gándara.”
Lo anecdótico liga con la preocupación básica de los impulsores del club, centrada en presentar cada obra de la manera más acabada y completa posible, algo que los canales standards de distribución y difusión no pueden lograr por impedimentos lógicos. “Uno de los ejes de este encuentro es poder vernos y conversar sobre los discos del mes con los músicos que lo hicieron”, sostiene Vázquez. El catálogo del Club, que llegará a los suscriptores junto al disco del mes y la revista, será seleccionado por una especie de equipo técnico, regido por dos parámetros en principio arbitrarios: calidad y originalidad. La justificación, empero, es que se trata de obras que se mueven en los límites, que no encajan en ninguna batea porque no son específicamente de jazz, tango, fol-klore o rock, sino que incorporan matices de cada género para conjugar con la visión particular de cada creador. “Es poco el espacio que existe para este tipo de artistas, que a veces son presentados como ‘curiosidad’ por algún que otro medio, pero que casi nunca tienen cabida en el circuito comercial. Formamos parte de un movimiento que tiende a ordenar un espacio totalmente desordenado, a organizar el magma creativo que está fuera de los canales comerciales. Ojalá aparezcan más”, desea Vázquez.
En el primer catálogo de recomendaciones se observa un péndulo de música desclasificada que va del drum’n’bass de impronta latinoamericanista que propone Axel Krygier en Secreto y Malibú al folklore andino “con samplers” de Carnabailito (Gaby Kerpel); del inspirado Mañana domingo de Puente Celeste a la estética sin fronteras de Tambong (Vitor Ramil); o del ambient orientaloide que fluye del inquieto violín de Abadi en Lunar al folklore potente propuesto por Mariana Baraj en su último disco, Lumbre. Todos con posibilidad de ser comprados o no, pero al menos contenidos por un circuito de difusión potencialmente eficaz.