CULTURA › NELIDA PIÑON GANO EL PREMIO PRINCIPE DE ASTURIAS
Una heredera de todas las razas
La escritora brasileña, autora de La república de los sueños, está muy vinculada con la cultura hispano-parlante. Reivindica a Homero y es una ferviente defensora de los derechos humanos.
Por Silvina Friera
Ella combina el humor con la erudición, y cuando habla o escribe destapa sus cajas de Pandora. Lo demostró el año pasado en Rosario, en el Congreso de la Lengua Española, cuando dijo que “como brasileña de pura cepa, soy íntima de Homero”. Nélida Piñón, una de las escritoras más importantes de su generación y la más vinculada con las literaturas española e hispanoamericana, ganó ayer el Premio Príncipe de Asturias de las Letras porque en su obra “confluyen diversas tradiciones literarias que configuran ‘una singular teoría del mestizaje’”, según señaló Víctor García de la Concha. “Aunque milenios me separan de Homero, él es un amigo entrañable, a quien no envío precisamente un fax, o incluso un e-mail, sino que ubico en la categoría del que hace mucho dejó de ser original para mí. Bien puedo, en nombre de un legado histórico irrenunciable, proclamar en voz muy alta que soy heredera de la civilización occidental que él ayudó a engendrar.”
La escritora brasileña –que a través de sus novelas ha explorado la realidad del continente, de su país y de lo más profundo del ser humano, como en La república de los sueños (1984), considerada su obra maestra, publicada en la Argentina por Alfaguara–, fue la primera mujer del mundo en presidir, entre 1996 y 1997, una academia de Letras, la brasileña, a la que pertenece desde 1989. Piñón, además, se ha destacado por su lucha contra las dictaduras militares y por su defensa tenaz de los derechos humanos, a los que considera “revolucionarios” para el mundo porque “implantan modelos nuevos de conducta en la humanidad”.
“Es un reconocimiento a mi obra y a todos los que me ayudaron a entender la vida y a ejercer ese oficio mágico de la literatura”, señaló Piñón, que se definió como una “hija de todas las razas” y agradeció el reconocimiento del jurado al carácter mestizo de su obra. “Fue importante que el jurado hubiese destacado ese aspecto de mi obra. Son palabras que definen mi fe en la humanidad. Somos mestizos, somos latinos, somos ibéricos y somos africanos”, afirmó. Hija de inmigrantes gallegos que emigraron a Brasil en los años ’20 del siglo pasado, Piñón nació en Río de Janeiro el 3 de mayo de 1937. “Escribir es para mí una pasión –le dijo Piñón a la escritora Luisa Valenzuela–. Es tocar mi corazón, el corazón del ser humano. Es un intento de mejorar la condición humana al sorprender en esta condición aspectos por momentos terribles o generosos, trazos de la revelación de una naturaleza oscura, siniestra y al mismo tiempo tan luminosa. Tengo la impresión de que escribir para mí es la búsqueda de la aventura, como tratar de cazar una mariposa. La mariposa es la palabra; la caza, el acto de escribir.”
Esa aventura azarosa de la escritura comenzó cuando la escritora brasileña tenía 10 años. Antes de Mapa de Gabriel Arcanjo, novela que la consagró como escritora a principios de la década del 60, Piñón estudió filosofía en la Universidad de Río y en las universidades de Columbia y John Hopkins, de Estados Unidos. “Amo mi profesión y vivo mi vida como escritora las 24 horas, pero la escritora está al servicio de la vida, no es una escritora que está al servicio de los libros. Yo estoy dentro de la vida y ésta me permite escribir”, confesó Piñón, que fue elegida miembro de la Academia Brasileña de Letras, en julio de 1989, para ocupar el sillón número 30 que había dejado vacante el filólogo Aurelio Buarque de Holanda. La escritora y periodista brasileña, calificada por Tomás Eloy Martínez como “una de las mujeres más inteligentes de Iberoamérica”, es una de las más grandes renovadoras de la literatura brasileña, principalmente a través de la dinámica que adquiere el lenguaje en sus narraciones. Por sus obras, Piñón ha sido catalogada como una escritora de “una prosa compleja y extraña” y algunos críticos han llegado, incluso, a compararla y emparentarla con ese otro gran escritor brasileño Joao Guimaraes Rosa.
Sus libros, así como su actitud frente al portugués, dan cuenta del profundo enamoramiento que la autora siente por su idioma. “Cuando escribo en lengua portuguesa, a través de un lenguaje estético, estoy estableciendo opciones todo el tiempo, estoy aprehendiendo la realidad y la realidad que mejor conozco es la brasileña.” Su pasión por la escritura se revela en las novelas y libros de cuentos, publicados en más de veinte países y traducidos a diez idiomas: Madera hecha cruz (1963), Tiempo de las frutas (1966), Fundador (1966), La casa de la pasión (1972), La fuerza del destino (1977), El calor de las cosas (1980), La dulce canción de Caetana (1987), El presumible corazón de América (2002) y Voces del desierto (2004), que próximamente se publicará en la Argentina por Alfaguara. En 1995 fue la primera mujer en ganar el Premio Juan Rulfo, el “Nobel de América latina”, por ser “una de las figuras que se destaca con mayor intensidad en las letras latinoamericanas contemporáneas”. Y aunque le gusta y disfruta de estos reconocimientos, ella asegura que escribe lejos de las presiones del mercado editorial. “Quiero seguir contando, escribiendo con tranquilidad, sin pensar en si gano o no premios, si me van a olvidar o no.”
La autora de La república de los sueños, en la que alude al éxodo masivo de emigrantes gallegos al otro lado del Atlántico, ha subrayado que uno de los problemas de los países latinoamericanos es la falta de autoestima que los vuelve vulnerables, porque “tienen vergüenza de ser quienes son, tienen vergüenza de adornarse con su cultura porque pasa a ser una cultura de la devaluación; es como si el folklore pasara a ser expresión de los pobres, de los miserables, y lo elegante es celebrar lo que Nueva York impone”. Y aunque ha admitido que le fascina la impregnación cultural y sus contradicciones, para Piñón hay que tener conciencia “de quiénes y cómo somos”. Quizá por eso le gusta establecer analogías, que ella llama “imposibles”, como poner, si hace falta, “al rey David cerca de Ronaldinho (el jugador de fútbol), a partir de una imagen que les sea afín y que los una, porque el mundo se enriquece por vía de estos enmarañados”.
Su paso por Rosario aún es recordado por muchos de los que participaron en el Congreso de la Lengua Española. Allí, con esa simpatía que la caracteriza, le dio un cross a la mandíbula de unos cuantos cuando concluyó con una frase de su cosecha: “Somos universales por ser quienes somos. El diálogo con el otro se establece incluso cuando no hablamos; no advertimos que nuestro discurso suele estar traspasado por la misteriosa multiplicidad enclavada en la médula misma de lo que afirmamos y sabemos. Al fin de cuentas, vinimos de todas partes, no somos jamás extranjeros”.