CULTURA
Los otros pasillos
Si la “villa chic” reivindica una estetización de la pobreza para conseguir más visibilidad, otros creadores se acercan desde un espacio descarnado que incluye el trabajo de campo, la vivencia in situ, la entrega del cuerpo a cambio de experiencia sin la combi protectora del tour o la pátina artie de la galería cool en Fiorito. El poeta Washington Cucurto refleja un hábitat opaco, más cercano al acoso policial, al delito o a los costos de la marginalidad que a las remeras Ay Not Dead. En Veinte pungas contra un pasajero cuenta historias de bordes, ese punto que conecta la villa con el centro (la estación de Once, Constitución, la bailanta). Y, a veces, van juntas la búsqueda de una belleza estilística y la denuncia. Se lee en Dos tickis camadentro: “Acusadas de robar una camisa/ ¡la gran camisa!, pobres, tienen una patrona recareta/ y en cambio un patrón bien piola/ no me acuerdo si era Calvin Klein o Pierre Cardin, decía él... ¡Suficiente! Caretas amigos de la familia/ piden la expulsión sin remuneración/ ¡Eso sí que no!/...” Cristian Alarcón también contó en su libro Cuando me muera quiero que me toquen cumbia una versión menos edulcorada de la tragedia de los pibes chorros, resumidos en la figura de Víctor Manuel “El Frente” Vital. Escribió: “...la vida de Vital, su muerte y las de los sobrevivientes de las villas de esa porción del tercer cordón suburbano son una incursión a un territorio al comienzo hostil, desconfiado como una criatura golpeada a la que se le acerca un desconocido. La invocación de su nombre fue casi el único pasaporte para acceder a los estrechos caminos, a los pequeños territorios internos, a los secretos y verdades veladas, a la intensidad que se agita y bulle con ritmo de cumbia en esa zona que de lejos parece un barrio y de cerca es puro pasillo...”.