Jueves, 3 de abril de 2008 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Adrián De Benedictis
Mientras Juan José Paz lucha por su vida en el Hospital Fernández, el fútbol argentino continúa debatiendo de qué manera detener tanta irracionalidad en las canchas. Y por ello los encargados de las instituciones nuevamente están en el centro de la escena para tratar de encontrar alguna salida. El punto está centralizado en si las asociaciones civiles, conducidas por cuatro o cinco dirigentes de peso real, están en condiciones de poder controlar a 800 o mil violentos que poseen un espacio de operación demasiado amplio. Al parecer, esta lucha es desigual desde varios frentes.
Los barrabravas no sólo se rigen con su propia fuerza como principal sostenimiento, sino que le fueron agregando elementos extras para alcanzar una verdadera organización. De esa manera, es muy difícil dominar a un grupo que mantiene contactos en la policía, alianzas con políticos, y suelen establecer vínculos hasta con organismos internacionales. Ese poder los lleva a decidir en qué momento entregarse en el caso de que tengan un pedido de captura, e inclusive imponen las condiciones bajo las que permanecerán detenidos.
Pero ese accionar también roza a la familia de los directivos, a partir de que conocen hasta el colegio al que concurren sus hijos, a qué hora salen y quién se encarga de retirarlos del establecimiento. Y en el momento de presionar, no dudan en rozar a los familiares para alcanzar su objetivo. Contra todo ese aparato –también tienen participación en la distribución de dinero por la venta de futbolistas– tienen que confrontar los dirigentes, y las desventajas aumentan cada vez más.
El tiempo del crecimiento de estos grupos estaría localizado a fines de la década del 50 y comienzos de los ’60. En esa época las autoridades de los clubes ya iniciaban una disputa, aunque los recursos de los hinchas todavía no eran los de los actuales. El ex arquero Hugo Gatti recordó hace pocos días en el programa ESPN Estudio que, cuando fueron a jugar con Boca la final Intercontinental contra el Borussia Moenchengladbach, en 1978, viajaron en el avión junto a ellos los barras, encabezados en ese entonces por Quique “El Carnicero”, antecesor de José “El Abuelo” Barrita. En esos años los barrabravas comenzaron una relación más fluida con los directivos. Los mismos que les fueron otorgando ciertos privilegios: entradas para el ingreso a la cancha, acceso para viajes al interior y al exterior, regalías a cambio de votos en actos eleccionarios, inducción para provocar el alejamiento de un técnico en determinadas circunstancias. Ahora esa fiera les juega en contra. Y no saben cómo pararla.
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