DEPORTES › PANCHO VARALLO, UNICO SOBREVIVIENTE DE LA FINAL DEL MUNDIAL ’30, CUMPLE CIEN AÑOS

El siglo del gran goleador

“El Cañoncito”, tercer artillero en la historia de Boca, integrante de una delantera memorable con Benítez Cáceres y Cherro, figura de Gimnasia en el amateurismo y jugador de la Selección Argentina, celebra el centésimo aniversario de una vida de película.

 Por Raúl Armando Pérez

Era 1910. “Cuando las damas se vestían de miriñaque / y se cubrían desde el cuello hasta los pies / cuando mi papi se dejaba la patilla / cuando el bigote daba porte de señor / cuando se usaba el pantalón con la trencilla / el cuello alto y la corbata de plastrón”, según la milonga de Alberto Mastra. La Plata, la ciudad que Dardo Rocha había soñado para ser capital de la provincia de Buenos Aires, tenía poco más de 27 años. El hogar de Pedro Varallo y Teresa Yantorno, en 62 entre 26 y 27, celebraba la llegada de su tercer hijo. Lo llamaron Francisco Antonio. Era el 5 de febrero.

Pocas veces los augurios de ventura que siempre provoca un nacimiento habrán tenido tal correspondencia con la realidad. Aquel bebé creció y, además de haber fundado su propia familia y desarrollar una vida ejemplar, fue futbolista célebre, delantero, goleador y campeón. “Pancho” lo llamaron desde pequeño y, después, “El Cañoncito”, por su hábito de inflar redes a pelotazos. Y ahora cumple un siglo.

A los pocos años ya se asomaba al fútbol en la canchita de Ferro Carril Sud, en 64 y 27, a escondidas de sus padres, que no querían saber nada de ese juego tan brusco. “Yo no me voy a quedar sin jugar al fútbol por usted”, se le plantó un día a su padre. Era la primera vez que lo hacía. Tal vez fue la única.

En 1923 ingresó a 12 de Octubre, su primer club, de la Federación Platense de Fútbol. A los 14 años debutó en Primera y marcó el gol del triunfo como visitante sobre Muelles y Depósitos, en Ensenada. Su fama creció rápidamente en toda la zona y en 1927 lo fueron a buscar para jugar, a prueba, en Estudiantes. Se presentó con cuatro goles a Estudiantil Porteño. Jugó en total tres partidos, con once goles. Obvio, los dirigentes “pinchas” no dudaron en querer incorporarlo, pero no pudieron contra la negativa de sus pares de 12 de Octubre: “A Panchito no se los vendemos ni locos”. Claro, si eran todos hinchas de Gimnasia...

Poco después tuvo su prueba en el otro grande de La Plata. Fue en Tercera contra Rioplatense: 9-0, con ocho de Varallo. Al domingo siguiente jugó otro amistoso, esta vez en Primera, frente a Tiro Federal de Rosario. De inmediato se concretó su pase, por el cual 12 de Octubre recibió 500 pesos y parte de una tribuna. En 1929 ya fue campeón de Primera División (único título de Gimnasia en torneos de liga de la categoría superior). Los platenses le ganaron la final 2-1 a Boca Juniors, el 9 de febrero de 1930 en la cancha de River Plate, en Alvear y Tagle. El premio fue de cien pesos.

El 25 de mayo de 1930 hizo su presentación en la Selección y marcó el gol del 1-1 frente a Uruguay, por la Copa Newton, en el estadio de San Lorenzo. Ese día se ganó el lugar para el primer Mundial que estaba a punto de jugarse, en Montevideo. En ese histórico campeonato, del cual es el único sobreviviente, participó en cuatro de las cinco presentaciones del equipo argentino, con un gol en el 3-1 a México.

Después de formar parte de una célebre y triunfal gira por toda América con Vélez Sarsfield, en cuyas filas tuvo por compañero a Bernabé Ferreyra (los dos “prestados”), al “blanquearse” el profesionalismo se produjo su llegada a Boca. Le pagaron siete mil pesos. Fue un momento difícil, porque los hinchas de Gimnasia no aceptaron su partida. Hasta llegaron a apedrearle la casa, por lo que tuvo que mudarse a Buenos Aires y se instaló en el Hotel América, que todavía existe, en la esquina de Bernardo de Irigoyen y Brasil.

Su campaña en Boca fue gloriosa. Con Roberto Cherro y Delfín Benítez Cáceres formó una sociedad memorable. Fue campeón en 1931, 1934 y 1935. Con sus 193 goles en 222 partidos es el tercer goleador de la historia del club, detrás de Cherro (222) y Martín Palermo (214) y junto con Domingo Tarasconi. En plena juventud, a los 29 años, tuvo que dejar el fútbol. Una lesión de meniscos en la rodilla izquierda lo forzó a colgar los botines. En su último partido marcó un gol y Boca le ganó 2-0 a Huracán, el 8 de diciembre de 1939, en la cancha de River, por la Copa Adrián Escobar.

“Siempre fui un delantero con empuje y quería reventar el arco. Me moría por hacer goles y por eso creo que triunfé. Triunfé a mi manera”, dijo alguna vez. Y no sólo en el fútbol. Su vida ya lleva un siglo. Y no se rinde...

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Varallo, cuando era un temible goleador. Más acá en el tiempo, en un festejo de Boca.
 
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