Domingo, 6 de octubre de 2013 | Hoy
DEPORTES › PRESENTAN EL LIBRO CIEN CLASICOS, CIEN HISTORIAS, DE ARIEL GRECO
Antes de que la próxima edición de la Liga Nacional ofrezca el 101º enfrentamiento entre Peñarol y Quilmes, el periodista de Página/12 recopiló todos esos desafíos en una publicación editada por Ediciones Al Arco, que se presenta esta semana.
Como aperitivo de una nueva edición del partido Peñarol-Quilmes en la Liga Nacional de Básquetbol, la próxima semana se presentará Cien Clásicos, Cien Historias, un libro que a través de 100 anécdotas recupera las diferentes aristas que tuvo el tradicional enfrentamiento de los equipos marplatenses durante más de veinte temporadas en la máxima categoría. Como no podía ser de otra manera, el libro tendrá dos lanzamientos: uno en Kemmer, avenida Independencia 2664, como previa de la presentación de la camiseta y el plantel de Peñarol, mañana a las 17.30; y otro en la sede del club Quilmes, avenida Luro y Guido, el martes a las 18. A manera de anticipo, tres historias que reflejan el espíritu del libro.
Aquel domingo 7 de marzo de 1993, Mar del Plata amaneció conmocionada y no por la previa del clásico Peñarol-Quilmes que se iba a disputar esa noche en el Súper Domo. La noticia deportiva del día la protagonizaba Ubaldo Néstor Sacco, ex campeón del mundo welter junior de la Asociación Mundial de Boxeo: tras haber cumplido su condena de dos años y diez meses por tenencia y consumo de estupefacientes, al mediodía Uby salía en libertad de la sede de la Brigada de Investigaciones de la calle Mitre, donde lo esperaban su mujer, Patricia, sus hijos, Lorena y Sebastián, su padre, Ubaldo, y un puñado de periodistas, que aguardaban ansiosos sus primeras palabras fuera de prisión.
“Si a las 12 y un minuto no me daban la salida yo me iba por un agujerito”, bromeó Sacco, que salió de muy buen humor y con la promesa de regresar al boxeo. “Me siento bien, me siento entero. Yo sé que a los 38 años es bastante difícil, pero veo que hay monstruos como Foreman que siguen ahí. ¿Por qué yo no puedo estar de nuevo en los primeros planos?”, se preguntó en aquel momento. Su padre era un poco más escéptico. “Si está para pelear que lo haga, pero si no que haga otra cosa. Lo que más me interesa es que haya dejado las drogas, porque ya en otras oportunidades había dicho que sí, pero después volvió a cometer las mismas macanas”, destacaba Sacco padre.
Lo concreto es que con menos de nueve horas libre, Uby estuvo presente en el Súper Domo y disfrutó del apretado triunfo 83-82 de Peñarol. Así lo reflejaba una apostilla del diario La Capital: “Anoche hubo una persona que tal vez pasó inadvertida para muchos... Se trata de Ubaldo Néstor Sacco, quien a las doce del mediodía de ayer recuperó la libertad y no pudo con su necesidad de ver deporte. Un hecho que sobresalió en la noche clásica”. El ex campeón del mundo era un reconocido hincha de Peñarol y un gran jugador de básquet. Incluso, en medio de los entrenamientos para sus combates en el gimnasio de Atlético Mar del Plata, solía prenderse en los picados con los jugadores que disputaban el certamen local. Lejos del optimismo que mostraba aquel día, nunca más se subió a un ring, más allá de una fugaz presencia como ayudante de su padre en el rincón del Príncipe Omar González, un promisorio púgil de aquellos tiempos. Como consecuencia de un tumor nasal y una meningitis, uno de los máximos ídolos del deporte marplatense falleció el 28 de mayo de 1997, a punto de cumplir 42 años.
La temporada 94/95 marcó un quiebre en la historia de los clásicos. Una fase A1 cargada de problemas, con lesiones, quita de puntos y cortes de extranjeros, determinó que Peñarol quedara último en la zona, obligado a enfrentarse en la reclasificación con el mejor conjunto de la A2. Y ese equipo no fue otro que Quilmes, que llegaba en alza para el primer cruce en playoffs desde que ambos llegaron a la elite, con el condimento que significaba el estreno del Polideportivo para la Liga Nacional.
Más allá de los golpes deportivos, el plantel de Peñarol mantenía el ánimo alto. Y el que lo sufría a menudo era Carl Amos, el único extranjero del equipo, que ya tenía una vasta experiencia en la Liga e incluso luego llegó a jugar como nacionalizado. Y en pleno auge de las cámaras ocultas de Marcelo Tinelli, el pobre de Carlitos resultó víctima del humor de sus compañeros.
Cuando se conoció que el rival en la reclasificación iba a ser Quilmes, la idea de hacerle una “cámara cómplice” a Amos no tardó en surgir. Sin embargo, pese a un contacto con la producción de VideoMatch, los tiempos no daban para llevarla a cabo para el programa. Pero ese tropiezo no amilanó a los ideólogos de la broma, que siguieron adelante con su plan: contactaron a algunos amigos e integrantes de la hinchada e hicieron –sin cámaras– la “cámara oculta”.
Amos tenía un Peugeot 504 al que cualquier vendedor de coches hubiese calificado como flojo de chapa, pero que el ex jugador de Ferro y GEPU quería casi como a un hijo. “Lo tenía desde que estaba en San Luis y se lo trajo por la ruta”, recuerda Esteban Pérez. “Adoraba ese auto”, agrega Raúl Merlo, uno de los promotores de la joda. El lugar elegido fue el estacionamiento del Polideportivo, luego de un entrenamiento. “Conseguimos ropa y unas camisetas de Quilmes y se las dimos a nuestro amigos. Y cuando salimos de la práctica, los pibes empezaron a mover el Peugeot como para darlo vuelta”, agrega el Chuni.
La reacción de Amos no se hizo esperar y salió desesperado a salvar su auto. El problema para los bromistas es que la situación se fue poniendo más espesa de lo que suponían: envalentonados, los cómplices querían realmente cumplir con su objetivo. Y Amos, literalmente, pretendía matarlos. “No le podíamos hacer entender que era una joda. Y a los otros locos no les importaba nada y querían romperle todo el Peugeot”, asegura Merlo. Finalmente, el auto se salvó del desguace y Amos no mató a nadie. Pero aquel 504 de Carlitos fue protagonista clave en el primer cruce de playoffs en la historia de los clásicos.
La Selección Argentina de Fútbol conducida por Alfio Basile se preparaba en Buenos Aires para una doble jornada de Eliminatorias, ante Bolivia de local y Colombia de visitante. La fecha FIFA, con partidos de selecciones en todo el mundo, le dio a Sergio Romero la posibilidad de unos días de descanso en pleno noviembre. El por entonces arquero del AZ Alkmaar holandés apenas había sido citado un par de veces para el conjunto nacional y todavía no se había establecido como un habitué de las convocatorias. Su idea original era pasar unos días en Comodoro Rivadavia, pero algunos problemas en la combinación de vuelos modificaron sus planes: la que viajó desde el sur fue su madre, Bety.
Claro que faltaba un detalle importante. Su breve estadía en el país coincidía con un Peñarol-Quilmes, que se había reprogramado para el miércoles 14 para la televisión. Con un auto prestado, Romero viajó con Bety hacia Mar del Plata para ver el partido, en el que su hermano Diego iba a ser protagonista importante. “Nunca vi en el básquet tanta rivalidad en una cancha. La fiesta con la que se vivía es lo más parecido que vi a un Racing-Independiente”, cuenta el ex jugador de la Academia. Pero de inmediato sale su corazón verde y aclara: “Pero no supera la euforia del Gimnasia campeón de mi hermano del 2006. Eso sí fue una locura”.
Para que su excursión resultara perfecta, el Quilmes de Diego se impuso 72-70 con un brillante último cuarto del Penka Aguirre, en el que fue el primer triunfo de la temporada en el clásico y que sirvió para cortar una larga racha de victorias milrayitas. “Con mi mamá fuimos a cenar al mismo lugar donde estaban los jugadores. Cuando los muchachos se enteraron de que estaba ahí, comenzaron a decir que yo les había traído suerte y que volviera más seguido”, recuerda el arquero argentino en el Mundial 2010. Su hermano Diego agrega que los extranjeros del plantel, Antonio Reynolds y Antoine Hall, sin mucho conocimiento de la situación profesional de Romero, ya prometían que ellos le iban a pagar los pasajes para que viajara seguido. “Recién se calmaron cuando les expliqué que jugaba en Holanda y que los pasajes salían tres mil dólares”, remarca el ahora de nuevo pivot cervecero con una sonrisa.
Lo cierto es que unos meses después de ese viaje, Romero comenzó a regresar más seguido a la Argentina. Pero no como amuleto quilmeño para los clásicos, sino para ocupar el arco de la Selección en las Eliminatorias para el Mundial de Sudáfrica.
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