Una de las pegadas más finísimas del fútbol argentino de las últimas décadas, Rubén “El Mago” Capria, paseó su buen gusto para hablar de fútbol ante las cámaras y si ahora se retrajo y les escapó a los reflectores es porque quiere llevar a la práctica ese mismo mensaje, con Adrián González y José Luis Calderón como ayudantes de campo. Con esa franca convicción expuesta en un debate premundialista ante el semblante cargado de pesimismo del cronista, que intuía –como muchos, como la mayoría– un Mundial conservador, con campos de juego plagados de defensores marchanteros, estrategias amarretas y partidos tacticistas, Capria hizo la pausa y pidió calma. “Va a ser un Mundial bien jugado, porque muchos equipos se armaron bien y van a darle más importancia a la técnica.” Nobleza obliga, Brasil 2014 le está dando la razón.

Lo dice Zico por estas mismas páginas, sintetizando la mirada general: estamos viendo mejor fútbol que el previsto o, en todo caso, que el que digerimos cuatro años atrás, en Sudáfrica 2010, con conjuntos que, en su mayoría, están lejos de mezquinar emociones. En una primera ronda de 32 equipos, siempre unos cuantos van de relleno (“Esperemos a ver quiénes pasan a los octavos para hacer entonces un pronóstico serio”, pidió la semana pasada el búlgaro Hristo Stoichkov, un fenómeno de este juego en los ‘90) pero en general los equipos del Mundial van al frente; en algunos casos –el más flagrante es Argentina–, cuando no van, protestan hasta los jugadores...

Una medida del nivel del juego es el promedio de gol por partido: con un valor parcial de 3,14 goles por partido (el empate sin goles que se consigna arriba impidió que la cifra subiera un poco más), Brasil 2014 posee circunstancialmente el promedio más alto desde Suecia 1958, más de medio siglo atrás. Una cifra extraordinaria en función de los pálpitos y también de una perspectiva histórica: basta repasar el recuadro y los promedios de las últimas Copas del Mundo para entender a qué Mundial estamos asistiendo.

¿Son los goles un indicador del juego o, más bien, su consecuencia? Para decirlo de otra manera, ¿se hacen más goles porque que se juega mejor o es a la inversa? Con goleadores como Thomas Müller (3), Karim Benzema, Robin Van Persie o Neymar (2), se diría que, como siempre, la primera variante es la que cuenta. El carácter casi guardiolista durante largos pasajes de Alemania ayer contra Portugal es un ejemplo de cómo se considera el aspecto técnico a colación de la actitud física. Falta mucho para la final en el Maracaná, pero la sospecha es que los que traten más amorosamente el balón serán los que se llevarán la Copa del Mundo. Mientras se consume el Mundial, sigamos viendo partidos tan emocionantes como éstos.