DEPORTES › PAGO LA DEUDA QUE HABIA DEJADO ANTE CHILE VENCIENDO A VENEZUELA
La Selección no quiso entrar en default
Con tres goles convertidos en el primer tiempo por Pablo Aimar, Hernán Crespo y César Delgado, el equipo nacional consiguió la primera victoria en el camino hacia el Mundial de Alemania, sin pasar sobresaltos. Juan Sebastián Verón fue la figura.
La Selección Argentina pagó lo que adeudaba desde el sábado. Le ganó 3-0 a Venezuela en Caracas. Ganó bien, cómodamente. Y aunque dejó planteadas algunas dudas de cara a otros compromisos más trascendentes y probablemente más complicados –porque aquello de que “el fútbol del mundo se ha equilibrado” no deja de ser una errónea muletilla–, mostró que mantiene sus credenciales.
La diferencia sobre Venezuela pudo ser mayor, pero el equipo argentino resolvió el partido en 25 minutos, después de la media hora inicial ya ganaba por tres goles de ventaja y decidió que no valía la pena correr más riesgos. Aunque le cedió la pelota a Venezuela en el complemento, tornando casi accesorios esos 45 minutos, el recuento de situaciones de gol siguió favoreciendo ampliamente al conjunto nacional.
Al compás de lo que tocó Juan Sebastián Verón, no siempre preciso en los pases pero con la personalidad como para imponer los ritmos, más el dinamismo y la habilidad de Pablo Aimar para acelerar el juego en el tramo final de la cancha, la Argentina le mostró rápidamente sus credenciales a un rival que trató de imprimirle frenesí al partido ya desde el arranque, pero que muy pronto demostró hasta qué punto sus métodos eran frontalmente rudimentarios.
Es cierto que el equipo venezolano, históricamente el más débil de Sudamérica, no tuvo la misma fortaleza que los chilenos, el sábado, en el Monumental, para sobreponerse a la desventaja, y eso facilitó el control del partido que ejerció la Selección. Quedaron algunos interrogantes abiertos en la defensa respecto a lo que pueda pasar ante conjuntos menos ingenuos en la ofensiva, pero también es real que, jugando de esta manera, el equipo argentino se expone, casi con normalidad, a ciertos desequilibrios en su área.
Adelante, pese a la falta de sintonía de Crespo con el ataque, sufriendo para definir, el equipo encontró una pieza fundamental en César Delgado, que centreó menos, gambeteó más y participó de los tres goles, casi siempre en sociedad con Aimar. El primero arrancó en una réplica que inició el volante y el delantero remató sobre la salida del arquero Angelucci, que logró tapar también el rebote que tomó Crespo, pero no el toque de Aimar al arco vacío.
En el segundo, eligió no levantar tanto el centro –como hizo reiteradamente en el Monumental– y Crespo pudo empujarla al gol en el segundo palo. El rosarino tuvo su premio cuando encaró una vez más por la derecha, dejó tres rivales en el camino al entrar al área, y definió sobre la estirada del arquero venezolano.
Después del precario comienzo, cuando Vivas perdió la pelota a los tres segundos de juego y generó una jugada de riesgo en contra, como prometiendo una noche fatal, la Argentina disfrutó de esos 25 minutos que transcurrieron entre el primero y el tercer gol para pagarse, también, una deuda interna, con la confianza y la propia seguridad anímica. Una vez establecida la diferencia, una vez que quedó claro qué tan separados están los universos futbolísticos de uno y otro, decidió clausurar el partido, acaso sacrificando parte de esa vocación ofensiva siempre esgrimida por el entrenador como una virtud.
Después de haber dejado una cuenta impaga ante Chile, la Selección pagó con moneda fuerte en la revancha. No es poco para cerrar el tramo inicial de unas Eliminatorias que, a la larga, siempre le sonríen.