DEPORTES › POR QUE GRONDONA INICIA SU SEPTIMO PERIODO EN LA AFA
Qué hay detrás de la re-re-re-re-re-re-elección
Por 42 votos contra nula oposición, conducirá al fútbol argentino hasta el 25 de octubre de 2007. Los clubes cerraron filas en torno de la figura que todavía etiqueta –“vos sos maldad, yo soy bondad”– porque conviene estar detrás de un dirigente que piensa “no irse jamás” del edificio de la calle Viamonte, y no en contra de él. Y porque creen que nadie navega como él en aguas turbulentas.
Por Gustavo Veiga
“Soy el invicto, les guste o no. Nunca fui perdedor...”
(Julio Grondona)
Atenazado a su sillón, el mismo que ocupa desde hace más de veinticuatro años, Julio Grondona, por estas horas, se sentirá satisfecho. Acaba de completar un trámite sencillo y, a esta altura, pueril: su sexta reelección como presidente de la AFA, a la que conducirá hasta el 25 de octubre de 2007. Su receta no ha sido otra que conservar el poder con la táctica del palo y el caramelo. Leña para quienes intenten socavar su autoridad y dulces para aquellos que le rindan pleitesía. Y ya se sabe cómo etiqueta Don Julio a unos y a otros, desde su peculiar visión axiológica: “Vos sos maldad, yo soy bondad...” suele decir. Una frase que, si bien no eclipsó su tradicional muletilla todo pasa, ocupa un lugar de privilegio en su palabrerío. Hoy, y pese a que sus pares lo reeligieron sin opositores a la vista, el veterano dirigente que además es vicepresidente de la FIFA no quiere que le hagan sombra ni siquiera de la AFA para afuera.
En los últimos dos meses intentó –por ahora sin éxito– desalentar la, molesta para él, actividad del denominado Foro Social “Las entidades deportivas en manos de sus socios”. A Rubén Vázquez, su presidente, lo llamó para decirle: “Si yo no hablo de las tarjetas de crédito, ¿para qué te metés vos con los contratos de televisión?”. Grondona sabía adónde apuntaba: su interlocutor es gerente de una compañía crediticia. ¿Habrá intuido el presidente de la AFA una conjura para restarle poder? ¿Acaso pensó que el líder de los conjurados es el canciller Rafael Bielsa, desde que sugirió a Carlos Heller como un hombre con el perfil necesario para conducir a la Asociación del Fútbol Argentino? Tal vez, aunque nada de eso debería inquietarlo. El ex vicepresidente de Boca ni siquiera se planteó una candidatura en las próximas elecciones de su club, muy ocupado como está en su actividad bancaria. Y ni que hablar del ministro de Relaciones Exteriores, quien, en ocasiones, suele hablar de fútbol como cualquier ciudadano. A Bielsa y Heller sí los une su condición de adherentes al Foro Social. Y a Don Julio, la constitución de esa entidad se le antoja una patada al hígado. De ahí su susceptibilidad.
Pero a Grondona, los años no le vienen en vano. Tanto por una cuestión biológica como estratégica. Por eso, una vez confió en la intimidad de su despacho que, algún día, le gustaría ver sentado allí, en el sillón de presidente, a su hijo Julito. El menor de la descendencia es el actual presidente de Arsenal de Sarandí, el club que fundó en 1957. Aunque antes, claro, debería irse él. Una situación que parece descabellada a juzgar tanto por las adhesiones que recoge (ver aparte) como por su indescriptible vocación de poder. “No me pienso ir jamás...” dijo en enero de 1999, antes de su quinta reelección. Las anteriores habían sido en 1983, 1987, 1991 y 1995.
En el apogeo del menemismo, allá por el ‘91, Teodoro Nitti, un ex árbitro que llegó a ser internacional y dirigente gremial de los referís, quizá creyó que la ola de peronismo travestido que lideraba el riojano lo arrojaría a las playas de la AFA. Desafió el poder de Grondona y lo enfrentó en una asamblea como la que acaba de ungirlo por unanimidad hace menos de 48 horas. El resultado: perdió 39 a 1. El único voto que tuvo en contra el próspero empresario de Sarandí es aún materia de análisis para el revisionismo histórico. Se le atribuyó primero a Juan De Stéfano, el ex presidente de Racing, también a un directivo que representaba a una institución del interior y, todavía hoy, el titular de un club de Primera se arroga aquel huérfano sufragio.
A doce años de aquella insignificante rebelión en la granja, Grondona está de parabienes no sólo por el séptimo mandato que empezó a gastar a sus 72 años –los cumplió el 18 de septiembre– sino porque la AFA se recuperó de un ejercicio deficitario en el período 2001-2002 (había cerrado con un rojo de 20.725.084,31 pesos). El balance aprobado en la misma asamblea que le renovó la confianza al presidente el viernes 24, arrojó un superávit de 8.014.506,24 pesos. La devaluación, los importantes ingresos en dólares que percibe la AFA y la asimetría que existe con la mayoría de sus pagos en pesos, hicieron posible la resurrección financiera, amén de que la Selección nacional, pese a su inesperada eliminación en el Mundial de Corea y Japón, no ha dejado de ser un imán para reclutar sponsors.
Este cuadro en apariencia alentador, en un fútbol que reúne a 14.000 jugadores registrados entre profesionales y amateurs, no obstante ha sido perturbado por el avance constante de una causa judicial que mantiene en vilo a toda la actividad. Grondona consiguió superar el primer escollo que le planteó la prohibición, a la Policía Federal, de prestar servicios en las canchas porteñas. Por determinación del juez Mariano Bergés y en el marco de una pesquisa que compromete a altos oficiales de esa fuerza, no hubo custodia para partidos en la Capital por espacio de tres semanas. La AFA, que veía descompaginar así su programación, suspendió el fútbol y, de ese modo, dobló la apuesta.
Sus dirigentes, como en 1998, volvían a depender de un magistrado para continuar con la organización del espectáculo –por entonces, el doctor Víctor Perrotta era llamado con sarcasmo “el interventor”– aunque, esta vez, Bergés iría mucho más lejos. Armando Capriotti, el vicepresidente de Chacarita y miembro del Comité Ejecutivo de la AFA, puede dar fe. Se encuentra detenido en Villa Devoto, adonde lo han ido a visitar apenas un puñado de sus colegas.
Grondona, lejos de preocuparse por las derivaciones de la investigación que desarrolla Su Señoría, sintetizó en una frase el espíritu que anida en su política: “Estamos cerrando una fábrica...”, aseveró, cuando se prolongaban los días de inactividad futbolística. “Basta que haya fútbol, él negocia con todos”, refirió otro integrante del Comité Ejecutivo que ahora tiene un asiento vacío, el que no ocupa el arrestado Capriotti. Por entonces, el presidente de la AFA recibía un llamado del ministro de Justicia, Gustavo Beliz, quien quería interiorizarse sobre el levantamiento de la suspensión del fútbol. La decisión ya estaba tomada. Como siempre, Don Julio había expuesto ante sus pares lo que minutos después ni haría falta votarse. Volvía a rodar la pelota, pero también comenzaban a rodar las cabezas de algunos dirigentes. Capriotti primero; quizá, mañana, Roberto Digón; en diciembre Luis Barrionuevo y vaya a saber cuántos más.
Mientras Devoto abría sus puertas a los presuntos integrantes de una asociación ilícita, Grondona, lejos de las húmedas y descascaradas paredes del penal, se reunía con sus amigos de la FIFA. Bien lejos, en Qatar, apoyaba la reelección de su socio político Joseph Blatter y volvía al país el miércoles 22 para ser reconfirmado en su cargo dos días después por 42 votos a favor contra ninguno en contra. El hombre fuerte del fútbol argentino, pese a sus omisiones deliberadas y sus ausencias, al fin de cuentas, ya había hecho su aporte al esclarecimiento del flagelo que investiga Bergés, tres años antes.
El martes 9 de mayo de 2000 se presentó en la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados para responder sobre qué medidas había tomado la AFA para contrarrestar la violencia en el fútbol. Hostigado por los legisladores y, como quien no quiere la cosa, les preguntó desafiante: “¿Cuántos empleados de acá son barrabravas?”. Ese interrogante, visto hoy en perspectiva, sugiere una pista más que interesante para entender cómo la violencia de los barrabravas no es ajena a ciertas prácticas políticas. A Grondona le valió una réplica judicial del por entonces diputado Mario Das Neves, de la que salió indemne tiempo después. Pero lo que quizá no perciba aún el omnipresente mandamás del fútbol nacional es que, si aportara más indicios sobre aquélla, su denuncia hecha pregunta hace tres años, el juez contaría hoy con otros elementos para investigar. Esa es una de las deudas que todavía tiene Don Julio con el Fair Play –en un sentido más amplio– que declama la FIFA.
Para difundir su obra y los éxitos que cosechó al frente de la AFA durante sus últimos 24 años y medio, están sus albaceas y, en última instancia, la oficina de prensa. En cambio, el tipo de periodismo que aborrece Grondona es el que una vez lo llevó a admitir ante el colega Ariel Borenstein, en su libro Don Julio: “Le tengo más miedo al lápiz y al micrófono que a un revólver”. El dirigente que sólo es superado en su continuidad por el coronel Antonio Rodríguez –quien asumió la titularidad del Comité Olímpico Argentino (COA) en 1977– debería saber que, cuando se ejerce el poder durante tanto tiempo, es imposible pasar inadvertido.