Sábado, 3 de septiembre de 2016 | Hoy
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Por Gustavo Veiga
El voto del senador Romario, O Baixinho, parecía que estaba en duda. Había declarado en mayo su apoyo al proceso de Impeachment en el Congreso, sugirió después que podría arrepentirse, pero volvió a justificar su respaldo a la destitución de Dilma Rousseff el miércoles. En realidad, su titularidad nunca estuvo en duda en el seleccionado de golpistas brasileños. Su voto no llegó desde el banco de suplentes. Cuando se acercó al atril para justificar su posición, ya de madrugada, la Cámara Alta estaba despoblada. Unos pocos festejaban a cuenta, el presidente del Senado ni lo escuchaba y él durante cuatro minutos leyó su escueta sentencia contra la primera mujer que llegó al gobierno por la voluntad de 54 millones de votantes.
Romario se había dado vuelta mucho antes. Cuando el partido Socialista Brasileño (PSB) que integra era socio del PT, comulgaba con Dilma y su gobierno. Pero cambió cuando su líder, Eduardo Campos, rompió esa alianza antes de morir en un accidente de aviación. En aquel momento el ex futbolista campeón del mundo en 1994 era diputado federal. Al Senado llegó en octubre de 2014 con el 63,39 por ciento de los votos. Casi cinco millones de personas lo eligieron en Río de Janeiro.
Con frases del tipo “es triste este momento en el que se decide separar del cargo a una presidenta de la República”, “tengo conciencia de estar cumpliendo con mi deber” y apelaciones a “la justicia divina”, Romario fue uno de los 61 senadores destituyentes. Lo que le costará explicar más es cómo hará para cumplir con lo que prometió la misma noche del golpe legislativo: “No apoyaré ninguna medida que retire conquistas sociales de los trabajadores porque es a través de ellos que saldremos de esta situación”. Con el ajuste del gobierno de Michel Temer en marcha la tiene más difícil que cuando jugaba.
Su credibilidad como político sigue en franco declive. Lo escracharon por “golpista” en un restorán de Paraíba cuando comía con otros congresistas. Ya no es candidato a prefecto de Río de Janeiro. Renunció a esa posibilidad electoral en julio pasado. Sólo le quedan la gloria pretérita que le dejó el fútbol y sus 24 años de carrera.
Su caso es parecido al de Pelé. Comparten la gloria deportiva y el descrédito por su cercanía al poder. El triple campeón mundial de 75 años coqueteó siempre con la FIFA –que Romario cuestiona con fervor– pero el senador que votó en contra de Dilma será recordado por dos hechos: como crack del Flamengo, el PSV holandés, el Barcelona y la selección de su país, pero también por sumar su voto a un golpe que quedará grabado en la peor historia de Brasil.
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