Sábado, 3 de septiembre de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Diego Conno *
Desde los orígenes de los tiempos las agrupaciones humanas han reaccionado a los abusos del poder. “Revolución”, “insurrección”, “desobediencia civil”, “revuelta”, “huelga general”, “gran marcha”, son figuras todas ellas que traman en la conciencia colectiva de los pueblos la resistencia y la oposición a un poder que se sabe opresor. Hay política y no simple dominación en la medida en que el poder se conciba y experimente como una relación social móvil y reversible, como campo estratégico de fuerzas que operan unas contra otras. Evidentemente en esta concepción de la política se anuda la célebre expresión foucaultiana según la cual “donde hay poder hay resistencia”.
La “Marcha Federal” rememora la experiencia de la resistencia al neoliberalismo de los años 90. Se dirá que la historia se repite, como solía decir Marx aludiendo al viejo Hegel. A mediados de la década del 90’, la marcha federal constituyó un hito de la resistencia a las políticas de ajuste y privatización del menemismo. La historia se repite, sí, pero la repetición nunca es igual a sí misma. La forma actual que ha tomado el neoliberalismo en la Argentina no es mera copia del pasado, es su versión más acabada y por eso mismo mucho más virulenta. La situación de los sectores populares tampoco es idéntica; hay una experiencia sedimentada de las luchas y las resistencias, en cada acto, en cada plaza, en cada movilización; esto no solo vale para la Argentina sino también para toda nuestra América Latina.
La expresión “Articulación Popular”, forma elegida para la convocatoria de la Marcha Federal, resulta atractiva por su pretensión de construir hegemonía, aún cuando su enunciación resulte enigmática. La idea de “articulación” no es nueva en el discurso teórico político argentino. La utilizó Ernesto Laclau a mediados de los 80 en sus reflexiones sobre Hegemonía y Estrategia Socialista primero, y en La razón populista a comienzos de este siglo después. La articulación es una forma de constitución de identidades colectivas, una práctica específica que supone que las identidades sobre las que se ejerce la práctica articulatoria puedan verse transformadas como resultado de dicha práctica. También implica considerar que la identidad política que ejerce la articulación tiene que abrirse a dicha transformación en su encuentro con otros. Esto requiere un concepto de lo político como capacidad de afectar y ser afectado.
La cuestión “popular” es mucho más compleja, tiene una larga historia en nuestros lenguajes histórico-políticos. Los funcionarios del actual gobierno no utilizan la palabra pueblo en sus discursos públicos, parecieran moverse más cómodos en un lenguaje menos cargado de historia y tradición como es la apelación a la difusa figura de “la gente”, o a la más endeble del “vecino”. Tampoco utilizan la “lengua de los derechos” que siempre son comunes, colectivos o sociales, y que como dice la gran filósofa brasilera Marilena Chauí es constitutiva de las tradiciones democrática y republicana, sino que más bien hablan en el lenguaje de los “intereses” que siempre son individuales o corporativos, y que constituyen la esencia misma del liberalismo, o al menos de su peor versión.
Por ello nombrar lo popular es ya un acto emancipatorio. La complejidad a la que aludíamos está dada por el carácter polisémico, y también polémico de la palabra pueblo. Para los antiguos griegos, el pueblo (demos) refería solo a una parte de la sociedad, la plebe o los pobres. Es recién en la modernidad donde la categoría de pueblo emerge como borradura de todas las contradicciones de las distintas partes de la ciudad y se instaura como pueblo-nación, forma homogénea que nombra la totalidad del cuerpo político mismo. Pero hay una tercera forma de comprender la categoría de pueblo y el sujeto al que ella evoca. Pueblo nombra también un sujeto plural, una heterogeneidad irreductible, atravesada por múltiples conflictos internos, y que halla en los debates y conversaciones colectivas, en el encuentro de los cuerpos en el espacio público, las formas de ir procesando dichos conflictos en común. De la comprensión del pueblo y de lo popular como heterogeneidad y no como masa compacta y uniforme depende en gran medida la posibilidad de una verdadera articulación popular.
Sobre la expresión “todos los derechos”: hay una dimensión performativa de la acción que es constitutiva de la política. El filósofo esloveno Slavoj Žižek habla de “utopías escenificadas”. La noción de utopía escenificada nada tiene que ver con las viejas utopías renacentistas, ni mucho menos con las vertientes socialistas y comunistas del siglo XIX y XX. Antes bien, alude a un proceso en el cual nuestras luchas por los derechos emergen como actos realizativos, mediante los cuales empezamos a ejercer y experimentar los derechos en el momento en que los reclamamos. De ahí que el campo popular deba tener como una de sus banderas inclaudicables la defensa y garantía de todos los derechos: al trabajo, a la salud, a la vivienda, a la educación, a la comunicación, a la identidad, al desarrollo, a la memoria, la verdad y la justicia. Todos y cada uno de los derechos que se han logrado conquistar y los que aún faltan, que son muchos. Quizás radique aquí una cuestión fundamental para todo proyecto de articulación popular: la expresión todos los derechos puede ser el nombre no solo de una ética de la resistencia, sino también de una política como acto performativo de carácter instituyente.
* Politólogo (UNAJ, UNPAZ, UBA).
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