DEPORTES › GRAN VICTORIA POLITICA DEL SUIZO Y DE SU SOCIO JULIO GRONDONA
Todo pasa, Blatter queda en FIFA
Después de ocho horas de tenso debate, el oficialismo se impuso por 139 votos a 56 frente al candidato opositor, el camerunés Issa Hayatou, consolidando un liderazgo polémico que no ha alejado de sí las sospechas de corrupción que lanzaron sus adversarios. El titular de AFA, eufórico.
Por Sebastián Fest
Desde Seúl
Decir que el aire se cortaba con un cuchillo es poco. “Gracias por su discurso de bienvenida, doctor Chung. Muy particular, realmente”, atacó con más furia que ironía Joseph Blatter en el inicio de la que sería su jornada más gloriosa como dirigente deportivo, tras un año en el que vivió permanentemente a la defensiva. El triunfo categórico del suizo para obtener su reelección al frente de la FIFA se produjo tras un duro debate de ocho horas que se inició con un fuerte ataque del surcoreano Chung Mong-joon en su discurso inaugural: “Debemos recuperar el honor de la FIFA”.
Los pasillos del lujoso hotel Hilton de Seúl eran un hervidero de conspiradores y cálculos de votos. “Sí, fue muy inusual, pero la situación también lo es”, dijo con sonrisa cómplice Chung, minutos después de haber iniciado las hostilidades contra Blatter.
La guerra interna de la FIFA alcanzó su clímax con un Congreso Extraordinario, donde lo verdaderamente extraordinario fue el grado de violencia verbal al que se llegó. “Se me trata como un criminal”, llegó a dramatizar Blatter, que no dudó en acusar a parte de la prensa internacional de sumarse a una “conspiración” en su contra.
El enorme escenario mostraba una larga mesa con Blatter en el centro flanqueado por Julio Grondona y su secretario general, Michel Zen Ruffinen. El aliado más estrecho y el enemigo de la peor clase. Un “traidor”. Refugiados tras monitores planos de computadoras, al igual que los de la primera fila, el resto del Comité Ejecutivo.
Abajo, en el salón, los representantes de las 204 asociaciones miembro de la FIFA. Más atrás, invitados y periodistas. Aplausos dirigidos y abucheos coordinados. El resultado final demostró que lo que cuentan son los votos.
“Bueno, ¡por fin llegué al podio!”, ironizó el vicepresidente escocés David Will al empezar a hablar, tras quedarse sin hacerlo el día anterior por “falta de tiempo”, según Blatter. El rostro redondo del suizo iba cambiando de color según las acusaciones que escuchaba, pero sus adversarios no se quedaban atrás en apasionamiento: el italiano Antonio Matarrese llegó a gritar varias de sus acusaciones.
La electricidad recorría el cuerpo de cada uno de los presentes, hasta convertirse en una descarga de varios miles de voltios al llegar el momento más esperado: el duelo Blatter-Zen Ruffinen. Desafíos verbales, miradas de furia, tonos irónicos, abucheos, amenazas: el Congreso era mejor que una película de suspenso.
“Veo que está observando su maravilloso reloj suizo. No se preocupe, ya termino”, espetó a Blatter una de las revelaciones del día, el presidente de la federación holandesa, Marius Sprengers. Pero así como la presión sanguínea era fuerte en todos, el Congreso fue también un ejemplo de discusión profunda sobre cifras, métodos y técnicas contables. Nadie cedió un centímetro.
Aunque Blatter podría haberlo hecho sin perder la tranquilidad. “¿Happy or speaking? (satisfecho o desea hablar)”, comenzó a impacientarse intentando agotar el orden indicado por la lista de oradores, donde muchos de quienes lo respaldaban optaban por no hablar para acelerar el proceso. “¿Quieren elecciones o quieren comer?”, bromeó a las dos de la tarde tras cinco horas de lucha verbal.
Nadie quería votar más que él. El suizo sabía que con el recuento todos sus problemas se acababan. Y lo hicieron. Su rival, el camerunés Issa Hayatou, hizo un discurso pobre y tenso: ya se sabía derrotado. Minutos antes, Joao Havelange había subido al estrado, y por un momento el tiempo pareció retroceder.
Zen Ruffinen, con el rostro desencajado y negando para sí mismo mientras hablaba solo, permitía adivinar la victoria de Blatter. Lo sorprendente fue su magnitud. Corina, hija de Blatter, pegó un grito de alegría en lasala y se abrazó a su hija de dos años. Blatter sonrió con una amplitud que no mostró en todo el día y se abrazó a Grondona, que le dio un beso.
El suizo empezó a caminar en dirección a Hayatou, y en el camino estaba Zen Ruffinen, que intentó en vano palmearlo como felicitación. Blatter ni se dignó a mirar a su ex protegido. La euforia de los latinoamericanos y los países chicos –además de muchos europeos, asiáticos y africanos– contrastaba con el ánimo de funeral del frente anti-Blatter.
“El mensaje de hoy es que debo instalar la paz, no en la familia del fútbol sino en ésta”, dijo señalando a su comité ejecutivo. Lanzado en plena euforia, Blatter propinó una última humillación a sus adversarios. “¡Junten sus manos, únanlas!”, gritó eufórico. Y así, frente a varios centenares de dirigentes sumergidos en una euforia pseudo religiosa, se permitió tomarle la mano a Zen Ruffinen y por su intermedio a todos sus otros enemigos, rendidos ante la evidencia del sueño imposible.