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El nuevo orden Mundial

“Un hombre solo, una mujer
así tomados de uno en uno
son como polvo, no son nada.”
José Agustín Goytisolo
en “Palabras para Julia”

La invasión terminó. Los futboleros ya no serán mortificados por esa masa amorfa que todo lo pisotea, horadando lugares sagrados. La eliminación argentina del Mundial retrotrae el curso de las cosas: el fútbol vuelve a ser para los entendidos. En el fondo, buena parte de los futboleros disfrutan del nuevo estado de las cosas, de esta sensación de que todo se reduce y está al alcance de las manos. Ya no hay que explicarles a las mujeres qué son los carrileros –ni sufrir sus opiniones sobre la vincha de Pochettino–, ya no suena a trabajo insalubre desalentar en los niños las efusiones nacionales, se acabó ese suplicio de soportar a los millones de desubicados que confunden el fútbol con la patria y a la pasión con las camisetas nuevas. Las cosas vuelven a su statu quo, al rating de “Fútbol de Primera”, a las discusiones técnicas, a las internas palaciegas.
Es hora de elegir nuevos equipos, entonces. Para la segunda ronda no viene mal Senegal, dice uno. “Son negros, sacaron a Francia del Mundial y juegan con alegría”, asegura. Un amigo lo cruza: “Entonces tenés que ser hincha de Brasil”. El primero frunce la cara: “Brasil me gusta en todos los órdenes... pero en el fútbol me gusta que pierdan”. Un tercero acaba de hacerse hincha de Paraguay, por Nelson Cuevas, y a pesar de Chilavert. Otro apuesta a México: “¿Se fijaron en el toque que le dio a Italia?”, pregunta. Ninguno hinchará por Alemania e Italia, porque son los equipos del poder, y además, amarretes. Hubiesen gozado si Italia se quedaba afuera ayer y lo harán si le llega el turno a España, porque ser futbolero no sólo implica una escala de valores positivos sino también una larga lista de odios.
Sin embargo, este nuevo orden Mundial, esa especie de profecía autocumplida según la cual algún día las cosas volverían a ser normales, excluye la alegría. Porque en la invasión de las mujeres, de los niños y adolescentes que no durmieron esperando un triunfo que no llegó, de los portadores de camisetas nuevas, de los que se ensombreran, de los publicistas, de los preguntones, de los ignorantes, de los patriotas de ocasión, de los vendedores de fantasía, de los charlatanes, de los ambientados, de los consumidores de éxitos, había una cuota impresionante de esperanza y deseos, de desorientación e inocencias, de alegría pura por estar participando, al fin, de un proyecto común. El fútbol sin alegría no es fútbol, es una pesadilla de Sebreli.
A veces, al final de las fiestas los dueños de casa respiran aliviados: estuvo bien la alharaca, pero ahora hay que dedicarse a limpiar todo, a poner cada cosa en su lugar. Afanados en volver a su normalidad, acaso olviden que el encanto de las fiestas es que sean colectivas, que la pasen bien aun aquellos que no bailan, o cuidan su silueta o están de vuelta de toda alegría compartida. El encanto de las fiestas termina cuando todo vuelve a estar en orden.

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