Sábado, 10 de junio de 2006 | Hoy
DEPORTES › FALTAN 29 DIAS...
Por Sergio Kiernan
Ya estoy harto del Mundial, por las razones habituales: el nacionalismo berreta, las banderitas, la obsesividad con detalles que no tienen la menor importancia, el entusiasmo artificial por convertirlo en una gesta. El fútbol es un lindo juego para jugarlo, pero vive abrazado de pavadas de lo más fuleras. Alguien dijo alguna vez que es una representación sin sangre de una guerra, y debe tener razón, tal es la agresividad que rodea al fútbol como una neblina. Para peor, esa agresividad es “fierita”, deliberadamente bruta y falsamente prole. Este país está repleto de gente que cuando habla de fútbol esconde las neuronas, disimula su educación y su olfato y she shaca shi no le hablásh como un orre.
En general, es relativamente fácil ignorar estas cosas en la era del cable y el walkman. Pero la genética me jugó una mala pasada y me infiltró un quinta columna en la vida: un hijo futbolero.
No es el primer Mundial del niño, pero es el primero del que tiene conciencia y lo lleva a anticipar esa experiencia que nunca tuvo: sentarse frente a la tele a ver un partido. Como vive en una casa donde nadie, nunca, jamás muestra el menor interés por el tema, el peculiar –irritante, corrosivo– griterío de los relatores le es completamente extranjero. ¿Por qué, entonces, le interesa el tema? Por esa caja de socialización nacional, esa fábrica de argentinos, la escuela. Los chicos más chicos buscan una identidad y se tragan toda la información disponible sobre el mundo y las cosas, y este Mundial no sólo está sancionado por cuanto medio de comunicación existe, sino también por la misma escuela. Esto se hace de manera culposa, diciendo cosas como que la copa sirve para enseñar geografía y que se verán los partidos para que los chicos no falten, dos argumentos tan falsos como zonzos.
En resumen, que esta vez habrá que dar un mínimo de bola. Ya se le pasará, y si no se le pasa, de acá a cuatro años puede verlo en casa de un amigo.
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