Jueves, 1 de marzo de 2007 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
Desde los tiempos de Quique el Carnicero, que “atendía” en su “glorieta” contigua a la cancha de Boca, pasando por el desaparecido José Barrita, El Abuelo, hasta estos tiempos de Rafael Di Zeo y compañía, parecía que la barra brava de Boca era un poco la síntesis de lo que en la periferia del fútbol –tribunas y adyacencias– no debiera ser. Pero la naturalización de este “no deber ser” se fue profundizando con complicidades diversas. Dirigentes, políticos necesitados de fuerzas de choque, sindicalistas, directores técnicos, futbolistas, periodistas... Sin embargo, no es la Doce, sino los Borrachos del Tablón de River quienes en las últimas semanas se han convertido en patéticos protagonistas de la sinrazón. Si bien es cierto que con el contingente que viajó al Mundial de México en 1986, con anuencias implícitas o explícitas de cierta conducción del fútbol argentino, que ahora se rasga las vestiduras, se blanqueó absurdamente la presencia de mercenarios violentos argentinos en Copas del Mundo, no es necesario retroceder más de veinte años para que quede en claro –y otra vez de los barras de River se trata– cómo es el desmanejo de este manejo. El 9 de junio de 2006, con el comienzo del Mundial de Alemania, una crónica más que detallada de los pormenores del viaje de 42 barrabravas de River vía España reveló que el lugar de encuentro fue la confitería de River para que los Borrachos del Tablón tomaran un desayuno continental, sin que al finalizar ninguno haya hecho siquiera ademanes de pagar lo consumido y sin que nadie les reclamara la deuda. Luego caminaron hacia el playón donde los esperaba un micro para rumbear hacia Ezeiza, donde a las 13.30 embarcar hacia Alemania vía Madrid. ¿A quién puede asombrar entonces la batahola en la zona de las parrillas de River antes del partido contra Lanús, si ellos son de hecho los propietarios de casi todo lo que tiene que ver con la institución? Inclusive tenían “patente de corso” para pelear por dinero, poder o lo que fuere con total impunidad.
“Siga, siga...” “Todo pasa...” Y preso, no hay ninguno.
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