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En los umbrales de sus 50 años, gordo y con una incipiente renguera, Diego Maradona brindó en el frío atardecer de Pretoria un show que difícilmente algún jugador de este Mundial pueda igualar. Fue un regalo para la vista del futbolero visceral que lo añora ver en una cancha. Maradona se plantó para su zurda y empezó el espectáculo probando a los arqueros suplentes Mariano Andújar y Diego Pozo. Del otro lado, el entrenador de arqueros Gustavo Piñero le siguió bastante bien el ritmo.

Un hincha lo recompensó a Diego, tal vez por muchas cosas más que hizo en las canchas de fútbol, y le regaló un poncho salteño al que no bien sacó de una bolsa, se lo puso para irse a las habitaciones.

Ocho golazos al ángulo les hizo este Maradona a los dos arqueros suplentes del equipo argentino. Ocho tiros en los palos (siete en el vértice) estrelló como para dar cuenta de que la pelota va a un lugar preciso. Andújar, en un momento, y cuando no había nada que hacer ante la pegada certera del técnico, abrió los brazos como diciendo “no puedo hacer nada”. Pero allí estuvo el Maradona incentivador y le gritó: “¡Dale, seguí!”.

Entre el aliento y las muestras de cariño, Diego pidió tener algunos cuidados con la Jabulani, que vuelve locos a los arqueros, pero que no puede limar el terciopelo que el entrenador tiene en su zurda.

Después el pitazo final, saludo y a enfundarse en un poncho norteño, con el que se perdió de vista. Ya se había divertido y había hecho divertir.