Miércoles, 12 de septiembre de 2012 | Hoy
DEPORTES › APORTES AL DEBATE DE CóMO DEBE JUGAR LA SELECCIóN
La cantidad y la calidad de delanteros del equipo nacional reabre una polémica que divide aguas: mantener el poder ofensivo o parar una formación con pretensiones de equilibrio es la cuestión.
Por Daniel Guiñazú
Con delanteros del poder de gol de Lionel Messi, Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín, Ezequiel Lavezzi y Angel Di María en el plantel y con Carlos Tevez muy cerca de ser llamado en cualquier momento, no debería haber ninguna duda: el seleccionado argentino está en condiciones de jugar siempre con tres delanteros. En todo caso, el problema tendría que ser de los rivales para detener o anular esa incomparable maquinaria ofensiva.
Pero el técnico del equipo es Alejandro Sabella. Un entrenador formateado en Estudiantes de La Plata, influido por Carlos Bilardo (con quien tiene más diálogo en el día a día del que se quiere admitir) y que, sin que se lo pueda catalogar de conservador o cauteloso, trata de que sus equipos sean equilibrados, que no se desboquen en el ataque y que no se obsequien en la defensa.
En esa disyuntiva pasa sus días el seleccionado blanquiceleste. El debate está asordinado porque la racha de buenos resultados en 2012 ha calmado las ansiedades. Pero reaparecerá en cualquier momento, no bien soplen algunos vientos desfavorables o se acerque en 2013 la resolución de las Eliminatorias o bien el Mundial mismo de Brasil en 2014. Como siempre ocurre, la manta es corta y no alcanza a tapar todo el cuerpo. ¿Qué se cubre entonces? ¿La cabeza o los pies? ¿Qué se elige? ¿Defender con rigor y solidez o atacar dando la sensación de que cada pelota que pasa el mediocampo puede terminar en el fondo de la red contraria?
Hasta el partido de anoche en Lima, en lo que va del año la Selección había jugado y ganado seis partidos: tres por Eliminatorias (Colombia, Ecuador y Paraguay) y tres amistosos (Suiza, Brasil y Alemania). Y de los 19 goles marcados (más de tres por cotejo), los delanteros hicieron 17 (Messi 10, Di María 3, Higuaín y Agüero 2). Sólo Federico Fernández de cabeza ante Brasil y Sammy Khedira en contra ante Alemania quebraron el asombroso predominio de un grupo de delanteros que siempre hace lo que de ellos se espera: goles, ni más ni menos.
La historia enseña sus lecciones. Los grandes equipos siempre han sido desequilibrados. Uno de los mejores conjuntos de club de todos los tiempos (el Santos de Pelé de los ’60) se desentendía de la defensa porque sabía que siempre podía hacer uno o dos goles más que sus adversarios. Más o menos lo mismo le sucedía al extraordinario Brasil del ’70, el mejor de los seleccionados campeones del mundo. Tenía un arquero menos que mediocre (Félix) y cuatro buenos defensores pero que no sincronizaban entre sí. Del medio en adelante, había seis cracks que terminaron imponiéndole su impronta a un equipo inigualable.
Mucho más cerca en el almanaque, el Barcelona de Pep Guardiola (y ahora de Tito Vilanova) ha jugado al fútbol como ninguno en las últimas tres décadas. Pero aunque defiende metiendo mucha presión lejos de su arco y nadie se queda quieto (empezando por Messi) a la hora de recobrar la pelota, defensivamente ofrece brechas por los costados y en el juego aéreo. O sea, no existe la obra perfecta. Siempre hay un desequilibrio en uno o en otro sentido. Y no es neutro decidir hacia dónde.
Precisamente, de ahora en más, eso es lo que deberá resolver Sabella para lo que falta de las Eliminatorias y los amistosos que se vendrán antes del Mundial. O se decanta por un 4-4-2 básico que privilegie el orden y el equilibrio a riesgo de resignar contundencia o le pone todas las fichas a un 4-3-3 que potencie la voracidad de un equipo con atacantes temibles. La Selección no necesita jugar bien, dominar o elaborar juego para llegar al gol. Tan sólo cruzar la mitad de la cancha.
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