Miércoles, 12 de septiembre de 2012 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Pedro Brieger *
El 4 de noviembre de 1970 Salvador Allende asumió la presidencia de Chile y comenzó un proceso que fue conocido como “la vía pacífica al socialismo”. En noviembre de 1971 Fidel Castro visitó Chile y recorrió el país para conocer de cerca las voces de aquellos que habían elegido un camino diferente al suyo. En Cuba, el movimiento 26 de Julio había protagonizado una guerra de guerrillas que desembocó en una revuelta popular para derrocar a la dictadura de Fulgencio Batista el 1º de enero de 1959. En Chile el proceso era diferente.
La revolución cubana había impactado en todo el continente y prácticamente no hubo país donde no se formaron grupos que trataran de tomar el poder a través de la lucha armada. Numerosos dirigentes políticos abandonaban los partidos socialistas y comunistas para levantar las banderas de la Revolución Cubana, que parecía demostrar que la única manera de tomar el poder era por medio de las armas. El triunfo de Salvador Allende interpelaba a la Revolución Cubana porque planteaba que era posible iniciar el camino al socialismo dentro del marco de lo que se llamaba “el Estado burgués”. De hecho, Allende había triunfado en las elecciones y –en principio– los partidos que representaban a la burguesía parecían aceptar dicho triunfo. Si bien Allende no tenía mayoría en el Parlamento, avanzó rápidamente con reformas estructurales como la nacionalización del cobre.
Cuando Fidel Castro llega a Chile comprueba que Allende es muy audaz y radical en sus planteos, pero también observa que la derecha no se amilana. En el Parlamento los partidos tradicionales intentan obstaculizar los proyectos del gobierno, mientras organizan grupos paramilitares declara orientación fascista, y desde el diario El Mercurio se orquesta una furiosa campaña para derrocar a Salvador Allende.
Fidel recorre Chile de punta a punta para comprender el sentir de ese pueblo. Se encuentra con trabajadores del salitre y del cobre en el norte y con los petroleros en el sur. Visita universidades, debate con estudiantes y profesores e incluso se reúne con los sacerdotes que están con la Teología para la Liberación.
A pesar del apoyo abierto de Cuba a la lucha armada en casi todo el continente, cuando Fidel se encuentra con Allende y conversa con él lo hace en un tono muy distendido y respetuoso. Es consciente de que la historia de los dos países es muy diferente, y de que en Chile existía un sistema parlamentario consolidado. Sin embargo, no deja de marcarle que la derecha es fascista y que no dejará de combatirlo.
El intercambio de ideas entre ellos continuará después de la visita. Luego del “ensayo general” de golpe que se produce el 29 de junio de 1973, Fidel le escribe una carta –nuevamente en tono respetuoso– donde dice comprender su intención de continuar “el proceso revolucionario sin contienda civil”. Son “propósitos loables” le dice, y le ofrece toda la ayuda. Desde La Habana Fidel percibe que se acercan momentos finales. Dos semanas después del golpe, en su discurso del 28 de septiembre de 1973 en la Plaza de la Revolución, recuerda a Salvador Allende y el intercambio de ideas que habían tenido con el periodista Augusto Olivares. Llegarán más golpes de Estado y el aislamiento de Cuba, hasta que –paradójicamente– nuevos gobiernos electos en otra etapa histórica rodearán a la Revolución Cubana con el mismo afecto que sentía por ella Salvador Allende.
* Analista internacional.
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