Miércoles, 9 de julio de 2014 | Hoy
Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Quizá la mejor explicación para lo que pasó ayer haya sido la del arquero brasileño Julio Cesar: “A veces, es muy difícil explicar lo inexplicable”. No aclaró cuándo es fácil explicar lo inexplicable. Pero lo intentó.
Fue una tragedia nacional. Si hasta ayer la selección brasileña no había, ni de lejos, mostrado el fútbol esperado por todo el país, contra los alemanes logramos superarnos. En momento alguno logramos ser ni sombra de lo que ya no éramos. Por más que los brasileños desconfiasen de su selección y del dudoso e incierto esquema creado por Luiz Felipe Scolari, el Felipão, ayer logramos superar todo. Para peor, claro.
Desde 1990 veo los mundiales en casa de mi amigo el cineasta brasileño Zelito Viana. Tenemos reglas claras y Zelito tiene un diseño ejemplar de juego. Determina la posición de cada uno en la sala de la tele, a veces nos mueve para adelante o para atrás, o sea, tiene exactamente lo que le faltó a Felipão: un esquema táctico.
Aquí, en este hermoso caserón del barrio de Cosme Velho, hemos logrado ganar los mundiales de 1994 y 2002. El mundo no reconoce nuestro esfuerzo, habla nada más que de los jugadores en la cancha, pero nosotros –y los jugadores– sabemos la verdad.
Ayer, al terminar el partido, Zelito Viana me miraba con ojos perdidos. Nadie tenía ni tiene explicación alguna para el colapso que se desató sobre nuestra selección. En algún, o para ser sincero, en varios momentos del partido, varios de nosotros nos mirábamos sin entender nada.
Hay un viejo dicho futbolero en Brasil que dice que perder es perder. Da igual que por uno cero o por cinco a uno. Pero, de verdad, siete a uno es más que perder. Es humillarse a no más poder.
Me escriben amigos y amigas de Argentina y de México, de España y de Chile. Mandan cariñosos mensajes solidarios. Ni modo. Contra un siete a uno, no hay remedio posible.
La verdad es que no jugamos mal. Jugamos pésimo. Ahora, a buscar, o intentar buscar, explicaciones para semejante vergüenza. Hay, claro, que apoyar a los muchachos. David Luiz, Marcelo, Julio Cesar, el arquero trágico. Pero hay que pensar en todos los demás, que jugaron tan tan tan mal.
Siempre se podrá decir que la vida no se resume en un partido de fútbol. Pero a veces, sí. Ayer, por ejemplo. Un día sin explicación.
Tengo un amigo, buen escritor, respetadísimo profesor de literatura, futbolero emérito. Ayer, cuando terminó el juego, él me miraba desconsolado y me preguntaba qué había pasado.
Es sencillo y claro, contesté: jugamos pésimo, y nos metieron siete goles. Marca histórica para la selección brasileña, marca histórica para cuartos de final en los mundiales. Así: nosotros pésimos, desencontrados en la cancha, y los alemanes, que tampoco son una maravilla de otro mundo, nos masacraron. Colapso nuestro, alegría de ellos. Así de simple.
Pero mi amigo no se resignó. Decía: siete a uno, nunca. No tiene explicación. Bueno, volvemos al arquero Julio Cesar en su conversación con periodistas al final del partido: a veces, es muy difícil explicar lo inexplicable. Ahora, a esperar que aparezca esa rara vez en que sea fácil explicar lo inexplicable.
Mientras, a recordar las lágrimas sinceras de un héroe llamado David Luiz, zaguero de la selección masacrada, que al salir de la cancha pedía disculpas y perdón a la hinchada.
Un día para olvidar. Una derrota especialmente amarga. Que me perdonen los teóricos: perder es perder, por cierto. Pero una cosa es un 2-1, un 3-1, un 4-1. Pero 7 a 1 es un fardo que tendré de cargar para siempre sobre mis pobres espaldas. Ellos, siete. Nosotros, uno.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.