Disfruta de que lo llamen Money porque es una máquina de hacer dinero. Un Rey Midas con los puños enguantados. Todo lo que toca lo convierte en millones. Ostentoso, frívolo, caprichoso, derrochón y altanero, Floyd Mayweather (nacido en Grand Rapids, estado de Michigan, el 24 de febrero de 1977) hace lo que se le antoja, dentro y fuera de los cuadriláteros como si ello fuera un derecho natural, una gracia concedida.

Sus nueve títulos mundiales en seis divisiones diferentes y su condición de mejor boxeador del mundo ratificada pelea tras pelea, le han posibilitado vivir la vida a lo grande: tiene 10 mansiones repartidas entre las ciudades de Nueva York, Los Angeles, Las Vegas y Atlanta, 17 autos de lujo, un jet privado y dinero como para que sus tataranietos no tengan que trabajar jamás. Mayweather es el deportista mejor pago del mundo desde 2013 y esta noche sumará a su fortuna 180 millones de dólares más. Algo así como 67 mil dólares por segundo y 4 millones por minuto. Bestial.

Sin embargo, no todo es suntuoso en la vida de este crack del boxeo. Padre de cuatro hijos (dos varones y dos mujeres), se crió en un hogar difícil en el que sus padres varias veces cayeron presos por tráfico de drogas. Y en los últimos tiempos, tuvo reiterados problemas judiciales por episodios de violencia doméstica contra su familia. Pero ni siquiera ese lado oscuro ha podido menguarle su ilimitada confianza en sí mismo y su desdén por lo demás. Mayweather se siente un divo y piensa y vive como tal. Siente que el mundo le pertenece. Y muchas veces, ese mismo mundo le da la razón.