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Acuérdense de Turín
Por Pablo Vignone
Los hermanos brasileños están agrandados. Admitámoslo: les sobran argumentos para justificar ese estado de ánimo, que tan bien transparentó en su columna, publicada el lunes en Líbero el colega André Loffredo, editor del diario deportivo Lance!, a propósito de su explicación acerca de por qué el Brasil-Argentina de hoy genera tan poco entusiasmo.
En estas tierras, se nos ocurre, que el megaclásico contra Brasil no haya atrapado tampoco la ilusión del hincha argentino tiene menos que ver con la palpitante cercanía del doble enfrentamiento entre River y Boca por una de las semifinales de la Copa Libertadores que con la devaluación sentimental que sufre la Selección Argentina, desprendida del cariño de la gente no sólo por su papel en el Mundial 2002, sino por la distancia entre los fanáticos que siguen llenando las canchas argentinas y los jugadores del equipo nacional, que actúan mayoritariamente en Europa.
Ese desamor, parece, está alimentado por la cautela. Dicho claramente: en muchos hinchas campea sin ambivalencias un pálpito funesto respecto del partido en Belo Horizonte. Algunos hasta huelen a goleada en contra.
Para argumentar esa sensación, se han ejercido comparaciones sobre la actualidad de ambos equipos. Brasil tiene en Dida al arquero del Milan, campeón de Italia. La Argentina, en cambio, cuenta en el arco con Pablo Cavallero, que no pudo evitar irse al descenso con el Celta de Vigo.
Algunas comparaciones quedaron en llanta: por ejemplo, el Barcelona mandó dos representantes al partido más importante de las Eliminatorias Sudamericanas. Uno, Ronaldinho Gaúcho, soñaba con protagonizar la gran noche verde y amarilla; el otro, Javier Saviola, apenas con jugar con la casaca albiceleste algunos minutos más que los once que jugó en los últimos cuatro encuentros del seleccionado.
Los brasileños están agrandados, sí. Pero ya no sienten lo mismo que hace dos o tres días. El sábado se lesionó Marcos, el arquero del Palmeiras, y Parreira tuvo que convocar de urgencia a Julio Cesar, del Flamengo. El lunes, el pobre Ronaldinho se lesionó imprevistamente y ya fue descartado para el partido. Como D’Alessandro, como Riquelme.
Curiosamente, pese a la diferencia indiscutible entre la jerarquía de uno y otro plantel, es la Argentina la que llega al tope de la tabla de posiciones de las Eliminatorias. Y los futbolistas argentinos son conscientes de ello. Esas señales que partieron de la Granja Comary con carácter depresivo llegaron a Ezeiza con el polo cambiado. Los jugadores saben también que una victoria en un partido en el que no parten como favoritos más que para ellos mismos puede revitalizar la relación con un público que sigue frío y distante.
Después de todo, piensan, Kaká pudo haber consagrado campeón al Milan, pero Aimar hizo exactamente lo mismo con el Valencia.
Después de todo, el fútbol es lo que es precisamente porque en su ausencia de lógica los pronósticos suelen servir para nada.
Después de todo, el fútbol es lo que es porque, pese al demoledor peso de los antecedentes, los partidos hay que jugarlos. Siempre. Especialmente cuando son clásicos. Superclásicos. Megaclásicos. Y nunca, nunca, descorchar antes el champán. Si no, acuérdense de Turín...