Decía Carlos Bilardo –y sus acólitos no lo contradecían– en los prolegómenos de la Copa del Mundo norteamericana de 1994: “Están todos veinte años atrasados”. Y doce años después, en su conceptual y gramaticalmente ininteligible esperpento diario de 17 a 19 (Buenas tardes, doctor, por radio La Red), ninguneaba: “Del equipo argentino que jugó el Mundial de Estados Unidos en 1994 no se acuerda nadie”; en realidad, uno no registró del todo si dijo “nadie” o “nadies”.

Claro está que ninguno de quienes creen que lo único que importa es ganar tendrán registro del fútbol jugado por aquel equipo nacional contra Grecia y contra Nigeria, esto es, hasta el doping positivo de Diego Maradona. Hasta pareciera que, para los arzobispos sin purpurar de las precauciones y los dibujos tácticos, omitir que en aquellos dos recordados –no para ellos, ni para Bilardo– partidos estuvieron juntos en la cancha Redondo, Balbo, Maradona, Batistuta y Caniggia es casi una consigna. Pero allí estaban los cinco juntos. Claro, el hasta ese momento gran atractivo del Mundial era consecuencia de un atraso de veinte años...

Después de la despedida del miércoles 24 en la cancha de River –es cierto que un partido de exhibición, que también lo era para el equipo que alineó Pekerman en el primer tiempo–, el rato largo de la dupla Palacio-Saviola y el ratito con el agregado de Messi retrotrayeron enseguida la posibilidad de doce años atrás.

Entonces, ¿por qué si Messi no llega su reemplazo sería Tevez, en lugar de imaginar que Tevez debe estar inexorablemente con Messi en condiciones o no, más Palacio y Saviola? ¿O es que los que más saben y mejor juegan no pueden hacerlo juntos? ¿O es que Crespo o Cruz tienen que estar sí o sí porque son altos? ¿O es que Maxi Rodríguez es la única alternativa para acompañar a Mascherano, Cambiasso y Riquelme en la mitad de la cancha?