DIALOGOS › DIáLOGO CON RODRIGO QUIAN QUIROGA, DESCUBRIDOR DE LA “NEURONA JENNIFER ANISTON”

Funes, el hipocampo y la incomprensible memoria

Si bien el proceso de consolidación de los recuerdos es una de las incógnitas de la ciencia, los tanteos de un investigador argentino contribuyen de manera decisiva a responder el gran interrogante: ¿qué es y cómo se forma esa abstracción que se denomina memoria?

 Por Leonardo Moledo

–Hoy, como ve, vamos a hablar de Funes y de la memoria, si no le parece mal.

–Bueno, pero déjeme hacer una breve introducción medianamente científica, para que se entienda de lo que vamos a charlar. Todo lo que vemos, escuchamos, sentimos, recordamos, todas nuestras emociones y decisiones son producto de la actividad de neuronas en nuestro cerebro. La gran pregunta que yo trato de contestar es cómo las neuronas son capaces de generar algo tan increíble como el percibir algo o hasta tener conciencia de nosotros mismos.

–¿Y cómo lo hace?

–Para esto trabajo con pacientes epilépticos que son implantados con electrodos intracraneales, lo cual da la oportunidad única de estudiar cómo responden las neuronas en el cerebro humano en distintos tipos de experimentos. El descubrimiento fundamental en este campo fue el de un tipo de neuronas muy abstractas.

–Una neurona abstracta... resulta raro...

–Eso quiere decir que lo que les importa a estas neuronas es el concepto, no el detalle: yo ahora lo estoy viendo a usted y esas neuronas responden a usted en su conjunto. No les importa si tiene una camisa a cuadros, si está de frente o de perfil. Si viene mañana afeitado, yo lo voy a reconocer igual, porque esas neuronas responden a usted como persona y no a los detalles particulares. Esto lo probé en pacientes mostrándoles múltiples fotos y haciendo mediciones: resultó que, por ejemplo, había una neurona que respondía a Jennifer Aniston y a nadie más... A mí me gusta hacer la analogía con un cuento de Borges...

–“Funes el memorioso”, me imagino.

–¿Cómo adivinó?

–Intuición...

–...en el cual el personaje recuerda absolutamente todo (lo cual parece, a primera vista, muy atractivo) pero termina alienado y encerrado en su habitación sin poder pensar y sin querer ver lo que pasa a su alrededor. El tema es que si no tuviéramos este tipo de neuronas, tal vez terminaríamos como Funes. Porque lo que necesitamos es tener la posibilidad de abstraer: yo no me quiero acordar de cada detalle, me quiero acordar de conceptos. Acordarse de detalles particulares es muy poco económico...

–¿Y en qué se diferencian estas neuronas de las otras?

–Son exactamente iguales. Lo que varía es su posición en el circuito neuronal. Las características fisiológicas de estas neuronas son idénticas a las de las que tenemos en otros lugares. Lo que pasa es que estas neuronas están captando la información de millones de neuronas que están antes y que van procesando la señal más y más de una manera muy compleja, hasta que llega la información muy procesada a estas neuronas (que están muy arriba en cuanto a procesamiento visual). Su posición en la red neuronal determina su importancia.

–Una pirámide jerárquica de los conceptos...

–Algo así... O sea: yo veo su cara y mis neuronas van respondiendo cada vez a cosas más complejas. Cuando yo lo veo, la información entra por mi cabeza y va derecho al lóbulo occipital, al área llamada V1. Las neuronas, en esta área, responden a líneas orientadas: cada una responde, por ejemplo, a una línea horizontal o a una línea vertical. Le pongo un ejemplo: yo le pongo enfrente un cuadrado. Cada neurona va a responder a una de las líneas, pero recién si pongo la información de las cuatro juntas puedo sacar la idea del cuadrado. Esas son las neuronas en las áreas primarias: la gente que descubrió esto ganó un Premio Nobel en los ’60. La actividad de estas neuronas es leída por otras que están en un área un poquito más “avanzada”, que miran lo que hacen las primeras y continúan en el camino de la precisión conceptual. Si las anteriores respondían a las líneas particulares, éstas responden a un ángulo dado por dos líneas. Y la neurona que le siga, responderá al cuadrado. Se sabe, desde los ’60, que después de tres o cuatro etapas hay neuronas que responden a caras. Pero no a una cara en particular: a todas las caras. Diferencian a caras de flores, de bares, de monumentos. Después de eso, más no se vio. Lo que yo pude ver es que el área que estudio (hipocampo) recibe información del área que responde a caras. En el hipocampo la información llega muchísimo más procesada, y ya no responde a caras en general sino a una cara en particular. Y no a una foto específica de una cara sino a fotos totalmente distintas de una misma persona. Eso es algo que no se había visto en ningún estudio anterior.

–¿Y qué pasaría si no tuviéramos estas neuronas?

–Si usted no tuviera hipocampo, no podría generar nuevas memorias. El caso típico es el de un paciente que se llamó Henry Molaison (al que se conoció como H. M. hasta su muerte). A ese hombre le hicieron una cirugía, le sacaron el hipocampo (sin saber lo que le iba a pasar) y lo que le pasó es que le dio amnesia anterógrada: no pudo generar nuevas memorias. No es que no recordara su pasado sino que a partir de la operación no pudo recordar ninguna cosa nueva que le hubiera pasado. La película Memento muestra esto muy bien: si yo no tuviera hipocampo podría estar acá sentado charlando con usted, bajar al baño y cuando vuelvo no saber ni quién es ni por qué estoy acá.

–¿Y cómo hace el hipocampo para guardar información? Porque en nuestra vida cotidiana estamos enfrentados a una cantidad enorme de estímulos que ni por asomo podemos guardar: la marca de la taza de café que estoy leyendo en este momento, el brillo de los ojos de la señora que pasa y nos mira por la ventanilla para ver si hay algún famoso, el reflejo de la luz del sol sobre el perro acostado al lado de la estación de subte. Todas esas cosas probablemente las vaya a olvidar.

–Justamente porque la memoria de largo plazo se guarda como concepto, no como detalle. La tarea de estas neuronas justamente es descartar detalles, quedarse con el concepto y almacenarlo en la memoria. Eso queda escrito en la actividad neuronal.

–¿Y qué pasa con conceptos más abstractos, como la justicia?

–Eso es muy difícil de testear experimentalmente. Yo puedo demostrar que una neurona responde a Jennifer Aniston porque al mostrar muchas fotos diferentes de Jennifer Aniston (entre un conjunto más grande de imágenes de cualquier otra cosa) veo que hay una neurona que dispara solamente ante los retratos de la actriz (y no ante las otras fotos). ¿Cómo podría hacer eso con la justicia, con la democracia o con la revolución? Antes que nada, yo necesito saber qué es lo que le interesa al paciente, para luego mostrar imágenes que a la persona puedan resultarle interesantes, porque tengo unas posibilidades mucho más altas de que la persona reaccione frente a esas cosas que yo le muestro. O sea: va a haber más neuronas comprometidas con el proceso de reconocimiento de eso que le estoy mostrando, por lo cual yo voy a tener mayores posibilidades de toparme experimentalmente con una de ellas. Hay que tener cuidado, porque cuando hablo de concepto no me refiero a concepto abstracto, intangible.

–¿Y qué tiene que ver Funes con todo esto?

–Funes, justamente, perdió la capacidad de abstraer. Está tan embebido en los detalles que no puede pensar, no puede asociar cosas. Si yo le digo a usted que me compare el libro que está sobre la mesa con este otro que tengo yo, lo más probable es que usted haya sacado una idea general de ambos y me los pueda comparar en líneas generales. Si le pidiera eso a Funes, él no podría hacerlo. Tendría que empezar a comparar letra por letra. Y ni siquiera eso: tendría que comparar todas las palabras de un libro con todas las palabras del otro. Y ni siquiera eso: debería decidir, primero, qué palabra tiene que comparar: si tiene que comparar la palabra “testigo” cuando le dio el sol del mediodía, o cuando la vio de noche, o esa misma palabra cuando estaba cansado, y así sucesivamente. Porque para Funes es un escándalo del lenguaje que haya una misma palabra, por ejemplo, para el perro visto de frente a las 3 y 14 y el perro visto de perfil a las 3 y 15. El trabajo que usted haría, si yo le preguntara eso, es contarme las ideas generales, abstraer. Sacar conceptos, extraer las ideas generales y, a partir de eso, comparar ambos libros.

–¿Nunca se satura la memoria? ¿Por qué después de unos años se olvidan cosas?

–Porque no se las refresca. Estas memorias quedan guardadas en la corteza. El hipocampo lo que hace es trabajarlas y guardarlas en la corteza: es una especie de oficinista, que genera memorias nuevas, relaciones entre conceptos, y después las almacena en la corteza cerebral. Si yo no tuviera el hipocampo, no podría traer estos conceptos a la luz, no podría establecer nuevas relaciones para guardarlas en la corteza. Pero el almacenamiento está en la corteza cerebral. Hay trabajos que estiman que nosotros reconocemos y recordamos entre 10 mil y 30 mil cosas, no más. Y, para eso, hay 10 a la 12 neuronas.

–Si yo me acuerdo de memoria un soneto, por ejemplo, ¿qué es lo que me estoy acordando?

–Si es un soneto de la lengua propia, lo que está haciendo usted es semantizar. No se acuerda de cada letra o de cada sonido sino de la palabra, o de la frase. No le hace falta recordar la posición de cada una de las letras en cada una de las palabras. Es más, probablemente ni necesite acordarse de las palabras sino de la musicalidad, y a partir de la musicalidad pueda recordar las palabras y armarlo. Es como un jugador de ajedrez: un buen jugador de ajedrez puede mirar un tablero durante cinco segundos y luego reproducirlo tal cual. Pero esa persona, que está acostumbrada a jugar al ajedrez, no se acuerda de la posición de cada pieza sino que conceptualiza ese tablero: ve el peón en determinada posición y lo asocia con tal apertura, por lo cual ya sabe dónde van a estar los alfiles, y la torre, y así sucesivamente. Una buena prueba de que usted no recuerda los sonetos en su idioma letra por letra es compararlo con el conocimiento que pueda tener de un soneto en un idioma completamente desconocido para usted, pongamos, el japonés (sería más creíble si reemplazáramos el soneto por un haiku). Usted puede recordar un haiku en japonés, si quiere, pero tendrá que realizar muchísimo más esfuerzo, porque no puede conceptualizar, no puede semantizar. Ahí sí que no puede acordarse de la idea, sino que debe acordarse sonido por sonido. Hay un caso muy interesante, el más parecido en la vida real al caso de Funes, que es el de Salomón Shereshevsky (conocido como paciente S), y el que lo estudió fue un psicólogo genial ruso: Alexander Luria.

–¿Qué pasó con él?

–Era periodista en un diario, y no presentaba ninguna patología. El editor, cuando comenzaba el día de trabajo, sentaba a todos los redactores y les daba instrucciones sobre lo que debían hacer: los lugares a los que tenían que ir, las direcciones, las personas a las que tenían que entrevistar, etc. Era una cantidad de información lo suficientemente sustanciosa (y nueva) como para que hiciera falta anotarla si se quería recordarla. Pero resulta que mientras todos tomaban nota, Shereshevsky simplemente lo miraba. Un día el editor lo aparta y, pensando que se está tomando en chiste su trabajo, le pregunta por qué no anota. Y Shereshevsky le repite palabra por palabra lo que el editor le había indicado. Lo manda, entonces, al Instituto de Psicología de Moscú, donde el joven Luria comenzaba a desarrollar sus trabajos. Luria comienza a probarlo: hace un listado de treinta números, se los hace leer y le pide que se los repita. Se los repite perfecto. Aumenta a cincuenta: vuelve a repetirlo perfecto. Prueba con letras, hasta setenta letras sin ningún tipo de orden: Shereshevsky responde perfecto.

–¿Y qué pasó?

–Pasó que Luria se dio cuenta de que allí había algo especial y se dedicó a estudiarlo por treinta años. Hay cosas muy interesantes en este caso. Un día, 16 años después de los primeros estudios, Luria le pregunta a su paciente si recuerda las letras y los números que le dio en su primera entrevista. Shereshevsky contesta que sí, y comienza a repetirlos íntegros. El hombre tenía una memoria prodigiosa. Luria le leyó las cuatro primeras estrofas de la Divina Comedia, en italiano (idioma que desconocía): Shereshevsky las repitió exactamente igual, en ese momento y seis años después. Parecía tener una memoria ilimitada. Entonces Luria hace un experimento genial: le da un listado de números consecutivos (por ejemplo, 2345678 y al lado 34567 y al lado 456) y Salomón se lo aprendió, pero a fuerza bruta, sin darse cuenta de que había una clave conceptual para recordarlos. Lo repitió a la perfección, pero sin poder razonar lógicamente. Era como Funes: no tenía capacidad de razonamiento lógico.

–...

–Leía un libro y podía repetirlo palabra por palabra, pero no entendía de qué se trataba. Y lo que más le costaba era la poesía: Shereshevsky no podía sino entender el sentido literal de las palabras y, por eso, no comprendía ninguna metáfora. Ese problema es más o menos el que tiene un autista: se queda en detalles, pero no puede generalizar y determinar cuáles son las cosas importantes para el resto de la gente. Por ahí se atasca en el detalle de que mi boca se está moviendo de determinada manera, pero no entiende que esos detalles de mi boca expresan alegría o tristeza. El autista es como Funes, también. Hay otro caso, de una mujer de California (que está viva), del que se empezó a reportar que tenía memoria infinita. Se podía acordar de cualquier cosa de cualquier día de su vida: le preguntaban qué había pasado en tal fecha de tal año y ella contestaba con precisión todo lo que había hecho durante el día. Investigando un poco más, se dieron cuenta de que esta mujer llevaba un diario muy detallado de cada día de su vida durante toda su vida, y se filmaba. Y hubo un psicólogo que una vez le preguntó el nombre del presidente anterior de su país: la mujer no lo sabía. Enfocaba todas sus energías a recordar solamente lo que le pasaba a ella a costa de olvidar el panorama general.

–¿Pero eso fue una especie de fraude?

–No. Se dice que padece de un desorden obsesivo compulsivo en cuanto a su autobiografía, como si el olvidarse de alguna cosa que le pasó en su vida pudiera llevarla a la locura.

–Recién pensaba que Funes es el único que podría recordar toda la Biblioteca de Babel.

–Sí, y aún más. El problema es que no tendría el tiempo suficiente de vida para recorrerla. ¿Sabe cómo es la historia del cuento de Funes? Borges lo publica en 1942 en La Nación, después en el ’44 entra como parte de Ficciones. Pero la primera vez que lo menciona es en un obituario que le hace a James Joyce, en el que dice, más o menos, esto: “La lectura del Ulises de Joyce, un monstruo en el que se describe en 400 mil palabras lo que pasa en un día en Dublín, requiere de otro monstruo con una memoria infinita, capaz de recordar todos los detalles de ese día”. Y allí mismo dice que está escribiendo la historia de Ireneo Funes, un peón de Fray Bentos poseedor de esa memoria infinita. El Ulises de Joyce sería el libro ideal para Funes. O Funes, el lector ideal de Joyce.

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Imagen: Leandro Teysseire
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