DISCOS › “ST. ANGER”, EL NUEVO DISCO DE METALLICA
El regreso de los héroes
La banda californiana, que ha conocido el éxito en todo el mundo, vuelve con este cd a la dureza de sus primeros años en la ruta.
Por Fernando D´addario
La tapa de St.Anger (santa furia), el nuevo disco de Metallica, muestra, con estética de comic, un puño maniatado que acaba de estallar en un golpe –se supone– de KO. El apunte gráfico simboliza las intenciones de la banda californiana, a veinte años de su primer álbum, Kill ‘em all: reposicionarse como los auténticos héroes del heavy metal, canonización que en los últimos años había sido objeto de revisión. Para ello era necesario volver a pegar fuerte, más fuerte y mejor que los otros (Korn, Marilyn Manson, Limp Bizkit, etc.) aspirantes al impermeable Olimpo de los pesados.
St. Anger es una apuesta agresiva, una suerte de ultimátum que se autoimpuso el grupo, después de la cómoda hibernación mainstream a la que se abandonó en los últimos años. Un innecesario disco de covers y una reformulación sinfónica de sus clásicos rellenaron estos tiempos de indefiniciones. “Frantic”, “Some kind of monster”, “Shoot me again”, “The unnamed feeling”, “All within’ my hands” son algunos de los nombres que adoptó la santa furia, surgida al parecer de un día para el otro, como si obedeciera más a un reacomodamiento de target que a una vocación visceral. Es evidente que Metallica tiene las herramientas genéticas ideales para imponer en el mercado su nueva-vieja terapia de shock: los primeros tracks del disco devuelven aquel machaque de guitarra (una marca de fábrica de Kirk Hammett), y aquella voz de Hombre de Cro-Magnon que James Hetfield utiliza cuando se enoja o cuando debe simular enojo. Los cambios de ritmo, las metrallas de riffs, la inmersión en climas oscuros que se reciclan súbitamente en bloques de agresividad pura, forman parte de la maquinaria bélica que Metallica incorporó a la música dura en el primer lustro de los fríos años ‘80. Lo que entonces fue una auténtica revolución musical, que obligó a rediscutir los parámetros del género, hoy surge como una lógica estrategia de conservación.
Es curioso como han cambiado las políticas de marketing musical. A fines de los ‘80 y a principios de los ‘90, cuando Metallica había rozado los extremos (otros grupos los pasaron, pero ya dentro de subgéneros como el death metal y el black metal), encontrando límites naturales a sus posibilidades de expansión, debió resignar crudeza para amoldarse al paladar de un público más amplio, simpatizante del hard pero no tanto. Quince años después, cuando el llamado nü metal le agregó un packaging atractivo a la receta, el único recurso de supervivencia para Metallica fue recuperar el espíritu “menos comercial”. St. Anger recorre, entonces, la sinuosa ruta del nihilismo: una especie de misantropía adolescente se sucede a través de las canciones, que parecen anhelar el surgimiento de un superhombre que redima al mundo de sus males. Grabaron su primer clip en la famosa cárcel de San Quentín, donde los presos hacen naturalmente de presos, y los músicos de Metallica, solidarios, parecen querer vengarse de vejámenes sufridos por la humanidad toda. No es fácil imaginar semejantes ataques de expresionismo trágico en las vidas cotidianas de Hetfield, Hammett y Ulrich (no puede decirse lo mismo del nuevo bajista, Robert Trujillo, que viene de una banda aún más pesimista, Suicidal Tendencies), a quienes el éxito, el dinero y la fama les han dejado pocos resquicios para justificar semejantes ánimos embravecidos.
Este análisis, de todos modos, sugiere una mirada inversa: ¿qué debería hacer una banda de thrash metal, radicalizada en todos los órdenes, cuando vende más de diez millones de discos? ¿Y cuando deja de venderlos? A los músicos de Metallica les pasó lo uno y lo otro. Cuando conocieron el éxito masivo en 1991 gracias al notable Album negro (el riff inicial de “Enter Sandman” es, seguramente, uno de los tres mejores de la historia del rock duro, junto con “Humo sobre el agua” de Deep Purple y “Hell Bells” de AC/DC), sus fans más puristas los acusaron de haberse vendido, porque el sonido general del disco era más accesible a un oído no heavy. Esos mismosfans fueron los primeros en reivindicar el Album Negro cuando llegó el errático Load (1996).
Metallica tiene un doble desafío por delante: recuperar la credibilidad de los viejos fans y captar nuevos adherentes. Estos últimos, más pragmáticos, disfrutarán probablemente de la violencia abstracta que propone St. Anger, sin planteos de idealismo heavy. En lugar de preguntarse si esta versión 2003 de Metallica es auténtica o no, usarán el código personal que tiene cada disco legal, para entrar al sitio www.metallicavault.com y obtener más fotos, más videos, más música. O, también pragmáticos, lo disfrutarán en una copia trucha, para desconsuelo de Hetfield y cía., campeones morales de la lucha contra la piratería.