Domingo, 12 de octubre de 2008 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
La nueva agenda, otras prioridades. Tercer cambio de escenario en menos de un año de gobierno. Sus virtualidades, sus abismos. Algunas intuiciones oficiales, en medio del tsunami, la lógica del paso a paso. Y un portfolio con dólares, reales, materias primas y otras yerbas.
Por Mario Wainfeld
“Yo soy más sabio que este hombre. En efecto, posiblemente ninguno de nosotros sabe nada valioso pero éste cree saber algo, aunque no sabe, mientras que yo no sé ni creo saber.”
Atribuido a Sócrates por Platón en su Apología de Sócrates
“Because something is happening here
and you don’t know what it is.
Do you, mister Jones?”
Bob Dylan,
“Balad of a thin man”
La alquimia entre democracia y libre mercado está siendo puesta a prueba y, de momento, zozobra. Con toda lógica, hay protagonistas políticos que reivindican su falta de responsabilidad en el desastre. Lula da Silva, Nicolas Sarkozy, Angela Merkel dicen (palabra más, giro idiomático menos) lo mismo que Cristina Fernández de Kirchner: “Yo no fui, el escándalo viene de afuera”, “no estaremos exentos pero sí más resguardados que otros”. Es el abecé de la puja democrática, deslindar responsabilidades, máxime si el argumento es real.
Si hasta John McCain, hasta hace unas semanas republicano de ley, alega inocencia. La crónica parroquial criolla se enardece porque su Presidenta obra parecido a otros colegas, como rezan las reglas del arte. La crónica parroquial suele ser pavota, taimada, a menudo un mix de esas recaídas.
La exención de responsabilidad, a diferencia de lo que se supone prescriben la justicia divina y la humana, no dispensa de cargar con las consecuencias. Ningún gobernante lo ignora, tampoco los argentinos, que se cuidan (también como Dios manda) de excitar el pánico, que para eso ya están los medios.
El mundo cambió, la crisis es económico-financiera, acaso un fin de ciclo. La agenda en un confín del sur cambiará, ya cambió. Los alcances de las ondas expansivas son un enigma para los funcionarios argentinos, para los de otras latitudes, para los brokers endiosados por un sistema de pensamiento, para este cronista, para el lector.
Sea como Sócrates, lector amigo, valorice su ignorancia que no lo coloca debajo de los que pontifican con voz engolada. Desconfíe, sensato y suspicaz, de toda aseveración enérgica, de todo presagio redondito. Son burbujas verbales, embelecos del discurso. Nadie sabe de modo cabal lo que pasa y eso es parte de lo que está pasando.
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Agenda convulsionada: La agenda político-económica de la Argentina ya es otra, aunque (más vale) no arranca de cero. La inflación, el recalentamiento de la economía por efecto de la demanda y del bombeo del gasto social ya no son lo que eran. Se bajan del podio y ceden lugar a otras prioridades, más caras al imaginario y a la praxis del kirchnerismo. Las variables básicas a contemplar son la actividad, el crecimiento, el superávit, los índices de empleo. El alfa y el omega del “modelo” kirchnerista, que jamás llegó a serlo del todo, sí que en un contexto menos propicio, vaya a saberse hoy día cuánto menos propicio.
Regañado desde el púlpito y desde la cátedra por haber sido fanáticamente procíclico con viento de cola, a puro acelerador sin pisar ni el freno ni el embrague, el Gobierno encuentra en el canon económico un albergue asombroso. Ahora lo contracíclico es ser keynesiano, remar contra el huracán que viene de frente.
“Con un arrastre estadístico de 3 o 4 puntos, el índice de crecimiento de 2008 no dirá mucho de nuestro desempeño”, explican funcionarios del área económica. Habrá que mirar la creación o destrucción de puestos de trabajo, el mantenimiento de la actividad, la solidez de la caja.
En pasillos oficiales y en portavoces VIP de pensamientos alternativos se lee el cambio de paradigma como un alivio para un oficialismo que venía trastabillando en 2008. “La gente no es zonza, frente a una crisis lo mejor que puede pasar es tener un gobierno peronista, heterodoxo, firme en las decisiones. ¿Se imagina a Lilita o a los radicales gobernando?”, se agranda un ministro de postín.
En un registro parental, el blog La Ciencia Perdida avizora un futuro electoral venturoso para el Frente para la Victoria y su mentor socrático Pangloss aventura. “Al parecer la crisis les ha regalado a los Kirchner una oportunidad para rearmarse políticamente”.
Las observaciones son atendibles, a condición de advertir que entramos en uno de los peores mundos posibles y tabular la magnitud de los riesgos que acechan a cualquier gobierno en estos trances. Si se va a la banquina, por los motivos que fueran, pagará con su legitimidad. Nadie explorará las causas iniciales del fracaso a la hora de votar. Claro que si se mantiene el timón y no se naufraga ni encalla, hay un nuevo horizonte. Pero el mar está encrespado y, como en los jueguitos informáticos, queda una sola vida. El game over acecha, más que antes.
Si se repasa la crónica febril, los liderazgos políticos sometidos a prueba no están dando la talla. George Bush, merecidamente, es un pato que renguea hacia la befa pública, en pos de ser el peor presidente de la historia de Estados Unidos y uno de los más nocivos de la historia humana. Ya es decir.
Los líderes de la Unión Europea tropiezan con la charada de una asociación supranacional que enhebró varias hazañas (Mercado común, frontera única, moneda única, relativa paz durante medio siglo) pero cuya estructura (27 estados nacionales, casi nada) entorpece respuestas unificadas frente al pánico financiero. Los jefes de estado compitieron feo días atrás en aras del record local de garantía a los depósitos. Evocaban, sin quererlo, a esos comerciantes minoristas que conviven en la misma cuadra, ofreciendo productos idénticos y que apelan a cualquier triquiñuela para ganarle a su vecino, competidor y par.
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Se va la tercera: Regresemos al terruño y convengamos en que emerge una nueva época, que (con alguna licencia poética) podría calificarse como el tercer comienzo del mandato de Cristina Kirchner. El primero fue el legal, muy confinado como continuidad del anterior por el conservadorismo en la formación del gabinete y la escasez de medidas innovadoras.
El segundo fue el gestado por el conflicto con las entidades agropecuarias, ese que Kirchner dice “parió al gobierno de Cristina”, una supuesta gesta perdida con una dilución de legitimidad y poder político difíciles de reponer. Ese tramo incluye la recuperación homeopática ulterior a la derrota en el Senado, un lapso en el que la Presidenta registró que había que modificar tácticas, estilos y evitar choques frontales.
El tercero alborea con el colapso de Wall Street y sus filiales. Ninguno de ellos arranca de cero ni anula las precondiciones previas. El estadio actual interpela al kirchnerismo en los terrenos que suele trillar mejor: el decisionismo, la obsesión fiscal, la pulsión por generar trabajo.
Dos diferencias siderales redondean el cuadro. La primera, jamás suficientemente mentada, es el volumen de las complicaciones en ciernes y la multiplicidad de hechos ajenos a la voluntad y a la competencia de las autoridades locales.
La segunda es que, merced a los cambios vertiginosos del quinquenio reciente, la estructura social y productiva es mucho más diversa que a principios de siglo y, por ende, más difícil de gerenciar de modo uniforme. En el mundo del trabajo todo era malaria y paro, ahora hay un abanico de situaciones variadas. Siguen siendo muchos los que pujan por acceder a empleo formal o decente. También abundan los que zafan raspando, paran la olla día a día, con salarios de medio pelo. Y también hay laburantes que cobran con sobre y que (por primera vez, seguramente) integran el primer decil por ingresos de una pirámide cruelmente desigual. Camioneros u obreros de ciertas industrias que sumaron a sus reivindicaciones el aumento del mínimo no imponible para las Ganancias, rara avis de toda rareza. Ninguno querrá perder terreno, con toda justicia, y no será simple arbitrar para todos. La sofisticación de la sociedad, que ya ponía en off side al Gobierno, no se esfuma con el nuevo inicio del Gobierno, lo desafía.
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Paso a paso: Bonita expresión, “economía real”. Toda una confesión en un cosmos dominado por la financiera, “falsa” si se cree en su propia jerga. Argentina, desacoplada de ese mundo por decisión propia (ninguneada en los análisis de quienes critican al oficialismo), dotada de reservas, no está a cubierto pero tampoco en el peor de los mundos posibles.
El Gobierno retoca sus reflejos y arma un minigabinete de crisis, sea cual fuere el apodo que le pongan. Un mito de palacio propone que Kirchner estuvo en teleconferencia, los asistentes lo niegan enfáticamente. En cualquier caso, la Presidenta emite una señal de seguimiento del proceso y de que puede revisar atavismos de gestión en medio de un tsunami. La noticia sería buena del todo si las autoridades de Economía tuvieran voz y aptitud para hablar en público, una necesidad flagrante en democracia. Pocos representantes con palabra audible tiene el Gobierno y la pelea con el “campo” demostró que es insensato exponer a cada rato a la Presidenta Cristina.
La prognosis oficial es recatada, demasiados datos vienen de afuera, llave en mano.
- Las commodities alimentarias, base de las exportaciones argentinas, seguramente bajarán menos que las energéticas. La demanda de alimentos es menos elástica a la baja de actividad que la de insumos para energía. Por otra parte, las fluctuaciones de los alimentos dependen de un factor aleatorio que incide menos en el precio del petróleo o el cobre: son las peripecias climáticas, que disciernen ganadores o perdedores impredecibles. Una sequía azota a la Argentina, tanto el Gobierno como la Mesa de Enlace deberían buscar cauces más constructivos para afrontar un horizonte más peliagudo que el que entreveían cuando colisionaron.
- Brasil paga el excitado flujo de capitales que recibió con una salida onda Puerta 12. Sus autoridades financieras gastan mucho más dinero que las argentinas para evitar el aumento del dólar y logran resultados decepcionantes. La devaluación no es hija del cálculo sino de la impotencia. En las manzanas que rodean a la Plaza de Mayo, funcionarios argentinos ponen sus barbas en remojo y desconfían de tácticas audaces que presuponen que la demanda o la cotización del dólar tienen un techo que habría que tocar cuanto antes.
- La sed de dólares del mercado argentino es proverbial, máxime en tiempos tormentosos. En el Gobierno se prevé que ese será un imán para el fly to security. Los bancos públicos, seguramente, ganarán espacio frente a sus cofrades privados, todavía desacreditados desde el 2001 y puestos en la picota a nivel planetario.
- Despacito, se conversa sobre la repatriación de capitales. Daniel Scioli habló con ligereza sobre el punto, los especialistas del Gobierno cavilan más. El ejemplo de Brasil es una luz amarilla, atraer dinero golondrina que emigre velozmente podría ser suicida. La jugada tendría sentido si se garantizara que las divisas de los hijos pródigos se aquerenciaran, así fuera unos añitos. Pero los instrumentos disponibles al efecto son precarios. El Estado está muy por debajo de los recursos tecnológicos de los agentes financieros, no sólo en Buenos Aires. Y, por otro lado, suena dislocado que inversores afectados por el virus de la aversión al riesgo se “pongan” en bonos no canjeables en el corto plazo para financiar obra pública o actividades productivas.
Gurúes liberales, que deberían tener el decoro de callar por un tiempo prudencial, aconsejan la panacea. Si ellos lo dicen... alzar la guardia. Otras contraindicaciones merecen consignarse: todo blanqueo piadoso es tangente con el lavado de dinero, un flagelo que recorre el mundo. Es llamativo, la Vulgata mediática se indigna con presuntos desembarcos del narcotráfico. En otras páginas se alienta imantar capitales sin mirarles el pedigree, a como hubiera lugar. Pero las sociedades no se fragmentan como las secciones de los diarios, en ellas todo se entrevera e interactúa.
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Patas arriba: La oposición parlamentaria refutaba el proyecto de Presupuesto 2009 por subestimar el crecimiento, ahora le recrimina alardear, proponiendo logros inaccesibles. Tal vez tengan razón pero, para ser coherentes, deberían tabular que la coyuntura inhibe hacer una proyección consistente a un año vista. ¿Cómo hacerlo, en serio, si se ignora si Wall Street se hundirá en el mar, qué más privatizará Estados Unidos, hasta qué sótano caerá el real?
Sería más cuerdo asumir que muchos debates recientes quedaron caducos de toda caducidad: compartieron un implícito que era la continuidad de las condiciones generales que primaron los últimos años. La brega con los ruralistas fue uno de ellos, el de mayor impacto, para nada una excepción.
Toda profecía es, en el mejor de los casos, un bosquejo. ¿Cómo cifrar en números un porvenir que muta a diario, supeditado a cien acciones de protagonistas ajenos y distantes?
Los llamados superpoderes, denostados por haber cesado la emergencia que les daban sustento, toman otro color ante la mayor débacle económica de décadas, de rango mundial.
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Ceteris paribus: Gobernadores e intendentes peronistas describen una parábola: en 2003 temblaban pensando en su permanencia, en 2007 revalidaron masivamente. Oteaban hacia 2011, dando por seguro que tenían la vaca (o la soja, o el petróleo) atada. Eso habilitaba a Mario Das Neves, con su provincia bajo control, a incursionar en ligas nacionales. Si el barril de petróleo baja “n” dólares por jornada, todo cambia. Las administraciones provinciales deberán ser más cautas.
Emerge un New Deal con el gobierno nacional al que venían prepoteando bastante, para los parámetros kirchneristas.
Es prematuro deducir con minucia qué pasará en ese terreno pero es dable predecir una desaceleración de la pugna nacional, que compatibiliza con la regresión al PJ que comanda Néstor Kirchner.
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Tiempismo y herramientas: La remake del lockout campestre claudicó en su afán de convocar algo más que a los propios y a grupos de izquierda. Faltó timing, se eligió mal la ocasión.
El eventual aumento salarial de quinientos pesos quedó en el tintero, por prematuro. “Es un disparate discutir eso con dos meses de antelación. Alguien filtró la información para frustrarlo, créame que no fuimos nosotros”, rezonga un allegado cercano a Hugo Moyano.
Las anécdotas, sustantivas, indican cambios de tendencias y humores sociales que se harán más tangibles cuando la crisis sea algo más que un relato en la tevé.
Inmersa en una coyuntura más agitada que la que le tocó en suerte a su antecesor, Cristina Fernández debería pensar que la transición que le impone el tablero no es rutinaria, que la interpela a cambiar y mejorar. La situación pide más Estado, más regulación, muchas políticas públicas para dinamizar la economía, prudencia y manejo en la puja distributiva.
Cuando emergió su gobierno, la mandataria mentó un Pacto Social al que fue podando de potencialidades, imaginando un contexto estabilizado manejable con las instituciones existentes. La batalla por la Resolución 125 martilló el último clavo del ataúd de la iniciativa. La lógica del momento, la necesidad de concertar con actores sociales y productivos, de generar consensos extendidos parecen propicias para meditar si llegó la hora de rearmar ese escenario.
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