Martes, 21 de octubre de 2008 | Hoy
ECONOMíA › OPINIóN
Por Agustín Calcagno
Las pantallas del norte del mundo dedican en este momento casi toda su programación a la crisis financiera. Con la salvedad de las últimas novedades sobre la futura elección en los EE.UU., los canales más importantes de Europa (TV5, CNN Europa, BBC, Euronews) presentan en su primetime programas especiales con expertos de todo tipo tratando de entender qué es lo que está pasando y cómo resolverlo. Las imágenes de angustia indeleble en la cara de los agentes de bolsa al cierre de la corrida y la de los ejecutivos de Wall Street transmitidas en vivo se intercalan con curiosas entrevistas a peatones en las calles de Nueva York que pretenden dar cuenta de que esta crisis no sólo atañe a las altas esferas del capitalismo mundial, sino que nos involucra a todos. Como si el mercado mundial de capitales fuera una suma de señores que pasean en bermudas o de ejecutivos primermundistas que ahora deberán esperar para cambiar sus automóviles, intentan buscar estrategias discursivas para que el supuesto salvataje a la cúpula capitalista no sea tan ultrajante para aquellos que trabajan a cambio de un salario.
En medio de esta hecatombe bursátil, las luces de la ciudad de Berlín siguen encendidas, ajenas a los problemas energéticos, y los hombrecitos de enterito azul y bigote continúan levantándose a las 5 de la mañana para que los engranajes sigan en marcha, aunque no haya nadie para salvarlos de los futuros embargos. Al igual que en cualquier otra parte del mundo, y a pesar de las ventajas reales que perciben los ciudadanos europeos en su nivel de vida con respecto a los nuestros, la relación entre lo que las megacompañías ganan aquí y lo que los ciudadanos perciben sigue siendo ridícula. Y es indudable que por más que en apariencia Europa sea un continente en donde la distribución de la riqueza es más igualitaria, alguien debe gozar de los privilegios de tamañas fortunas. Como en una reversión (trágica, dirían casi todos los amigos progresistas de hoy) de aquel viejo Manifiesto Comunista que terminaba diciendo “¡Trabajadores del mundo uníos!”, esta crisis nos permite comprender que en verdad este sistema tiene grandes contradicciones en aquellos lugares en donde no funciona, por supuesto, pero que resultan aún más evidentes allí en donde ha podido desarrollarse con plenitud. Escuchar a una periodista de CNN Europa preguntar a un miembro del FMI sobre qué es lo que pueden aprender los países europeos de los latinoamericanos para salir de la crisis valida de algún modo esta ecuación.
Los problemas más graves a nivel global, advierte también la TV, se darán en aquellos lugares en los cuales la suba de los alimentos y la retracción de la inversión impliquen un deterioro mayor del salario real, que por lo general es en aquellos países que dedican su economía a la producción de materias primas. Insisten mucho con esto como para tranquilizar a los consumidores europeos con la histórica receta de ajustar de la periferia hacia el centro. Aunque hoy queda al descubierto que estos ajustes no están condicionados a la posición geopolítica de los países, sino al lugar que ocupan los individuos en la economía mundial, es decir, a la posición de clase desde un punto de vista global. El ajuste frente a los problemas especulativos de las grandes corporaciones lo pagan los trabajadores y no sólo los del Tercer Mundo. La impresión que se tiene desde aquí es que estamos entrando a una crisis similar a la de la década del 30.
Los latinoamericanos hemos convivido durante casi toda nuestra historia con crisis que a veces parecen interminables y, en cuanto comenzamos a levantar un poco la cabeza, de nuevo aparecen la inflación, el desempleo. El actual colapso nervioso de las bolsas y todos los ciclos económicos negativos en general demuestran, una vez más, que las crisis están ancladas en la base misma del sistema capitalista y que, en la competencia imperfecta de los mercados, los que ganan son siempre los más poderosos. Tal vez es hora de empezar a preguntarnos seriamente hacia dónde apuntamos nuestra mirada, qué pretendemos de nosotros, cuál es nuestra utopía y de qué manera vamos a hacer valer el gran poder que nuestro continente tiene, el poder de alimentar a la población mundial en tiempos de crisis.
* Politólogo. Docente UBA.
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