Martes, 21 de octubre de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Gustavo J. Nahmías *
Entre las muchas fotografías que atesora el álbum peronista, varias pueden agruparse en un mismo concepto que tal vez sea constitutivo y elemento de análisis para comprender su permanencia en la historia. Un mecanismo que anuncia ese acontecimiento original y anima la insistente búsqueda de la repetición. Ese término que al peronismo probablemente lo nombra y lo proyecta es “el retorno”.
El retorno remite a la vuelta de algo o de alguien que viene a restablecer una situación. Una presencia anterior que se presenta como el lazo que anuda al peronismo; el nervio oculto que lo instituye y lo puja desde su nacimiento proyectándolo a la vida política, conjugando en su misma enunciación dos temporalidades: la de un presente que se sustrae hacia el pasado para que ese pasado vuelva a insertarse en el presente a fin de resignificarlo y reorganizarlo.
Una fotografía describe el retorno iniciático el 17 de octubre de 1945.
La imagen retrata a una multitud en Plaza de Mayo que reclama la liberación de Perón. Esa “masa sudorosa”, que espera el retorno del coronel de su confinamiento de la isla Martín García, es una multitud que transpira el tufillo de las multitudes descriptas por Ramos Mejía. Ninguno de los fotografiados aparece enmascarado por el gesto ni por la pose. Toda singularidad parece sacrificada ante la proximidad de los cuerpos casi indivisibles y la multiplicidad de rostros, componiendo una sola voluntad que espera frente a la Casa de Gobierno.
Algunos están parados, otros sentados, muchos con sus patas metidas en la fuente. La multitud en la plaza evoca y reanima la imagen que se desprende de los textos patrios: “El pueblo quiere saber de qué se trata”.
Ese detalle, ese punctum barthesiano que emana de la fotografía y que “se expande” y convoca la atención de nuestra mirada permitiéndonos “añadir algo a la foto”, es una bandera cuya asta se asemeja a una lanza afirmada sobre el fondo de la fuente o emergiendo de ella, sostenida por el brazo de un hombre que mira hacia la desolada Casa Rosada.
Si bien a esta fotografía podemos considerarla como el retorno inaugural, no podemos dejar de advertir que estamos en presencia de la originalidad que estará definida por aquello que pasó y busca ser restituido.
La multitud que se hace presente en Plaza de Mayo el 17 de octubre reclama no sólo por el retorno de un hombre, sino también de una relación que fue constituida con anterioridad a ser arrestado y que estableció con el coronel Perón durante los años en que se desempeñó como secretario de Trabajo y Previsión.
La promesa, como elemento necesario para la constitución del futuro contrato político, estará sedimentada en la memoria de un vínculo establecido en el pasado, evocativa de aquello que falta y se pretende restituir, pero la repetición exige como condición necesaria la novedad.
La repetición y su constitución fundante aparecen veladas y en este críptico desajuste, en esa inversión en que la repetición se envuelve bajo el manto de la redención del retorno, tal vez podamos advertir la secreta vitalidad que asiste a la perseverancia del peronismo en la historia.
Entre la primera y la segunda fotografía median dos retornos que transitan el camino de lo imaginario y lo fallido.
El primero surge luego del derrocamiento del general Perón en septiembre de 1955 con la “Resistencia peronista”. El repudio al gobierno militar se manifestó a través de actos de sabotajes en las fábricas, pintadas callejeras, acciones contra edificios públicos y objetivos militares. Muchos de los volantes que circulaban por esos años tenían impresa la leyenda “Perón Vuelve”. El nombre Perón estaba asociado a una vuelta que buscaba reactualizar un pasado. “Perón Vuelve” era un grito y una consigna en la que el nombre era inseparable de la afirmación de un acto y durante los primeros meses de la Resistencia, esta frase estuvo asociada a la creencia de un inminente retorno de Perón en un avión negro.
El otro retorno, el fallido, transcurre durante los años del liderazgo vandorista.
El 2 de diciembre de 1964, Juan Domingo Perón se embarcó con destino a la Argentina, acompañado por el secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), Augusto Timoteo Vandor; la responsable de la rama femenina, Delia Parodi, y Andrés Framini, entre otros integrantes de la Comisión Pro Retorno que financió el empresario Jorge Antonio. Eran los años del gobierno de Illia, y “el Velásquez”, el avión de línea de la compañía Iberia, en el que viajaba el ex presidente, fue detenido en Río de Janeiro, en el aeropuerto El Galeao.
La aeronave, según relata Perón, fue abordada por un grupo de militares que intimidaron al personal. Luego, un representante del Ministerio de Asuntos Exteriores brasileño le comunicó al comandante la imposibilidad de continuar el viaje y dirigiéndose al ex presidente le dijo: “General, usted no puede seguir viaje y debe regresar a España”.
“¿A quién se debe tan peregrina como arbitraria orden?”, replicó Perón
“Al presidente de Brasil”, le contestó.
De nada valieron las argumentaciones de Perón sobre la aeronave como extensión del territorio español y las limitaciones de la competencia jurisdiccional brasileña.
Juan Domingo Perón y sus acompañantes debieron descender y fueron conducidos a la base donde permanecieron unas quince horas y luego deportados a España.
La segunda fotografía es la que rememora el retorno de Perón a la Argentina.
Es un momento esperado: Perón vuelve luego de un exilio de diecisiete años. Es el regreso de un hombre cuyo nombre ya no le pertenece. Su nombre se ha vuelto una evocación, un nombre “facúndico” y Juan Domingo Perón, el poseedor de un secreto, el de “las convulsiones internas que desgarran a su noble pueblo” y que retorna para revelarlo.
La fotografía corresponde al 17 de noviembre de 1972. Es una imagen que emana signos y desde nuestro presente nos permite descifrar no sólo la complejidad de una época, sino también advertirnos sobre el devenir político que sobrevendrá en Argentina durante los próximos años.
Son indicios, pistas que pueden percibirse y que pueden provenir de la tiesura de los cuerpos, de la mirada extraviada de un rostro congelado o de la minúscula suspensión de un gesto sin cálculo. Son resquicios que nos invitan a precipitarnos en el aventurado juego de la interpretación.
Juan Domingo Perón aparece rodeado por varios hombres. Sus manos sellan su brazo izquierdo y su brazo derecho que se extienden abrazando en el vacío a su movimiento. Un paraguas sobrevuela la foto. Lo sostiene el secretario general de la CGT y ese arco impermeable que al descender en el aeropuerto de Ezeiza cubrió de la llovizna al ex presidente es equiparable al apoyo político que recibe José Ignacio Rucci.
A su lado está el secretario general del partido. Un joven de veintisiete años, proveniente del nacionalismo católico y hermano de quien fuera uno de los fundadores de la organización Montoneros. Su apellido “despierta en el peronismo un eco emocionado”. Juan Manuel Abal Medina aparece reflexivo, como abstraído de la escena.... En un reportaje declaró que pensaba en su hermano Fernando.
A la derecha del general Perón, su secretario privado, José López Rega, saluda dejando entrever en la inmovilidad de su brazo el signo de su ideología. A su lado, sonríe el teniente coronel (RE) Jorge Osinde, quien fuera asesor militar de Perón y jefe de Coordinación Federal durante su gobierno en el año 1951, y en diagonal y de espaldas ingresa el último delegado personal del ex presidente, el doctor Héctor J. Cámpora.
La consigna “Perón Vuelve” fue reemplazada en dicha campaña por “Luche y Vuelve”, un llamado a una implicación subjetiva, y el nombre Perón, un sinónimo de lucha y compromiso que enunciado de manera causal, anunciaba como consecuencia irreductible el retorno.
El retorno siempre está solicitado por la voluntad del otro y en el sentido mismo de su definición está implícita una ausencia que a su vez afirma la presencia de quien aparece.
En el 17 de octubre es la ausencia de Perón la que inaugura la presencia del pueblo en la plaza, que espera su liberación y su retorno restituya en el futuro la vuelta del pasado.
Este es el momento fundante del peronismo y desde el golpe del ’55 en adelante, el retorno como concepto perdurará en la memoria colectiva, ya sea como liberación o como vuelta que reúne la totalidad.
En el camino del tiempo, es el nombre de Perón el que se irá desplazando y resignificándose. Del nombre a liberar a la lucha por la liberación.
En noviembre de 1972 es Perón el que aparece, pero quienes promovieron su retorno están ausentes. O sea, no se trata de definir el nombre ausente, que en la primera fotografía es Juan D. Perón y en la segunda, dicho de manera apresurada llamamos pueblo, sino de advertir que a partir de dichas fotografías, el peronismo parece revelar su máxima expresión de efervescencia y vitalidad cuando ese otro está ausente, o excluido y posibilita a su vez con su ausencia la promesa del retorno, que con su envoltorio de novedad rememora el pasado empacándose en el deseo de repetir.
La última de las fotografías es la que registra su retorno definitivo. El avión que iba a aterrizar en Ezeiza fue desviado hacia la base aérea militar El Palomar. A diferencia de las fotografías anteriores, no está presente el pueblo ni Juan Domingo Perón, sino un hombre calvo, de anteojos oscuros, comandante de Gendarmería que exhibe con total impunidad su fusil mientras suben al palco a un joven de los pelos. Es el retrato de la tragedia y anuncia que la disputa en el interior del peronismo se había desatado.
El retorno parece atravesar al peronismo en toda su dimensión y tal vez este sea uno de los conceptos que confirme lo vaticinado por Martínez Estrada: “Sepa usted –y no se olvide que me llamo Ezequiel– que tenemos preperonismo, peronismo y posperonismo para unos cien años”.
* Sociólogo-ensayista. Extracto del libro El peronismo en armas, de próxima publicación por Editorial Edhasa.
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