Lunes, 6 de julio de 2009 | Hoy
ECONOMíA › CRISIS INTERNACIONAL Y SALIDA DE CAPITALES
La recesión global y algunas medidas económicas domésticas potenciaron la incertidumbre de los actores empresarios y en los últimos meses la fuga de capitales se aceleró. Los especialistas discrepan sobre el impacto a nivel local.
Producción: Tomás Lukin
Por Marisol Rodríguez Chatruc *
La crisis internacional encuentra a la Argentina –y a las economías en desarrollo en general– en una posición mucho más sólida que en otros episodios similares. Nuestra economía vino creciendo a tasas históricas en los últimos seis años, generando superávit externo y fiscal, acumulando reservas internacionales y reduciendo la pobreza y el desempleo. Esta situación inicial favorable explica que las consecuencias a nivel local hayan tardado en sentirse. Las primeras variables que sufrieron el impacto fueron las financieras, registrándose, a partir de agosto de 2007, importantes caídas en la bolsa de valores y un incremento persistente del riesgo país. El aumento del riesgo país tuvo lugar en todas las economías en desarrollo porque los inversores internacionales incrementaron su preferencia por activos de menor riesgo retirando capitales de estas economías. En Argentina, el proceso de salida de capitales (y también el de aumento del riesgo país) tomó una dinámica propia, al verse acentuado durante el conflicto con el sector agropecuario y haber continuado durante todo el 2008 mostrando otro pico en el momento de estatización de las AFJP. Para poner en perspectiva esta pérdida de recursos, la salida de capitales entre abril de 2008 y abril de 2009 (26.500 millones de dólares) fue mayor a la registrada entre julio de 2001 y julio de 2002 (18.700 millones).
A este panorama negativo en el plano financiero se suma, a mediados de 2008, la caída estrepitosa en los precios de los productos primarios que Argentina exporta. Aquí la economía comienza realmente a desacelerarse.
¿Por qué de todos los aspectos negativos de la crisis resalta la fuga de capitales? Porque tiene al menos tres efectos muy nocivos: disminuye el volumen de crédito disponible para el sector privado (principalmente para las PyMEs dado que son las primeras en sufrir el racionamiento de crédito), pone un límite a la capacidad de realizar políticas de incentivo a la demanda (básicamente porque el dinero extra que se pone en manos de la gente es usado para adquirir dólares y no para adquirir bienes y servicios producidos localmente) y, por último, genera pérdida de reservas internacionales (o disminuye su ritmo de acumulación si la salida de capitales se financia con superávit comercial) y/o bruscas depreciaciones cambiarias que pueden no ser deseables desde el punto de vista de la política económica.
El mercado cambiario argentino se encuentra en una situación delicada en la que una devaluación repentina podría acelerar la huida, lo cual anularía precisamente cualquier efecto expansivo pretendido. Pese al reclamo devaluatorio de ciertos sectores, no es evidente que la apreciación cambiaria sea hoy uno de los problemas centrales de la economía. Por un lado, desde hace varias semanas las monedas de algunos de nuestros principales socios comerciales (como el euro y el real) vienen experimentando una importante revaluación respecto al dólar y, por ende, también respecto a nuestra moneda. Por el otro, la desaceleración de la inflación doméstica producto de la caída del gasto agregado también está contribuyendo a la desactivación de ese problema.
Dado que es improbable que la receta devaluatoria rinda los resultados expansivos esperados, lo que queda es implementar políticas anticíclicas de impulso a la demanda. Lamentablemente, el país enfrenta numerosas restricciones a la hora de financiarlas. Pero aún cuando tuviéramos garantizado el acceso al financiamiento, persiste el problema de la huida hacia el dólar que neutraliza en gran parte la efectividad de estas políticas. Por otro lado, hay que tener en cuenta cómo se gasta y en qué. Es fundamental orientar el gasto público hacia los sectores más desfavorecidos, no sólo porque éstos son los que menos mecanismos de cobertura tienen ante una crisis, sino porque, además, esos sectores potencian la efectividad de cualquier impulso fiscal por su mayor propensión a consumir.
Algunos analistas sugieren que la peor etapa de la crisis internacional ya quedó atrás y que a partir de ahora se entraría en una fase de recuperación –aunque lenta y parcial– de los flujos de comercio internacional y de los precios de las materias primas. Sin embargo, hay que recordar que los países emergentes entramos de forma rezagada en la crisis, por lo cual, al menos durante el segundo semestre de este año es probable que la contracción continúe.
Sea como fuere, en la Argentina el proceso de desmonetización tomó una dinámica propia que es improbable que se resuelva con una mayor holgura externa. Más allá de cuál sea el escenario internacional que se avecine, hay que encontrar una forma de evitar la fuga de recursos al exterior. En este sentido si las autoridades se muestran capaces de resistir una devaluación abrupta, esto tendrá el beneficio de frenar la salida de capitales, incrementando, además, la efectividad de las políticas anticíclicas sin dañar seriamente la competitividad de la economía.
* Economista, investigadora del Centro de iDeAS-Unsam.
Por Agustín Crivelli *
Con epicentro en Estados Unidos, la crisis económica internacional se propaga velozmente –cual gripe porcina– al resto del mundo, a través de los canales financiero y comercial. En los países que financian sus cuentas externas mediante el ingreso de capitales financieros, la crisis se transmite al revertir bruscamente la dirección de esos movimientos. Ante la imposibilidad de sostener la salida de capitales con el nivel de reservas, el tipo de cambio “explota” y el país se ve inmerso en una crisis similar a la de la Argentina de fines de 2001. Esa es actualmente la situación de muchos de los países de Europa del Este.
Pero la Argentina no se encuentra en esa situación. Su relativo aislamiento de los mercados financieros internacionales –señalado como una debilidad por los economistas de la ortodoxia– es una de las principales fortalezas frente a la turbulencia internacional. En nuestro país, el canal de transmisión de la crisis es el comercial. El derrumbe del precio de nuestros principales productos de exportación, la caída de la demanda mundial y la devaluación de la moneda de nuestros principales socios comerciales se traduce en una caída de la demanda externa y un menor nivel de ingreso de divisas.
Las empresas disminuyen su producción, suspenden o despiden personal, y reducen salarios, entre otras medidas, que deprimen aún más la demanda. El menor nivel de actividad disminuye la recaudación del Estado, ya afectada por el menor ingreso por impuestos al comercio exterior. De esta manera, la necesidad de un mayor gasto público que ayude a reactivar la economía, se enfrenta con la menor disponibilidad de financiamiento.
En la Argentina asistimos a un cambio de paradigma de la política económica desde 2003. Pasamos de un esquema que privilegiaba las rentas financieras a otro centrado en la producción. Este esquema se basa en tres pilares:
- Mantenimiento de un tipo de cambio real, competitivo y estable, indispensable para fomentar la producción nacional.
- Fortalecimiento del mercado interno, a través de mayores niveles de empleo, una política fiscal expansiva y el incremento del poder adquisitivo de los trabajadores.
- Establecimiento de un esquema de precios relativos que fomenta el desarrollo industrial, a la vez que mantiene niveles de salarios crecientes. Para esto se aplicaron retenciones a las exportaciones agropecuarias (evitando que el incremento del precio internacional de los granos se traslade a los alimentos) y se contuvo el incremento relativo de las tarifas de los servicios públicos.
La crisis internacional es un hecho y sin dudas la Argentina no está al margen. Detrás del discurso de algunos sectores que señalan el agotamiento del modelo, existe el peligro de retroceder hacia un país para pocos, con elevado desempleo, bajos salarios y con amplios sectores excluidos y criminalizados. Es el país de fábricas cerradas, donde sólo son rentables las actividades exportadoras basadas en la explotación de recursos naturales. Donde la política económica es dictada desde las oficinas de la burocracia de los organismos internacionales, que condiciona el acceso a préstamos a medidas favorables para los sectores concentrados del poder económico.
Sin embargo, también es posible profundizar el modelo actual, aplicar políticas que minimicen el impacto de la crisis sobre los sectores más desprotegidos de la población. Para esto resulta indispensable, manteniendo sus tres pilares, tomar medidas que posibiliten fortalecer el desarrollo productivo y ampliar la igualdad social:
- Restringir los movimientos de capitales. Para recuperar nuestra capacidad de generar un sistema financiero interno independiente del internacional y, de esta manera, poder decidir cuáles actividades deben ser estimuladas y cuáles no.
- Recuperar el manejo del crédito interno por el Estado. Junto a la restricción del movimiento de capitales, la reforma del sistema previsional es un importante paso en la recuperación del crédito interno. La utilización de los fondos previsionales para estimular el nivel de actividad y defender el empleo son la mejor garantía de una jubilación digna para la población.
- Incrementar y mejorar el gasto y la inversión pública. Para contrarrestar la caída del nivel de actividad privada es importante que el gasto y la inversión pública generen el mayor nivel de multiplicación de la actividad económica dentro del país. Sectores como salud y educación, y la obra pública, tienen una amplia repercusión en el consumo de bienes nacionales con bajos componentes importados.
Tal como señalamos desde el Cemop, en el documento “Dos proyectos en disputa. La encrucijada ante la crisis mundial”. Para sortear el contexto de crisis internacional deberán tomarse medidas audaces –que seguramente encontrarán la resistencia de los sectores privilegiados y sus voceros habituales– que posibiliten sostener el crecimiento económico, mantener el nivel de empleo, mejorar la distribución del ingreso, y continuar así el proceso de inclusión social de los últimos años.
* Economista. Investigador del Cemop (Fundación Madres de Plaza de Mayo).
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