Sábado, 12 de junio de 2010 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA ECONóMICO
Por Alfredo Zaiat
El régimen de compraventa y tenencia de divisas en el país es muy generoso. En Brasil se exige débito en cuenta de los fondos aplicados a la compra para operaciones mayores a 10.000 reales (unos 5500 dólares). En el sistema bancario brasileño no existe la posibilidad de abrir cuentas en moneda extranjera en entidades locales. En Chile, los bancos deben requerir información sobre el origen de los fondos por prevención de lavado de dinero por transacciones que superen los 3000 dólares. En Colombia, la compraventa de más de 3000 dólares debe ser canalizada por débito en cuenta bancaria. En Uruguay, los intermediarios financieros y casas de cambio deben informar al Banco Central sobre personas físicas o jurídicas que realicen operaciones de compraventa, arbitraje o canje de billetes en moneda extranjera por montos mayores a 10.000 dólares por mes, y en el caso de transferencias, cualquier operación superior a 1000 dólares, acorde con las normas de prevención del lavado de dinero. En Estados Unidos se realiza una verificación de la declaración fiscal de los fondos aplicados a la compra para operaciones mayores a 10.000 dólares, comprobando si el cliente cumplió con las presentaciones impositivas.
Las recientes medidas de mayor exigencia para la compraventa de dólares dispuestas por el Banco Central empiezan a acercarse a las vigentes en otras plazas que aplican un mayor control sobre el movimiento de divisas, pese a que el imaginario colectivo las considera más liberal. Este es alimentado en la confusión por analistas conservadores que advierten que de ese modo se fomenta el mercado informal. En realidad lo que se busca es combatir la evasión y el lavado de dinero, además de fortalecer una política de administración de divisas, como hace cualquiera de las economías que dicen admirar para despreciar la argentina. Las operaciones en el circuito marginal seguirán concretándose sin aumentar su volumen por ese mayor control, sólo que ahora serán más costosas. Lo mismo sucede en otros mercados, aunque la diferencia es que en la plaza argentina existe una obsesión extrema por el billete verde.
Las modificaciones establecen que las compras superiores a 20 mil dólares por mes deberán realizarse a través de una cuenta bancaria. A su vez, cuando las transacciones excedan los 250 mil dólares, a lo largo del año, la entidad vendedora deberá constatar que los montos adquiridos sean compatibles con la declaración jurada de esa persona. En el primer caso, para la compra de billetes o giro a cuentas en el exterior se estableció que los pesos destinados a la operación deben provenir de una cuenta bancaria. La normativa cambiaria sigue siendo bastante amplia en comparación con otros países, como los mencionados al inicio de este artículo. Por ejemplo, el monto máximo para la adquisición de divisas es de 2 millones de dólares por mes, margen por demás bondadoso. Ese límite ofrece un sendero de autopista para la fuga de capitales en lugar de conducirla a una avenida con semáforos. Desde mediados de 2007 hasta fines de 2009 se contabilizó una salida de unos 45 mil millones de dólares (7 por ciento del PIB), según el relevamiento “formación de activos externos del sector privado no financiero” del Balance Cambiario del Banco Central. Semejante fuga remite a dos observaciones:
1. A pesar de que ese fabuloso drenaje de divisas superó el registrado durante el Tequila (1995) y la crisis por el estallido de la convertibilidad (2001-2003), el sistema bancario y cambiario se desarrolló con normalidad, no necesitó la asistencia del Banco Central y se mantuvieron bajo control las principales variables macroeconómicas. Es una característica notable del actual proceso económico.
2. Resulta llamativa la ausencia de una estrategia oficial más consistente para entorpecer esa fuga de capitales, comportamiento que a esta altura es una marca de origen de los sectores con capacidad de ahorro. Otros países también padecieron crisis económicas devastadoras y pese a ello no se ha verificado un corrimiento tan marcado hacia el dólar como moneda de reserva y de cambio, por ejemplo para tran-sacciones inmobiliarias.
Además de considerar el evidente trauma por debacles pasadas que provocan reflejos defensivos, uno de los motivos de ese comportamiento se encuentra en que es muy fácil el acceso a la compraventa de divisas. El régimen cambiario es extremadamente liberal debido a décadas de dominio de las corrientes más ortodoxas en los puestos de decisión del Banco Central. Luego del fin explosivo de la convertibilidad se establecieron normas de control al movimiento de capitales, que son restrictivas en relación con los inexistentes en la década del noventa. Pero son lo suficientemente livianas para no dificultar una fuga constante y abultada de divisas. La innovación en la actividad financiera es una de sus principales virtudes. Los responsables de la gestión monetaria y cambiaria, como también los reguladores del mercado de capitales, tienen que estar atentos entonces para ir adaptando en forma permanente los controles.
El movimiento de divisas en el circuito doméstico es una cuestión relevante que no puede ser dejado al criterio del mercado si el objetivo es evitar la exacerbación de eventuales perturbaciones económicas. Para países periféricos, con una estructura de comercio exterior dominada por exportaciones de commodities, cuyos precios son muy sensibles al ciclo económico mundial, las divisas son un activo importante. Si además son economías con una carga pesada por pagos de una deuda abultada, el control de las operaciones con moneda extranjera resulta clave para no quedar subordinado a los humores de los dueños de los dólares. Ese necesario ejercicio de administración de divisas para ampliar la autonomía de la política económica se debe reafirmar con un exigente régimen de liquidación de exportadores en el mercado local, que hoy petroleras y mineras están excluidas al gozar de uno de privilegio al poder dejar en el exterior gran parte de los dólares por sus despachos. También se debe ajustar el vigente para la compraventa y tenencia en general.
Existe cierta prevención oficial en avanzar en una mayor regulación por el predomino de una evidente cultura bimonetaria. Es una restricción muy fuerte, porque los principales agentes económicos ahorran y operan en pesos, pero también en dólares en una elevada proporción. Este rasgo de la economía se puede profundizar, mantenerlo en equilibrio o iniciar una lenta pero persistente estrategia de recuperación de las cualidades de una moneda propia. El crecimiento económico sostenido, la estabilidad de las variables, en especial la de los precios, el mantenimiento del superávit comercial y tasas de interés atractivas para el ahorro interno son condiciones imprescindibles para fortalecer el peso. Sobre esas bases se pueden empezar a batallar contra esa cultura dolarizada con una firme política en el mercado de cambios que, en lo esencial, debería buscar un mayor control y mejor administración del movimiento de divisas.
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