Sábado, 12 de junio de 2010 | Hoy
Por Eduardo Fabregat
El futbolero de alma lo sabe: durante un Mundial, nunca se tiene tal afán exploratorio como el primer día. Después de meses de espera y últimos días de ansiedad irresistible, la ceremonia inaugural y el primer par de partidos se viven en un estado de zapping enfermizo, un chequeo intensivo de qué es lo que ofrece cada transmisión cuando la cosa importante realmente empieza. Hay casos clavados, claro –cuando solo hay una opción de visionado–, pero los usuarios de DirecTV, por caso, se enfrentan a disyuntivas difíciles de ignorar.
Por eso, ayer más de uno vivió Sudáfrica-México en estado de esquizofrenia. El deportista electrónico en modo satelital es capaz de aprovechar jugadores caídos y saques de esquina que se demoran para apretar botones y realizar absurdas comparaciones entre las intensidades de color de la TV pública y el de Telefe, o para chequear en qué emisora resulta menos hiriente ese maldito zumbido reconcentrado de miles de vuvuzelas. O para switchear entre la cámara común, las carulas de Francescoli y Latorre –lejos, uno de los mejores comentaristas del fútbol, por dominio del medio, conocimiento de juego y claridad enunciativa– y la imponente panorámica “táctica” del canal 614, un sucedáneo de cancha que permite soñarse en la tribuna y apreciar eso que la tele nunca da: ver cómo están parados los jugadores, si hay movimiento en bloque o un estilo hormiguero pateado de camisetas que corren sin ton ni son. Para profundizar el efecto, la “pantalla táctica” ofrece otra ventaja que algunos fundamentalistas apreciarán aún más: la ausencia de relatos y comentarios. Porque al cabo, lo que termina decantando el modo en que uno mirará los restantes partidos del Mundial (todos los que pueda, por supuesto) no es tanto la cábala, que también tiene su peso, sino el grado de hinchazón producido por las cosas que a veces se escuchan en la tele. Que ayer, con la alegría del debut, pueden parecer anecdóticas. Pero al día 15 de la justa deportiva sin igual pueden producir intensos deseos de estrellar la birra, el mate, el gato, lo que haya a mano, contra la tele.
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