ECONOMíA
Billetes de dólar, una importación frenética
La Argentina es un gran cliente tradicional de EE.UU. en el rubro. Muchos de esos dólares siguen ocultos en los colchones.
Por Julio Nudler
La Argentina “importó” durante el bienio 2001-2002 billetes físicos de dólar por un valor neto de u$s 19.990 millones para alimentar la fuga de capitales, que en su versión material, no electrónica, exigía como primer paso huir del peso para pasarse al crujiente papel moneda norteamericano. Los dos grandes importadores de esa “mercancía” son el Banco Central y el HSBC. El dato proviene de la Red de Represión de Delitos Financieros, del Departamento del Tesoro estadounidense, y fue utilizado anteayer por Juan Basco, gerente de Operaciones Externas del BCRA, para actualizar la estimación de los dólares que los argentinos tienen en el colchón (escondrijo que puede consistir en una lata de té, un doble fondo en el bargueño o una caja de seguridad). Técnicamente, son los llamados “Activos sin devengamiento de renta” (AsDR) del sector privado no financiero, cuyo saldo calcula anualmente un departamento específico del Ministerio de Economía, dedicado al balance de pagos. Mejor dicho calculaba, ya que omitieron la difusión del dato al 31 de diciembre último porque dudaban de su precisión y optaron por afinar mejor el método de estimación.
Los AsDR a fines de 2001 sumaban, según Economía, u$s 28.058 millones. Basco añadió a esta cifra los u$s 7335 millones de importación neta de billetes dólar durante 2002 para concluir que, a diciembre último, había en los colchones unos 35.000 millones de dólares. El funcionario mencionó este número en la embajada de Estados Unidos, que había insistido en que el Central, como mayor tenedor de dólares de la Argentina (¿lo será realmente?), estuviera representado en el acto de presentación de los nuevos billetes de u$s 20 (ver Página/12 de ayer).
Aunque lo de los 35 mil millones debe ser tomado con pinzas, el número, u otro más o menos abultado, expresa una auténtica anomalía. Representa un enorme monto de liquidez estéril en manos de los particulares (individuos o empresas), atesorado como (engañosa) reserva de valor. No les genera a sus tenedores ninguna renta financiera (además de la fuerte pérdida patrimonial ocasionada por la depreciación del dólar), ni le sirve a la economía porque se mantiene fuera del sistema bancario (sin que tampoco se realicen demasiadas transacciones con empleo directo de dólares físicos). Esto también sugiere un mayor ennegrecimiento de los capitales y, por tanto, una evasión tributaria adicional (a la que, por ejemplo, estimula el impuesto al cheque, que aconseja manejarse en efectivo).
Es difícil, sin embargo, imaginar cómo pueden incorporarse a la economía esos 35 mil millones de dólares. Una opción consiste en reimplantar el bimonetarismo, como pretenden los banqueros privados “nacionales”: que los bancos puedan volver a captar depósitos y otorgar préstamos en dólares, y no sólo para financiar exportaciones. Pero el BCRA considera que sería recaer en el trágico error del cavallismo. La otra alternativa es que los tenedores de los dólares-colchón decidan confiar de nuevo en la banca local, vendiendo sus billetes verdes para colocarse en pesos. ¿Alguien puede imaginar a cuánto caería el dólar en ese caso? Pero por ahora, a pesar de que hay signos de mayor confianza, nadie cree que esté cercana la posibilidad de recrear el ahorro de mediano y largo plazo en pesos.
El problema para medir los activos externos es que no hay fuentes que proporcionen la información si les es recabada. No son inversiones que efectúen los argentinos a través de bancos que reporten esas operaciones al BCRA. Se valen, en cambio, de las recámaras de “banca privada” o “banca de inversión”, de cuyo negocio es el secreto un componente clave. Por ende, la información gruesa proviene de fuentes como el Tesoro estadounidense o el Banco de Basilea, y es sometida a ajustes y depuraciones. Pero hay dos hechos seguros. Uno, que en épocas convulsas -2002, por ejemplo– el error de las estimaciones tiende a ser más grande.
El otro es que, a medida que se abre un concepto, el dato pierde calidad. Específicamente, si la estimación de “Activos externos” es dudosa, la de los que no devengan renta (que son uno de los tres rubros englobados; los otros dos son depósitos y títulos y acciones) es másimprecisa aún. Lo que sí es indudable es que la Argentina ha sido tradicionalmente un buen cliente para las exportaciones norteamericanas de billetes dólar, tráfico con el que Estados Unidos ejerce, si no su imperialismo, al menos sí su “señoreaje”. Los picos de importación neta argentina coinciden con las mayores crisis financieras del país. El record absoluto se lo llevó el 2001, con 12.655 millones de dólares. El pico anterior recayó en 1995, con 6177 millones. Y en los primeros años de la presidencia del ahora desertado Carlos Menem los contenedores trajeron al país un neto de 13.617 millones para el bienio 90/91. Toda una premonición.