Domingo, 13 de enero de 2013 | Hoy
ECONOMíA › OPINION
Por Alfredo Zaiat
Las finanzas provocan a quienes no están vinculados con ese mundo permanentes gestos de sorpresa por la exuberancia de riquezas construidas en la especulación y una percepción de invencibilidad de sus protagonistas. A quienes no son parte activa pero mantienen estrechas relaciones con ese poder, como empresarios, políticos y analistas, la atracción transcurre en el deseo de imitarlos o en la aspiración de encontrar la oportunidad de realizar ganancias fáciles, las mismas que disfrutan financistas. Así van construyendo vínculos que terminan subordinándolos a la fascinación ofrecida por el poder financiero.
La característica del tratamiento de la deuda con el mercado local e internacional, con los organismos multilaterales de crédito (Fondo Monetario, Banco Mundial, Club de París), o con acreedores privados como los fondos buitre, brinda señales sobre cuál es el tipo de conexión pretendido con el poder financiero. Socios subordinados a sus intereses por esa aura de superioridad que brinda la prepotencia del dinero contado por millones, o la búsqueda de una relativa autonomía para negociar con la premisa de que no necesariamente se debe aceptar todo lo exigido por el mundo de las finanzas.
Cuando se desarrolló el proceso de reestructuración de la deuda en default en 2004-2005, luego las tratativas por el pasivo impago con los países miembros del Club de París y ahora los litigios judiciales con fondos financieros dedicados a operaciones muy especulativas denominados “buitres”, ha irrumpido el grupo de políticos, empresarios y analistas que piensa, convencido o por comunión de negocios, que la única y mejor estrategia es cumplir con cada una de las exigencias de los financistas. No importa si son justas, desproporcionadas o abusivas. El mensaje que transmiten es que ante el mundo de las finanzas lo que corresponde es tenerlos de aliados, o sea subordinarse, porque sus miembros son poderosos y, como lo son, conviene seducirlos.
Desafiar ese mandato político-económico no es sencillo en un largo ciclo de la economía mundial dominada por las finanzas globales. Esa dificultad queda expuesta en los obscenos rescates de millones a la banca en Estados Unidos y Europa mientras programas sociales y derechos laborales son recortados. También en las cada vez más inofensivas cumbres de países del G-20 con discursos de regulación del capital financiero y acción política insustancial para concretarla. Ya sea por debilidad, falta de audacia política o por ser parte del poder financiero, gobiernos de las potencias no se animan a establecer otro orden en las finanzas globales.
La defensa ante los tribunales de Nueva York por demandas de fondos buitre que rechazan soluciones de mercado o ante el Tribunal del Mar de Hamburgo para recuperar la Fragata Libertad embargada por un juez de Ghana amigable con los buitres es un comportamiento disruptivo en el mundo de las finanzas. Rechazar la desmesura del poder financiero es una ruptura en términos políticos de lo que ha sido naturalizado. Esto no implica desconocerlo, rehusar tran-sacciones de deuda bajo las reglas del mercado o cumplir religiosamente cada uno de los vencimientos de deuda. Es simplemente intentar ganar márgenes de autonomía en el dominio de las finanzas
Considerar normal la aceptación de todas y cada una de las exigencias del mundo de las finanzas explica el desvarío de la propuesta de colecta para pagar el embargo de la Fragata Libertad, o la liviandad de proponer pagar los 1300 millones de dólares reclamados por los fondos buitre porque no es tanto dinero, o sugerir la aceptación sin negociar las condiciones de refinanciación de la deuda con el Club de París, o juzgar que Argentina debe aceptar la auditoría de la economía por parte del FMI para, en definitiva, seguir sus recomendaciones. Mauricio Macri, integrante de la familia liderada por Franco que, según Forbes Argentina, reúne una fortuna de 370 millones de dólares merecedora de la pregunta Darín, fue quien resumió esa postura conservadora con dos frases: “Habría que pensar una manera de salir del lugar de deudores, de incumplidores”; y “hay que regularizar nuestra situación con el mundo”.
Ambas definiciones representan la histórica posición de la elite empresaria local con eco entusiasta en grandes medios y en diversas fuerzas políticas. Además de tener como premisa principal pagar la deuda sin importar las condiciones ni cómo hacerlo, el mundo de las finanzas es para ellos atractivos por la posibilidad de endeudarse en forma creciente, situación esperada por los banqueros porque así pueden ejercer su poder con prepotencia al momento de la refinanciación. El economista Marcos Leonetti del diario digital La economía online calculó que desde que Mauricio Macri ocupa la Jefatura de Gobierno el endeudamiento de la Ciudad de Buenos Aires aumentó en 227 por ciento. Estimó que en 2007 los intereses de la deuda externa eran 40 millones de dólares anuales y ahora superan los 120 millones. En esa misma línea, el auditor general de la Ciudad, Eduardo Epszteyn, elaboró el informe “La deuda pública en el contexto de la política fiscal de la Ciudad 2008-2013” señalando que el resultado de este endeudamiento genera dos consecuencias inmediatas de carácter oneroso para las finanzas de la Ciudad: la primera es el incremento de la relación intereses pagados/stock de deuda, que crece de 7,05 a 10,78 por ciento, lo que significa un encarecimiento de la deuda en un 39 por ciento. Y la segunda condición de deterioro del perfil de endeudamiento es el crecimiento de la relación entre los intereses pagados y los ingresos corrientes, de 1,06 a 2,03 por ciento, un incremento del 81,3 por ciento en el indicador que permite observar el esfuerzo de afrontar los intereses con los recursos corrientes. La estrategia de endeudamiento de la gestión macrista es colocar bonos con vencimiento posterior al final del actual mandato, para que el próximo gobierno tenga que hacer frente a esa pesada carga.
Esta ha sido la práctica tradicional del neoliberalismo en el ciclo de endeudamiento argentino iniciado en 1976 que estalló en el 2001, dejando al descubierto la preeminencia de las finanzas sobre la economía real y, además, la subordinación de políticos a convalidar la lógica de valorización del capital.
El default de la deuda, su renegociación con quita de capital, reducción de la tasa de interés y extensión del plazo, la cancelación total de la deuda con el FMI que desalojó la supervisión de la economía por parte de ese organismo internacional, la defensa en los juicios de multinacionales contra el país en el Ciadi y la pretensión de intervención de tribunales locales antes de abonar sentencias en contra pronunciadas por ese tribunal parcial, la disputa judicial con los fondos buitre resistiendo con éxito 28 embargos de activos públicos, constituyen una forma no habitual de vincularse con el poder financiero. Con no pocas complicaciones y rechazos de sectores influyentes, sus resultados favorables en términos económicos y jurídicos, como quedó demostrado con la Fragata Libertad y en la revisión del fallo del juez Thomas Griesa en Nueva York, facilitan la exhibición de quienes prefieren la sumisión y la comunidad de negocios con el mundo de las finanzas.
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