Miércoles, 6 de septiembre de 2006 | Hoy
Por Maximiliano Montenegro
Contra todas las críticas de los economistas más ortodoxos, los acuerdos de precios demostraron ser efectivos. Conocidos ya los números de agosto, es seguro que la inflación anual será de un dígito –inferior al 10 por ciento–, una meta que en privado el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, había prometido alcanzar al presidente Kirchner. Para entender la trascendencia del resultado, la inflación de 2005 fue de 12,3 por ciento, pero en diciembre último la mayoría de los analistas agoraba que este año rondaría entre el 15 y 20 por ciento.
Los profetas de la city hablan por estos días de una “inflación reprimida”, que tarde o temprano explotará hasta su “nivel real”. Sin embargo, ¿cuál es el nivel real de la inflación? En la versión de los gurúes, “la brecha entre la inflación medida por el IPC y la que hubiera tenido lugar sin acuerdos de precios”. Nada más alejado de la realidad. La inflación es costos, pero en Argentina también es “expectativas”. Dichas expectativas se forman, en gran parte, mirando la inflación pasada medida por el IPC. Si todos los agentes económicos esperan un IPC más bajo por efecto de los controles, entonces su expectativa de inflación será menor. A manera de profecía autocumplida, por eso también la inflación es y será menor.
Las expectativas son parte de la realidad. Las paritarias salariales de este año cerraron con el techo del 19 por ciento porque, más allá de la presión oficial, sindicatos y empresarios confían se hallaba bajo control. Si nadie lo creyera, los reclamos salariales no hubieran bajado del piso del 30 por ciento.
Al quebrar las expectativas inflacionarias, el Gobierno ganó grados de libertad (la mitad de la deuda se ajusta por inflación) y evitó la indexación generalizada de contratos que –a diferencia de otros países– en Argentina siempre terminó mal.
La otra conquista de la política antiinflacionaria es su impacto distributivo. En los primeros ocho meses del año, la canasta básica de alimentos se encareció 1,7 por ciento, una cifra que contrasta con la proyección de una inflación de alimentos superior al 20 por ciento anual que exhibían los índices hacia finales del año pasado.
Pese a lo anterior, el horizonte no luce despejado, ni mucho menos. Así como en años anteriores la inflación golpeaba más a los pobres (por las remarcaciones en alimentos), en el 2006 el hachazo cae directo sobre la clase media, consumidora de servicios: colegios privados, expensas, alquileres, prepagas, restaurantes, pasajes de avión, taxis. Y todavía faltan las tarifas públicas, que el Gobierno planea descongelar empezando por las familias de ingresos medios para arriba.
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