Lunes, 17 de marzo de 2008 | Hoy
EL MUNDO › A CINCO AñOS DE COMENZADA LA GUERRA
Por Raymond Whitaker y Stephen Foley *
Desde Londres
Hace cinco años el mundo estaba al borde de la guerra. El 16 de marzo de 2003 los inspectores de las Naciones Unidas recibían una advertencia de Washington: debían dejar Irak en 48 horas. Casi 100 horas después, el 20 de marzo, los bombardeos empezaron. El momento por el que habían trabajado tanto los neoconservadores del gobierno de George Bush, con el apoyo moral de Tony Blair y José María Aznar, finalmente había llegado.
“Creo que la destrucción del poder militar de Saddam Hussein y la liberación de Irak será pan comido”, había dicho unas semanas antes de la invasión Kenneth Adelman, un referente del neoconservadurismo de EE.UU. y tuvo razón. Apenas un mes después de la primera bomba, la estatua de bronce de Hussein de la plaza Firdaus en Bagdad se desmoronaba. Sin embargo, ésa fue la única predicción de los halcones del gobierno estadounidense que se convirtió en realidad.
Nunca se encontraron las armas de destrucción masiva que habían servido de excusa en Washington, Londres y Madrid para invadir el país árabe. El Pentágono lo reconoció la semana pasada. “Ninguno de los más de 600 mil documentos iraquíes capturados muestran alguna evidencia de que el régimen de Saddam Hussein tuviera algún vínculo activo con la red terrorista Al Qaida o con su líder, Osama bin Laden”, explicó un comunicado militar.
En 2008, cinco años después, todavía hay más tropas estadounidenses en Irak que durante la invasión y todavía no hay una estrategia de retirada en el horizonte. El ministro de Defensa británico reconoció recientemente que no pudo retirar todo el contingente como estaba planeado. Aún hay cuatro mil soldados en el terreno, cuando, según el cronograma de retirada anunciado el año pasado por el primer ministro Gordon Brown, debería haber sólo 2500. Hasta ahora, 3987 soldados estadounidenses y 197 británicos murieron en la guerra.
Entonces, cinco años después, ¿quién podría decirse que ganó la guerra? Con certeza no los iraquíes civiles. Según las estimaciones más moderadas, al menos unos 90 mil hombres, mujeres y niños han muerto desde el 20 de marzo de 2003. Otros relevamientos han llegado a multiplicar esa cifra por cinco o seis. Lo que es seguro es que dos millones de iraquíes han huido en los últimos años y que una cantidad similar dejó sus casas y vive como refugiado en alguna parte del país.
Durante el gobierno de Saddam los barrios en Bagdad sufrían cortes de luz diarios que podían durar hasta ocho horas. Hoy no pueden esperar más que ocho horas de energía eléctrica por día. La nueva estrategia estadounidense, conocida como “surge”, redujo el número de asesinatos en la capital, pero todavía hay un promedio de 26 por día. La lista continúa. Tampoco los optimistas promotores de la guerra, como Adelman, salieron bien parados. Para octubre de 2006, el neoconservador ya reconocía: “Estamos perdiendo en Irak”. El más arrogante de todos, el ex secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, perdió su lugar en el segundo gobierno de Bush. Su antiguo vice, Paul Wolfowitz, famoso por haber dicho que habían utilizado el argumento de las armas de destrucción masiva porque era el único tema en el que se puso de acuerdo toda la burocracia de Washington, también cayó en desgracia cuando tuvo que renunciar a la Presidencia del Banco Mundial por ascender a su novia. El Senado todavía se niega a confirmar a John Bolton, otro conocido neocon, como embajador ante la ONU. Siguiendo la lista, George Bush es el presidente estadounidense más impopular de los últimos tiempos. Blair, su compañero en esta aventura, ya se fue y Aznar, el aliado menor, también.
Los principales ganadores en esta partida son Irán y Al Qaida. Nadie en Washington parece haber previsto que al derrocar a Saddam –un antiguo aliado frente a la Revolución Islámica iraní– fortalecerían a la etnia mayoritaria en Irak, los chiítas, o que muchos de ellos buscarían apoyo en la mayor nación chiíta del mundo, Irán. Quizá por eso ahora Estados Unidos insiste en que Teherán da rienda suelta a sus aspiraciones nucleares, a pesar de que sus informes de inteligencia aseguran que la investigación se frenó hace años.
En cuanto a Al Qaida, nunca había conseguido establecer una base firme en Irak hasta la invasión. Además, mientras Estados Unidos está preocupado por la guerra en ese país, puede fortalecerse y expandirse en el otro conflicto post 11-S, Afganistán.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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