Domingo, 3 de agosto de 2008 | Hoy
EL MUNDO › UN CIERRE TARDIO PARA EL FRACASO DE LA GUERRA DEL LIBANO
La demorada decisión de Olmert no da lugar a un recambio inmediato, sino que abre lo que puede convertirse en una larga transición. Kadima no tiene la fuerza necesaria como para retener el poder sin alianzas con el centroderecha.
Por Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
El por muchos esperado anuncio del premier Ehud Olmert, en el sentido de que no se presentará como candidato en las próximas elecciones internas de su partido, Kadima, implica el final de su liderazgo y, por ende, el inicio de la transición hacia un nuevo gobierno. La decisión es vista en Israel como una culminación tardía de la guerra del Líbano librada en 2006. Si los magros “resultados” de esa contienda militar no provocaron entonces la renuncia de Olmert, como ocurrió en el caso del entonces ministro de Defensa, Amir Peretz, y del jefe del ejército, Dan Halutz, la culminación de los dos años de supervivencia política, en un clima de desconfianza pública inaudito, ha sido precipitada por los numerosos escándalos de corrupción en que el primer ministro ha estado involucrado en las últimas semanas.
La demorada decisión de Olmert, sin embargo, no da lugar a un recambio inmediato, sino que abre lo que puede convertirse en una larga transición. Esto es así dado que los dos candidatos más probables a reemplazar al actual premier como líder del partido de gobierno, la canciller Tzipi Livni, y el ministro de Transportes, Shaul Mofaz, no tienen garantizado el apoyo parlamentario necesario para sostener la continuidad, tras el recambio de su cabecera, del gobierno de Kadima. Sin el sostén sustancial de uno o varios partidossocios, la fuerza política creada por Ariel Sharon carece de la capacidad de dirigir el país. Y es esta debilidad estructural la que explica la brecha existente entre su imagen pública de partido de centro, moderado, y sus alianzas con sectores de derecha que condicionan su margen de ejecución de programas y promesas preelectorales atractivas. Así, a modo de ejemplo, ya en el 2006 la prometida retirada de los asentamientos judíos en Cisjordania fue rápidamente reemplazada por la aventura bélica en el Líbano, el cerco y embargo absolutos de la Franja de Gaza y la escalada de la tensión en las relaciones con Irán. Con esa línea militarista es razonable identificar a Shaul Mofaz, lo que explica su mayor probabilidad para formar una coalición gubernamental con sectores de derecha como el partido Shas, Israel Beiteinu o los partidos ultranacionalistas que representan a los colonos de Cisjordania. Sin embargo, ante la opción de un llamado a nuevas elecciones, su potabilidad frente a una competidora como Livni es más que endeble.
La otra parte de la ecuación, lógicamente, indica que la actual canciller no tendría la virtud de asegurar la continuidad del gobierno de Kadima si fuera elegida como reemplazante de Olmert en las elecciones internas de ese partido, programadas para septiembre próximo. Se estima que Shas, un partido religioso de base popular pero cuya dirigencia se opone a “renuncias” territoriales como maniobra para conseguir mejores tajadas presupuestarias, se retiraría de la coalición en caso de que Livni ganara la disputa electoral en el partido gobernante. Su imagen moderada, apuntalada por el hecho de que es la responsable de las conversaciones con la dirigencia de la Autoridad Palestina (AP) destinadas a llegar a un acuerdo basado en el principio de “dos estados para dos pueblos”, juega en su contra a la hora de negociar con los posibles socios parlamentarios. Pero, por el contrario, la favorecería si la transición se extendiera hasta la disolución del actual Parlamento (Knesset) y la realización de elecciones generales, en tal caso previstas para marzo de 2009.
La distancia que separa la dinámica partidaria interna, en la que prevalece la tendencia al nacionalismo intransigente, del imaginario público general, en el que habría mayoría a favor de una solución negociada con los palestinos, ha sido reflejada por las últimas encuestas. Un sondeo de opinión publicado el último viernes por el diario Haaretz arroja como resultado que, en caso de que las elecciones al Parlamento se efectuaran ahora, Tzipi Livni obtendría una mayoría de 26 mandatos, contra los 25 que cosecharía Benjamin Netanyahu. Así, por primera vez en varios meses, el líder del principal partido de la oposición, el Likud, perdería el primer puesto indiscutido a manos de la actual canciller. El logro contrasta –no está de más insistir– con la desventaja de Livni con respecto a Mofaz entre los 75.000 afiliados del partido de gobierno, y podría cambiar la relación de fuerzas entre ambos candidatos. Por otro lado, la misma encuesta señala que Shaul Mofaz no tiene chance siquiera de acercarse a los niveles de apoyo de los que goza Netanyahu en un comicio nacional, si éste se realizara actualmente.
Si este cuadro de situación se mantiene hasta fines de septiembre, cuando concluirán las elecciones internas de Kadima, sus consecuencias sobre el sistema político serían considerables. En primer lugar, el principal socio de la actual coalición gubernamental, el Partido Laborista, no se apresurará a generar un escenario que desemboque en nuevas elecciones, dado que en ningún caso supera los 17 mandatos (en el mejor de los casos) y su líder (y actual ministro de Defensa), Ehud Barak, apenas roza el 8 % del apoyo de los ciudadanos israelíes como candidato a próximo primer ministro. Se trata de casi un cuarto del respaldo favorable a Livni (22 %) y menos de un quinto del conseguido por Netanyahu (29 %). Este dato expresa la malograda intención del líder laborista por mejorar su reputación, ya que fue Barak quien impulsó a Olmert a dar un paso al costado cuando, en medio de las acusaciones por corrupción contra el premier, le planteó el ultimátum de llamado a elecciones internas de Kadima, pues de lo contrario provocaría la disolución de la Knesset. Pero tanto para los afiliados laboristas como para el grueso de la población, el tardío paso de Olmert no le dio al ministro de Defensa el fruto esperado. En cambio, sus consecuencias lo ubican hoy como el mayor perdedor de la jugada.
El balance entre la principal fuerza opositora y el principal socio de gobierno, favorable al Likud y contraproducente para el Partido Laborista, inducirá tanto a Barak como a Netanyahu, cada uno por separado, a invertir ingentes esfuerzos para que Shaul Mofaz sea coronado como sucesor de Ehud Olmert al frente de Kadima. Tal aspiración compartida por ambos líderes, además, se entiende mejor si se toma en cuenta que la mayoría del público prefiere claramente la convocatoria a elecciones antes que un nuevoviejo gobierno bajo la misma composición parlamentaria pero con un nuevo titular del partido dominante. En tal sentido, de acuerdo a los registros de opinión, gran parte de la sociedad expresó su alivio y alegría ante el anuncio del retiro efectuado por Olmert. Las noticias sobre las presuntas donaciones ilegales, las cuentas dobles en concepto de viajes al exterior aprovechados para fines personales y/o familiares, el dispendio de fondos públicos en hoteles y restaurantes de lujo, todas esas acusaciones contra el premier israelí terminaron por enterrar la poca misericordia que aún le prodigaban algunos círculos al avezado experto en supervivencia política.
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