Miércoles, 20 de agosto de 2008 | Hoy
EL MUNDO › DEL SOCIALISMO CON ROSTRO HUMANO APLASTADO POR LOS TANQUES SOVIéTICOS AL FESTIVAL DE CONSUMO
Hoy se celebrará la conmemoración oficial de aquel trágico 20 de agosto de 1968, cuando las fuerzas del Pacto de Varsovia bajo mando soviético invadieron la entonces república de Checoslovaquia para dar fin a la denominada Primavera.
Por Vicente Romero
Desde Praga
Hoy los tanques volverán a hacerse presentes en la ciudad de Praga, como hace 40 años. Pero nadie los mirará con temor ni odio. Porque no serán extranjeros, sino del ejército checo. Y los disparos al aire que efectuarán con munición de fogueo formarán parte de la conmemoración oficial de aquel trágico 20 de agosto de 1968, cuando las fuerzas del Pacto de Varsovia bajo mando soviético invadieron la entonces república de Checoslovaquia para dar fin a la denominada Primavera de Praga.
Fue uno de los acontecimientos que marcaron la segunda mitad de siglo XX. El bloque socialista acudía a aplastar el intento de evolución democrática de uno de sus miembros, imponiendo la disciplina soviética. Y el sueño de evolución de los comunistas checos bajo la dirección de Dubcek hacia un socialismo con rostro humano quedó roto, ahogado por la aplicación manu militari del concepto de soberanía limitada acuñado en Moscú.
Con Europa partida en dos por la Guerra Fría, los cambios planteados en Praga significaron una vía de esperanza para la izquierda mundial: un Partido Comunista gobernante iniciaba una tímida liberalización económica y, sobre todo, una reforma política de gran calado con desaparición de la censura, liberación de presos políticos y libertad religiosa, reconocimiento del derecho de huelga, admisión de partidos políticos (siempre que no cuestionaran el sistema socialista) y sindicatos independientes.
Pero a las once de la noche del 20 de agosto de 1968, tropas de la URSS, Hungría, Polonia, la RDA y Bulgaria violaron las fronteras checoslovacas. La invasión causó entre ochenta y doscientos muertos, según distintas estimaciones. En total, 29 divisiones, 7500 tanques y un millar de aviones –el doble de los recursos militares empleados por los soviéticos en Hungría, doce años antes– acudieron a liquidar las ilusiones democráticas del pueblo checoslovaco.
No derrocaron al gobierno del Partido Comunista, sino que lo convirtieron en su prisionero político –con la complicidad del sector ortodoxo checo– y lo obligaron a rectificar, emprendiendo una normalización que significó la vuelta de la censura de prensa, el férreo control estatal sobre todas las actividades y una represión implacable. Tanto que, al cabo de un año, medio millón de militantes habían sido expulsados del Partido Comunista.
La purga evocó los fantasmas del stalinismo, con los procesos de 1948 que sufrió y describió Arthur London, y que fueron recreados por Costa Gavras, con Yves Montand, en el film La confesión.
Desde la caída del Muro de Berlín y el derrumbamiento del bloque socialista, las calles de Praga se han transformado radicalmente, fruto de otra invasión triunfante, de mayor calado, que ha impuesto su dominio sobre los destinos de sus ciudadanos. A los tanques los han reemplazado los bancos, los implacables comandos capitalistas. Apenas ha quedado un solo comercio checo en las calles del centro de la bellísima capital centroeuropea.
Los bajos de todos sus edificios están ocupados por tiendas de las grandes firmas multinacionales, tentáculos del despiadado pulpo financiero que abraza al Estado liberal, gobernado por una derecha cuyos únicos valores sólidos se identifican con los valores bursátiles. Praga se ha convertido en una de las ciudades con mayor número de casinos del mundo. Y las legiones de turistas que estos días infectan las calles donde paseó Kafka acuden en grupos a visitar un siniestro museo del comunismo, que comparte edificio con un casino y un restaurante de McDonald’s: una visión negra de la historia, el azar de las apuestas y el colesterol de la comida basura, todo acorde con las mismas bases ideológicas.
Aquel socialismo en libertad soñado cuarenta años atrás ha sido engullido por una despiadada libertad de mercado, y ha desaparecido en el turbulento remolino del consumismo desenfrenado como única finalidad en la vida. ¿Socialismo de rostro humano? En Praga ya nadie sabe qué quiso decir aquello, nadie recuerda los viejos ideales, nadie pretende cambiar el mundo. En el resto de Europa, tampoco. La derrota de agosto de 1968 permanece; la victoria ha acabado siendo de los enemigos mortales de quienes triunfaron entonces. Lástima de sueños perdidos.
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