Miércoles, 20 de agosto de 2008 | Hoy
EL PAíS › COMENZó EL JUICIO CONTRA QUINCE ACUSADOS POR LA TRAGEDIA DE CROMAñóN
Los imputados –Chabán, Callejeros, policías y funcionarios municipales– se sentaron en una fila, separados por un vidrio blindado del público. Hay cuatro abogados querellantes, cada uno representante de un grupo de familiares y con una acusación diferente.
Por Horacio Cecchi
El camino está vallado en toda su extensión. A cada paso, uniformados que rodean, vigilan, revisan con detectores de metales. El camino se inicia en la puerta de Tribunales, sobre Lavalle, continúa por dentro del Palacio de Justicia, deriva en una jaula y finaliza en las puertas mismas de la sala de la Cámara Federal (donde se realizó el Juicio a las Juntas), seccionada en dos grandes áreas por vidrios blíndex. De un lado el público, del otro el juicio. ¿Metáfora del largo camino hasta alcanzar justicia o síntesis práctica para lograr aplicarla? Desde ayer, al menos, podrá decirse que el para muchos impensable juicio a Cromañón finalmente se inició. Un hito jurídico que para una sociedad escaldada por la injusticia y la corrupción sonaba a utopía. Ahora que comenzó, muchos padres todavía guardan la recelosa idea de que es una puesta en escena, una teatralización. Sólo al término del juicio se encontrará respuesta. Por ahora, la causa, compleja, se complica. Son quince acusados (además de la ciudad y el Ministerio de Interior por demanda civil); cuatro grupos de querellantes y la fiscalía. Cada parte acusadora acusa diferente, y cada parte defensora, se verá, defiende diferente. En el centro del escenario, Omar Chabán recibió acusaciones que van desde homicidio simple hasta estrago doloso por el mismo hecho. A su lado, los integrantes del grupo Callejeros pasaron del homicidio simple a siquiera ser mencionados en la acusación por otros dos grupos de querellantes. El grupo mayoritario acusó por homicidio simple a 14 de los 15 imputados. Y en el caso del fiscal, fueron 11 acusaciones por estrago doloso.
El debate se inició y se desarrollará en la sala del Juicio a las Juntas, de la Cámara Federal, cedida al Tribunal Oral 24 para realizar las audiencias. Está integrado por los jueces Raúl Llanos, María Cecilia Maiza y Marcelo Alveró. Ayer fue la primera audiencia y está contemplado que continúe este viernes y posteriormente todos los lunes, miércoles y viernes, hasta que finalice. Siete meses calculan. Trescientos cincuenta testigos, dicen.
La audiencia, pautada para iniciar a las 10, demoró casi dos horas. Bastante antes del inicio, Tribunales ya estaba rodeado por patrulleros, policías, vallas, sin llegar a complicar el movimiento del entorno más que en la curiosidad que despertaba. La puerta sobre Lavalle fue clausurada y asignada sólo para el ingreso al juicio. Por Talcahuano, colgados de las verjas de hierro del edificio asomaban los carteles reclamando “cárcel para Ibarra, Chabán y todos los responsables”. Enfrente, sobre la plaza, jóvenes que apoyan al grupo de rock desplegaban su imaginería. Horas más tarde se trenzarían a las trompadas con el tío de uno de los fallecidos y habitual personaje en las reuniones vinculadas a Cromañón (ver página 4). Por Uruguay, otro vallado se desplegaba para abrir paso a los protagonistas.
Un rato antes de las 10, la sala de audiencias ya tenía un visitante. Omar Chabán. Fue el primero en llegar. Rapado. Se sentó sobre la hilera de bancos más lejanos al estrado judicial, el que se desplegaba contra el vidrio como si éste fuera su respaldo (metafórico y real). Se ubicó en la silla del centro. Llevaba una bolsa de nylon de la que más tarde, en el intervalo del mediodía, sacaría un tupper con su frugal almuerzo, huevo duro, arroz, y agua mineral.
Da la curiosidad de que después de él llegaron los Callejeros. Lo curioso no fue que hubieran llegado después del empresario, sino que se sentaron junto a él pese a las notorias diferencias en sus estrategias defensistas que consisten en disipar las acusaciones sobre las cabezas del otro. El primero en pasar del grupo fue el guitarrista Maximiliano Djerfy, que no tuvo mejor lugar para sentarse que junto a Chabán, a su derecha. Enseguida pasó el escenógrafo, Daniel Horacio Cardell, que en lugar de sentarse junto a Djerfy, se ubicó junto a Chabán, a su izquierda. De ese modo, Chabán, queriendo o no, comenzaba a colocarse por sí mismo en el centro de la escena. Siguieron, después, hacia la izquierda, el guitarra Elio Rodrigo Delgado, el baterista Eduardo Arturo Vázquez, el bajista Christian Eleazar Torrejón, el saxo Juan Alberto Carbone, el líder de la banda, Patricio Rogelio Santos Fontanet, y el ex manager Diego Marcelo Argañaraz.
Del otro lado de Chabán, a la derecha de Djerfy, se ubicaron Carlos Rubén Díaz, subcomisario de la comisaría 7ª, y a su derecha, su ex superior, el comisario Miguel Angel Belay. En ese orden, siguieron Raúl Alcides Villareal, ex jefe de seguridad de Cromañón y mano derecha de Chabán; el abogado Gustavo Juan Torres, ex director general de Fiscalización y Control; Fabiana Gabriela Fiszbin, psicóloga, ex subsecretaria de Control Comunal. Del otro extremo, lejos, llamativamente lejos de Fiszbin y Torres, segunda de éste en la Subsecretaría de Control Comunal pero en apariencia queriendo ser la quinta o la décima, la otra funcionaria porteña enjuiciada, Ana María Fernández.
En la segunda y tercera línea en dirección al estrado, se desplegaban primero los abogados defensores, y luego las cuatro querellas (José Iglesias, Patricio Poplavsky, Mauricio Castro y María del Carmen Verdú) y la fiscalía, representada por Jorge López Lecube. Más allá, el estrado del TOC 24.
Del otro lado del blíndex, el oral y público. Ciento setenta y dos espacios en butacas o bancos en los que se apretujaron los familiares en el piso central, más un palco, a la izquierda de la sala, con unos treinta espacios. En total, alrededor de 200 lugares reservados para familiares. Siendo cuatro representaciones, divididas precisamente porque entre todos los familiares de víctimas no hubo acuerdo total y a veces ni parcial, lo complicado fue la repartición, que primero consistió en una división por cuatro y después tendió a ser una repartición proporcional a sus representados, Iglesias, Poplavsky, Castro, Verdú, en ese orden numérico. Dos televisores plasma ubicados a ambos costados de la sala, en lo alto, permitían al oral y público observar las escenas y los rostros de los acusados del otro lado de la pared transparente. Otros dos plasmas conectados a la imagen se ubicaban fuera de la sala, dentro de la jaula que disponía de varios bancos pero que no fue utilizada en exceso.
El otro palco, a la derecha, fue reservado a la prensa, con mucho espacio pero sólo dos bancos para una veintena de medios gráficos. Ni una mesa para apoyar apuntes.
El piso superior fue reservado a los familiares de los acusados y de las víctimas que defienden a Callejeros.
La audiencia se inició a las 11.49, cuando ingresaron los jueces y el presidente Llanos dio por iniciado el juicio. Luego siguieron algunas especificidades jurídicas, como detalles sobre algunos testigos que por fallecimiento o problemas psiquiátricos no serían de la partida. Uno de ellos hubiera sido de radical importancia: Ana María Sandoval, fallecida a principios de agosto por un supuesto problema gastrointestinal, empleada en Cromañón y testigo de las denunciadas coimas entre los organizadores y la Federal. “Sandoval era clave, porque ella declaró que vio al subcomisario de la 7ª (Díaz) recibiendo billetes en la mano de Chabán”, denunció en su momento José Iglesias.
En la sala pesaba el gesto de la muerte. Los ojos de los familiares, absortos, como si describieran sorpresa por un golpe invisible. Algunos mordían los labios. Otros, colgaban la mirada. Algunos bajaban la cabeza. Los más, con signos del paso de cuatro años multiplicados, describían en sí mismos el dolor congelado en instantáneas. En la sala colgaba la sombra de un mazazo, como si todos a su modo hubieran resistido un gesto de vacío durante cuatro años y lo hubieran soltado allí dentro.
Mientras el secretario del Tribunal 24, Julio Di Giorgio, leía la acusación, una cámara, ubicada del otro lado del blíndex, a espaldas de los jueces, grababa los rostros de los acusados y reflejaba esas imágenes en los plasmas, imágenes que los familiares veían y se producía la siguiente y peculiar escena. Cuando la cámara avanzaba sobre el rostro de un acusado, por ejemplo Chabán, los familiares levantaban sus pancartas con sus fotos a la altura de las espaldas de éste y en el plasma aparecía entonces Chabán con un fondo de rostros de esos chicos que habían ido a escuchar el recital a Cromañón, sin saber Chabán que esos chicos estaban detrás suyo porque ni él ni ninguno de los acusados tenía imagen de ningún plasma donde comprobar lo real de tanta virtualidad. Y así con el resto de los acusados. Mientras éstos daban la espalda al público y observaban a los jueces, por detrás suyo, las pancartas y fotos se levantaban como una ola a medida que la cámara se fijaba o paneaba sobre un acusado.
Sólo una mujer, sentada a mitad de la sala, elegante pero a la que se notaba demacrada por el cansancio o el dolor o el cansancio que deja el dolor por tanta espera, acariciaba la foto de alguien, le recorría los labios, los ojos, la frente, la nariz, y vuelta a los labios, los ojos, en un movimiento muy lento y dramático, que arrancaba lágrimas de adentro a cualquiera y acurrucaba la foto contra su rostro, y la mujer seguramente lloró porque qué otra cosa puede hacerse en semejante lugar y en semejante situación que llorar, pero sin lágrimas, o con lágrimas secas o que no se notaban por tan acurrucada que tenía la foto que ocultaba su propio rostro.
En la sala, en la primera audiencia, lo que más se notó fue esa presencia vacía. Después, un grito tres veces, el del presentes los chicos de Cromañón, ya oído durante cuatro años, pero que ayer, aunque sea del otro lado del vidrio, se escuchó por primera vez en una sala de la justicia. Y el grito, y tanta foto, y esa mujer llorando, allí adentro erizaban la piel.
En la primera audiencia se leyeron las acusaciones. La fiscalía acusó a Chabán, Villarreal, los músicos de Callejeros y el subcomisario de la 7ª Carlos Díaz por estrago doloso seguido de muerte y cohecho activo (pasivo en el caso de Díaz). Al comisario Belay por cohecho pasivo, y a los funcionarios Fiszbin, Fernández y Torres, por incumplimiento de los deberes de funcionario público. Entre los querellantes, Iglesias acusó a todos por homicidio simple, menos a Belay (sólo cohecho pasivo), y a Díaz, Chabán, Villarreal y Callejeros además por cohecho activo. Poplavsky acusó a todos por estrago doloso, menos a los funcionarios municipales (por incumplimiento de los deberes). Castro acusó por homicidio simple a Chabán y Díaz, por culposo a los funcionarios municipales, a Belay por cohecho y no acusó a Callejeros. Tampoco lo hizo Verdú, que no acusó a los policías (se trata de un delito de acción pública y no privada), pero sí a Chabán y Villarreal y a los funcionarios municipales por homicidio simple. Un berenjenal.
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