Jueves, 22 de enero de 2009 | Hoy
EL MUNDO › OBAMA DEBERIA EVITAR RESCATES COSTOSOS Y ESCUCHAR A LOS LIDERES COMUNITARIOS
No fueron las primeras medidas, sino los primeros gestos de Franklin Delano Roosevelt los que pusieron en marcha el largo proceso de recuperación. Los esfuerzos para detener la caída de bancos absorbiendo circulante profundizaron aun más la recesión.
Por Ernesto Semán
Desde anteayer, Obama dejó los libros por una buena cantidad de años. Si tuvo tiempo de terminar la lista de autores que mencionó en entrevistas y que incluyó en su página de Facebook, el presidente tendrá alguna idea nueva sobre lo que tiene que hacer de inmediato. Y sobre todo, sobre lo que no tiene que hacer.
Suponiendo que Obama tuviera una consigna colgada en la pared de su oficina para verla cada mañana, ésta debería decir: “No repetir los primeros pasos de Roosevelt durante la Gran Depresión”. Si tuvo tiempo de terminar el libro de Jonathan Alter sobre los primeros cien días de su gobierno (The Defining Moment), sabrá que no fueron las primeras medidas, sino los primeros gestos de FDR los que pusieron en marcha el largo proceso de recuperación. Los esfuerzos para detener la caída de bancos absorbiendo circulante profundizaron aun más la recesión, y tiempo más tarde le dieron más aire a las ideas de Keynes en sentido contrario. Los errores de la administración en los primeros meses reverberaban aun más fuerte en una economía en la que los bancos cerraban diariamente y el desempleo apuntaba al 20 por ciento.
Pero entre otras cosas, lo que le permitió sobrevivir a sus propios tropiezos fue el liderazgo político que supo construir desde el día 1º, y del que Obama parece haber tomado nota. Roosevelt ni siquiera fue a la gala de inauguración y pasó la noche con su jefe de asesores, Louis Howe, diseñando el feriado financiero por tiempo indeterminado que anunció al día siguiente. La radicalidad de su gesto estaba a tono con su entorno: horas antes de su asunción, los gobernadores de Illinois, Nueva York y Pensilvania anunciaban la quiebra de sus estados, al mismo momento en que la banca quebraba en cadena.
En los míticos primeros cien días (Alter, periodista de Newsweek, está escribiendo ahora sobre la primera centena de Obama), el mayor acierto de Roosevelt fue reconocer la magnitud de la crisis, hacer una fuerte crítica al gobierno de Hoover que lo precedía, y construir de inmediato un vínculo carismático entre él y la población. ¿Suena familiar? Hay un solo paso político que Obama aun no dio con el mismo énfasis que FDR: acorralar al Congreso. Roosevelt lo hizo desde sus palabras inaugurales, cuando dijo que si el Congreso no aprobaba sus medidas, pediría “amplias poderes ejecutivos... tan grandes como los que me darían si fuéramos invadidos por un enemigo extranjero”. Fue el párrafo más aplaudido de su discurso.
El desafío para Obama es aún mayor: burocrático y cooptado por intereses económicos variados, el Congreso no sólo puede ser un obstáculo para su programa de recuperación, sino también para su liderazgo político. Precarias como suenan, el arma de Obama para superar ese obstáculo son la participación comunitaria y el rol de las organizaciones civiles a las que el presidente no deja de mencionar. Quien haya visto en sus palabras retórica vacía y no un plan y un conflicto incipiente con los partidos que dominan el Congreso, aún no han visto nada.
Para el presidente, la idea del “recambio generacional” está a mano para delegar en la biología la responsabilidad política. A Obama le sobran argumentos para hacerlo, si no por sus 47 años, por la muestra etaria que hoy es el Senado, y que derivó en la hospitalización de no uno, sino dos senadores que se descompusieron durante el almuerzo en el Capitolio mientras él hablaba, Ted Kennedy y Robert C. Byrd. De Kennedy, Obama recordó, “El estuvo cuando se votó el Acta por el Derecho al Voto”, reivindicándolo pero también poniéndolo en perspectiva: el acta fue aprobada en 1965. Ni qué hablar de Byrd, que a los 91 es el senador que más tiempo lleva en su banca y que entre el ’42 y el ’50 fue un prominente miembro del Ku Klux Klan.
Pero Obama también deberá sumar de su lado a aquellos liderazgos que expresan relaciones claves de los sectores populares con la política, aun si no luce bien en el escenario. La relación entre la comunidad negra y su espacio institucional no es una cuestión menor: por caso, la representación parlamentaria de Harlem –uno de los distritos con más reverberancia histórica para la comunidad negra– ha estado en manos de sólo dos diputados durante los últimos 65 años, un dato condenado en el manual de la democracia liberal, que prescribe a la alternancia como una gran conquista. Pero lo cierto es que Adam Clayton Powell Jr. y Charles Rangel, además de perpetuarse en sus bancas hasta quedar envueltos en denuncias de corrupción, fueron instrumentales en algunas de las reformas sociales más importantes del último medio siglo, y sus oficinas fueron el refugio de quienes no tenían quién los escuchara, ni en el Congreso ni en ningún lado.
Aún si no está enteramente en sus manos, Obama deberá ser creativo y abierto en imaginar el rol que los líderes comunitarios tendrán en el futuro inmediato de su construcción política, a la que ya le quedan 97 días.
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