Sábado, 8 de agosto de 2009 | Hoy
EL MUNDO › CORTOCIRCUITOS OPACAN LA VISITA A MéXICO DEL PRESIDENTE DE HONDURAS
Pese a haber sido recibido por el presidente Felipe Calderón como jefe de Estado de Honduras, protocolo completo incluido, Zelaya terminó su viaje a México casi por la puerta de atrás y con militares mexicanos controlando sus movimientos.
Por Gerardo Albarrán de Alba
Desde México DF
Los recuerdos de aquella noche, cuando el ejército de su país lo levantó de la cama y lo envió a Costa Rica, aún en pijama, debieron volver a la mente de Manuel Zelaya, el depuesto presidente de Honduras. Pero ahora era el ejército mexicano el que lo rodeaba y restringía todos sus movimientos. Pese a haber sido recibido por el presidente Felipe Calderón como jefe de Estado de Honduras –protocolo completo incluido–, Zelaya terminó su viaje a México casi por la puerta de atrás.
La tarde del jueves, Zelaya y su comitiva llegaron al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para abordar el avión que le proporcionó el gobierno mexicano para volar a Managua. En el salón de protocolo del hangar presidencial, Zelaya se dirigió hacia una puerta de cristal que lo separaba de la prensa, pero ya no pudo hacer las últimas declaraciones de la gira. El Estado Mayor Presidencial, el cuerpo militar de elite encargado de la seguridad personal de los presidentes de México, se lo impidió.
Los reporteros ahí presentes no habían sido convocados para cubrir la despedida del mandatario hondureño, porque ni siquiera hubo tal. La prensa que estaba ahí acababa de regresar de una gira del presidente Felipe Calderón por el noroeste del país, en el estado de Tamaulipas. El avión presidencial había aterrizado ocho minutos antes del arribo de Zelaya al aeropuerto. Calderón no esperó a su invitado para despedirse de él, como todos esperaban; en cambio, abordó de inmediato un helicóptero para trasladarse a la residencia oficial de Los Pinos.
El miércoles, Zelaya ya había tenido su primer desencuentro con la derechista administración de Calderón, solidaria en los dichos y los hechos con el gobierno hondureño en el exilio, pero verdaderamente incómodo con un personaje con el que no comulga. Gajes de la democracia, dirían algunos.
En uno de sus últimos actos privados, Zelaya se entrevistó con la secretaria de Relaciones Exteriores mexicana, Patricia Espinosa, quien le habría reclamado al presidente invitado por pronunciarse a favor del ex candidato presidencial izquierdista Andrés Manuel López Obrador, despojado en 2006 de la presidencia de la república mediante el fraude electoral, según la percepción de un porcentaje significativo de la población del país. López Obrador se autoproclamó “presidente legítimo de México” en 2007 y desde entonces recorre el país construyendo nuevas bases sociales con miras a las elecciones presidenciales de 2012.
“A veces es mejor sentirse presidente que serlo”, mencionó Manuel Zelaya en declaraciones públicas, lo que habría disgustado a su anfitrión, que ya ni siquiera se despidió de él, aun cuando tuvo oportunidad de hacerlo. Zelaya negó ante la canciller mexicana haber dicho lo que dijo. “Rechazo de manera contundente dichas declaraciones”, citó la Secretaría de Relaciones Exteriores al presidente de Honduras, en un comunicado de prensa.
El jueves por la tarde, en el salón de protocolo del hangar presidencial, la prensa que acompañó a Calderón en su gira por Tamaulipas vio a Zelaya y le hizo señas para hablar con él; era la última oportunidad para la nota. El presidente de Honduras se acercó sonriente a la puerta de cristal que lo separaba de los reporteros. El también quería aprovechar para hacer declaraciones. Pero un elemento del Estado Mayor Presidencial, que trabaja directamente para el jefe del Poder Ejecutivo de México, le cerró la puerta en las narices.
Zelaya quiso pasar por otra puerta, la que conecta con la sala de prensa, e intentó abrirla, pero estaba cerrada bajo llave. Entonces les dio a entender a los reporteros que iría a la puerta principal, pero el Estado Mayor Presidencial tampoco se lo permitió, pese a que discutió con ellos.
El presidente de Honduras estaba encerrado; otra vez, en manos de militares. El ministro de la presidencia hondureña, Enrique Flores, fue el único que pudo llegar a los reporteros, y justificó el encierro de Zelaya: el mandatario tenía que participar en los actos oficiales que prepararon para su despedida, que forman “parte del protocolo”.
Pero no hubo tales. En su lugar, al presidente de Honduras le recordaron las escenas del golpe de Estado que el gobierno mexicano dice condenar. Así, sin más gestos, Zelaya salió de México casi a las 5 de la tarde, hora local.
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