Jueves, 24 de septiembre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › DOS MUERTOS Y DECENAS DE HERIDOS EN CHOQUES ENTRE POLICíAS Y MANIFESTANTES EN TEGUCIGALPA
Durante toda la madrugada de ayer, cientos de zelayistas salieron en pequeños grupos a levantar barricadas y desafiar el toque de queda. Los rumores de desabastecimiento monopolizaban los medios de comunicación.
Por María Laura Carpineta
Tegucigalpa está militarizada y el presidente Manuel Zelaya, acorralado, pero aun así la dictadura hondureña no logra acallar a la resistencia democrática. Durante toda la madrugada de ayer cientos de zelayistas salieron en pequeños grupos a levantar barricadas y desafiar el toque de queda en los barrios de clase trabajadora de la periferia de Tegucigalpa, la capital hondureña. La policía informó que hubo dos muertos y los organismos de derechos humanos denunciaron decenas de heridos y detenidos. A mitad de la mañana todo había acabado; las calles volvían a quedar desiertas. Pero el presidente de facto, Roberto Micheletti, no respiraba tranquilo. Los rumores de desabastecimiento monopolizaban los medios de comunicación y los hondureños, inclusive los que aplaudieron la caída de Zelaya, se estaban empezando a inquietar. Por miedo a perder su único apoyo social, el dictador levantó el toque de queda durante seis horas e inmediatamente miles de zelayistas recuperaron el centro de Tegucigalpa. La única forma de pararlos fue con más represión, más heridos y más detenciones. Anoche los hondureños se fueron a dormir con un nuevo toque de queda.
Después de la cruenta represión de la madrugada del martes frente a la embajada brasileña y de la contundente condena de la comunidad internacional desde Nueva York, Micheletti retomó su vieja estrategia de ganar tiempo. A última hora del martes, su canciller Carlos López salió en cadena nacional para leer un comunicado. Para sorpresa de los periodistas presentes lo leyó en inglés. El mensaje no era para Zelaya ni para los hondureños. Era para la comunidad internacional. “Estoy listo para conversar con el señor Zelaya, siempre y cuando él reconozca explícitamente las elecciones presidenciales”, aseguró el ministro de facto. La oferta no tuvo eco en el exterior y el único que le respondió fue Zelaya. “Así no hay trato. Si hay elecciones tiene que haber condiciones de igualdad para todos, no persecución para unos y favor para otros”, contestó, en un fluido español.
Una fuente cercana al entorno del presidente legítimo reconoció a este diario que las negociaciones en el interior de Honduras parecen agotadas. En las últimas horas Micheletti recibió el apoyo incondicional de la cúpula empresarial y de los militares, sus dos pilares fundamentales. “El diálogo tiene que existir entre todos los hondureños para que se restaure el clima de paz, pero siempre debe enmarcarse en la legalidad, y lo que sucedió el 28 de junio estuvo dentro de la legalidad”, dijo vía telefónica, sin demasiados rodeos, Amílcar Bulnes, presidente del Consejo Hondureño de la Empresa Privada.
Los acercamientos con los empresarios y los militares habían fracasado; la única herramienta que le quedaba a Zelaya era mantener las protestas en las calles. “El presidente nos pidió que siguiéramos resistiendo, no bajáramos los brazos. Somos el único respaldo que tiene dentro de Honduras”, aseguró el diputado progresista Marvin Ponce. El fue uno de los miles de simpatizantes del presidente derrocado que salieron a marchar no bien escuchó el decreto de la suspensión del toque de queda.
“Fue una manifestación tranquila hasta que, de la nada y sin provocación, la policía apareció y nos empezó a tirar con escopetas y bombas lacrimógenas. Faltaba una hora hasta que se reanudara el toque de queda”, relató a este diario. La represión de la tarde dejó otro centenar de detenidos y, según pronostican los organismos de derechos humanos, más heridos.
La imagen de los manifestantes corriendo y escapando de los gases y los camiones hidrantes no fue la única muestra de desesperación y angustia que dejó la jornada. Mientras miles aprovechaban sus pocas horas de libertad para reclamar por la restitución de la democracia y la paz social en el pequeño y empobrecido país centroamericano, otros miles, igual de preocupados y cansados, hacían interminables colas para comprar comida, nafta o sacar plata del cajero.
La sensación en la calle, tanto de un lado como del otro, era que la pelea venía para largo y había que prepararse. Los militares tienen las principales rutas del país bloqueadas y los negocios permanecen la mayoría del día cerrados, por miedo a disturbios o enfrentamientos en las calles. La capital hondureña está tan desolada que la resistencia zelayista decidió sacar las protestas a las afueras de la ciudad. “No podemos seguir haciendo marchas masivas en el centro si cada vez que salimos nos matan a dos o tres compañeros”, reconoció con tristeza Ponce.
La dictadura está cercada por las presiones del mundo, pero dentro de Honduras eso aún no se siente.
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