Domingo, 28 de febrero de 2010 | Hoy
Por Santiago O’Donnell
Cuando hay ruido un tema plomazo se pone interesante. Por ejemplo, hay ruido con las elecciones de la OEA, La OEA es la Organización de Estados Americanos, un organismo multilateral que agrupa a todos los países de las Américas, una especie de Naciones Unidas continental, pero sin el poder de fuego. Y hay ruido, No sólo por la fundación en Cancún (foto) esta semana de una institución paralela que excluye a Estados Unidos y Canadá, la por ahora llamada Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, o CELC. Hay ruido porque los norteamericanos están inquietos. Bah, los norteamericanos. Para ser más precisos, los que están inquietos son los halcones especializados en la región que revolotean las oficinas pertinentes del Departamento de Estado. El tema es que esos eternos ex funcionarios de administraciones republicanas ya no están en el gobierno, pero parecen dictar las políticas hacia la región desde que impusieron la idea de avalar el golpe de Honduras. Entonces el ruido se escucha en todo el continente.
Artículo del dinosaurio Roger Noriega en El Mercurio de Chile en contra de la reelección del secretario general de la OEA, el chileno Miguel Angel Insulza. Dice que Insulza incumplió su compromiso con Estados Unidos al levantar la suspensión de Cuba y permitir el deterioro de las democracias latinoamericanas. Informe negativo para la continuidad de Insulza del veterano Dick Lugar en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado. Críticas por la rápida expulsión de Honduras de la OEA después del golpe. Quejas porque Estados Unidos financia la mitad del presupuesto de la OEA y aun así no consigue imponer su voluntad. Dictamen negativo del mismo cuerpo parlamentario.
Las elecciones son el 24 de marzo y Estados Unidos ya le anticipó al socialista Insulza que no apoyará su continuidad en el cargo por otros cinco años. A esto hay que sumarle que los demás países de la región tampoco parecen muy conformes con el rumbo de la institución, y por eso acaban de fundar otra en Cancún, supuestamente para reemplazarla. Y sin embargo, a menos de un mes de las elecciones, Insulza es el único candidato.
Cerca de él cuentan que ya se ha asegurado el apoyo de todos los países miembro con la excepción de Estados Unidos. Esa lista va desde aliados otrora incondicionales de Washington, como Canadá y gobiernos de derecha como Colombia, México y Perú, hasta el bloque bolivariano. En el caso de Venezuela la fuente aclara “hasta ahora”, porque Caracas acaba de retirar a su representante de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, un organismo autárquico que funciona bajo la esfera de la OEA, y Chávez acaba de decir en Cancún que la OEA no sirve para nada. Pero hasta ahora Insulza cuenta con su apoyo. Balanceando el rechazo de Washington con el ninguneo bolivariano, sin rivales a la vista, con mucho lobby, mucho café en despachos presidenciales, Insulza parece encaminarse a una reelección segura. Por eso es llamativo el nivel de ruido.
Que haya ruido en las elecciones de la OEA es noticia porque antes no había. Salvo en la anterior, la del 2005, cuando Insulza ganó por primera vez en la historia del organismo sin el apoyo de Estados Unidos. Primero derrotó al salvadoreño Francisco Flores, el candidato de Washington, y luego al mexicano Ernesto Derbez, el candidato “consensuado” con Washington, en sucesivas rondas de votaciones.
Antes no había ruido porque la OEA era un sello de goma de Washington que se activaba cada vez que Estados Unidos necesitaba legitimar una decisión importante en la región, ya sea invadir un país o boicotear a Cuba. Entre una y otra decisión la OEA funcionaba como una burocracia gris, con señores feudales a cargo de distintos proyectos, o sea, presupuestos que poco tenían que ver entre sí. Antes del 2005, en la secretaría política de la OEA, la oficina encargada de trazar las políticas del organismo, funcionaba un programa de dos millones de dólares para la inseminación artificial de ballenas.
Las elecciones para conducir la OEA sólo interesaban al cerrado círculo diplomático, ya que el cargo de secretario general sólo servía para recibir instrucciones de Foggy Bottom y para entrar a formar parte del circuito de cócteles de Connecticut Avenue.
En los últimos años la OEA ha tenido una presencia importante, con aciertos y errores, éxitos y fracasos, en los principales conflictos de la región: el intento de golpe en Bolivia, el bombardeo colombiano en Ecuador, la tensión entre Bogotá y Caracas y, por supuesto, el golpe en Honduras.
“El grupo Río tuvo una actuación muy destacada en el conflicto entre Ecuador y Venezuela, y todas sus resoluciones se fundamentaron en instrumentos legales de la OEA”, declaró hace poco Insulza en la CNN.
Precisamente el Grupo Río, reunido en Cancún, aprobó esta semana una resolución para dejar de ser un grupo itinerante de presidentes y convertirse en una institución con edificios, funcionarios y mecanismos de resolución. Así nació el CELC: para ser como la OEA, pero sin Estados Unidos y Canadá.
El funcionario encargado de la región del gobierno de Obama, Arturo Valenzuela, guarda silencio sobre la elección en la OEA, al menos en público, Pero le dedicó una ironía a la fundación del CELC. Dijo que le parece muy bien, que Estados Unidos no se opone, pero que las agendas presidenciales son limitadas. En otras palabras, la reciente proliferación de organismos multilaterales en la región –Grupo Río, Unasur, Mercosur, Caricom, CAN– no se ha traducido en un mayor grado de institucionalidad de los mecanismos regionales, ya que esos organismos básicamente siguen funcionando a través de reuniones cara a cara entre los presidentes.
Una cosa en fundar el CELC y otra cosa es reemplazar a la OEA. Hasta ahora ningún país ha manifestado la intención de retirarse del organismo con sede en Washington ni tampoco explicado de dónde va a salir el presupuesto del Celc. La OEA cuesta unos 160 millones de dólares por año. Tampoco hay unanimidad en la idea de reemplazar a la OEA. Algunos países como Perú y Costa Rica han hecho saber que prefieren que el Celc funcione como organismo paralelo.
Tampoco es seguro que los países del Celc puedan ponerse de acuerdo en los alcances del nuevo organismo. Lo que algunos interpretan como legítima intervención para suprimir actitudes golpistas, otros lo ven como injerencia indebida en los asuntos internos de un país. En la reunión fundacional, los presidentes de Colombia y Venezuela se cruzaron feo: “sea varón”, “vete al carajo”. Con ese clima es difícil trabajar.
Mientras tanto, por las dudas, está la OEA. Con sus aciertos y errores, fortalezas y debilidades, con la incómoda presencia de Estados Unidos, con su Carta Democrática que tanto cuesta imponer, con sus limitaciones.
Al principio de su mandato Insulza propuso una reforma para que representantes del Poder Legislativo y del Poder Judicial tuvieran acceso al plenario de embajadores, la instancia decisoria de la OEA. La idea sería que hoy en día, en algunos países, es el Poder Ejecutivo el que amenaza la continuidad democrática. Digamos Uribe en Colombia, por mencionar un ejemplo simpático. Abrir las puertas de la OEA a los Congresos y a las Cortes Supremas podría servir para aliviar tensiones y evitar finales indeseados, imaginó Insulza.
“Pero los mismos países que se quejan de que la OEA está dibujada son los que votaron en contra de la reforma con el argumento de que la OEA debe seguir siendo un organismo intergubernamental, entendiendo al gobierno como Poder Ejecutivo”, dijo la fuente.
Esta semana Cristina Kirchner habló de la desilusión que resultó Obama para los países latinoamericanos y del quiebre que se produjo con el golpe de Honduras. Se podrá cuestionar la conveniencia de hacer esas declaraciones, pero no es fácil refutar su contenido. Quien más, quien menos, no pocos líderes de la región piensan lo que opinó la presidenta argentina. Para evitar que el malestar se profundice hay que apelar a los mecanismos de mediación.
Por eso está bueno que haya ruido en la OEA: porque es lo que hay,
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