Miércoles, 29 de septiembre de 2010 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Atilio A. Boron
El pasado domingo hubo en Venezuela varias elecciones. Una fue de carácter nacional, realizada a distrito único, y que eligió los diputados venezolanos que se integrarán al Parlamento Latinoamericano (Parlatino). Otra, la de los diputados de la Asamblea Nacional, fue la sumatoria de un conjunto de situaciones estaduales y en las cuales factores tales como las desafortunadas –a veces impopulares– designaciones de algunos candidatos chavistas y el desprestigio o la indiferencia de las autoridades estaduales jugaron decisivamente en contra de las expectativas oficiales. A nadie se le escapa, además, que las elecciones legislativas invariablemente arrojan resultados distintos de las presidenciales porque en éstas la gravitación de un líder de masas –¡y nada menos que de un líder de la talla de Chávez!– queda mediatizada por las cualidades de sus representantes locales, las más de las veces para su desgracia. Analizar estas dos elecciones, convocadas en simultáneo, nos ofrece un cuadro cuasi experimental que permite calibrar algunos datos de importancia para la caracterización del escenario político que se abre en Venezuela a partir del 26-S.
En las elecciones para el Parlatino el voto popular, expresado al margen de aquellos condicionantes locales, arrojó los siguientes resultados: 5.268.939 para la alianza PSUV-PCV contra 5.077.043 de sus adversarios, o sea 46,71 por ciento de los votos contra el 45,01 del heteróclito conglomerado opositor. En el referéndum del 2007 el chavismo había obtenido 4.404.626 votos, contra 4.521.494 de los partidarios de rechazar la nueva reforma constitucional. De lo anterior se deduce que en la elección del 26-S el gobierno aumentó su gravitación electoral en casi 900.000 votos mientras que la oposición lo hizo en algo menos de 500.000.
En las presidenciales de diciembre de 2006 Chávez fue reelecto con 7.309.080 votos, en contra de la coalición derechista liderada por Manuel Rosales, que se alzó con 4.292.466 sufragios. Obviamente que cualquier comparación de estas cifras debe hacerse muy cautelosamente pero indican algo interesante, al menos como una tendencia: a) que el gobierno se debilita, y mucho, en elecciones en las cuales Chávez no es candidato. Entre 2006 y 2010 hay unos dos millones de votos que se alejaron de las filas bolivarianas, si bien no puede inferirse, a juicio de lo que ha venido ocurriendo desde 1998, que ese alejamiento sea definitivo. Lo más probable es que retornen, inclusive con creces, en las presidenciales de 2012 a condición de que Chávez sea el candidato; b) que, a la inversa, la derecha crece cuando Chávez no compite, pero que su crecimiento parece tener un techo relativamente bajo.
En condiciones muy favorables para ella, que difícilmente volverán a repetirse, apenas araña los cinco millones de votos. En otras palabras, no hay migración del voto chavista hacia la derecha, que era lo que esperaba la reacción. Lo que sí hay es un (comprensible) desencanto de la base bolivariana con algunas ofertas electorales que les hace el PSUV y un (también comprensible) malestar ante los problemas de la vida cotidiana. Pero lo que no hay es una fascistización de los sectores populares, lo cual no es poca cosa.
Hay que tener en cuenta, por otra parte, que fueron varios los factores que operaron en contra de Chávez en estas elecciones y que generaron el malhumor social en contra de algunos candidatos oficialistas: la crisis energética, la inflación, el desabastecimiento, la inseguridad, la ineficiencia en el funcionamiento del aparato estatal, fenómenos objetivos pero que fueron agigantados extraordinariamente por la oligarquía mediática venezolana e internacional en una extensa y costosísima campaña sin precedentes en la región. Pese a todo ello, Chávez obtuvo una cómoda mayoría en la AN y la derecha tiene ahora 20 escaños menos que los que tenía en 2000; y si bien Chávez no podrá obtener de ese cuerpo facultades extraordinarias tiene una mayoría suficientemente amplia como para seguir avanzando en el proceso de transformaciones en el cual se halla inmersa Venezuela. Siempre y cuando, claro está, se tome adecuada nota de los errores cometidos y los grandes desafíos con que se enfrenta su gobierno y, se recuerde, sobre todo, que no habrá de ser la mecánica parlamentaria la que le insufle nueva vida a la Revolución Bolivariana, sino la eficaz tarea de organizar, movilizar y concientizar a las propias bases del chavismo, tareas estas que o bien se encuentran largamente demoradas o fueron realizadas muy defectuosamente. Pero si Chávez ganó en 15 de las 16 elecciones convocadas desde 1998 hay muy buenas razones para suponer que 2012 podría ratificar una vez más tan excepcional desempeño.
* Director del PLED/Centro Cultural de la Cooperación.
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