Sábado, 2 de octubre de 2010 | Hoy
EL MUNDO › DILMA ROUSSEFF FAVORITA FRENTE A JOSé SERRA EN LAS PRESIDENCIALES DE MAñANA
La sucesión de Lula parece haber resistido los embates de la prensa opositora y Brasil llega al día de elecciones con una notable tranquilidad. Todo indica que será un triunfo en primera vuelta del PT.
Por Santiago O’Donnell
Página/12 En Brasil
Desde Río de Janeiro
A un día de las elecciones presidenciales en Brasil cierta sensación de inevitabilidad se apoderó del ambiente político, a partir de la resignada actuación del principal candidato opositor en el último debate de anteayer, la falta de sorpresas de último momento y la resignación que reflejan los principales titulares de los grandes medios. “Debate sin polémica cierra la campaña presidencial”, fue título a toda página y en letras de molde de O Globo, organizador del debate realizado en esta ciudad y transmitido fuera de horario central para hacer lugar a una telenovela.
Así, pinchada, termina esta campaña, como si esto fuera Suecia y no Brasil. Pero esto es Brasil y hasta hace unas horas la campaña ardía con polémica por el inédito enfrentamiento entre el presidente y los principales medios del país, polémica que a su vez disparó el debate de fondo de la contienda electoral. Porque acá, en esta elección, lo que más se discutió fue el Estado. Por un lado la relación del Estado con el presidente y el partido oficialista, y por el otro lado la relación del Estado con un grupo de presión que actúa sobre él para promover su interés sectorial.
En el medio, los candidatos: Dilma Rousseff, del Parido de los Trabajadores, con casi el 50 por ciento de la intención de votos, quedó a un paso de ganar en primera vuelta y más cerca aún de convertirse en la primera presidenta de Brasil; José Serra, del socialdemócrata PSDB, 30-35 por ciento de intención de voto; y Marina Silva, del Partido Verde, 12-15 por ciento de intención de voto completan el podio de presidenciables.
De entrada, Dilma parecía tener el trabajo más allanado. Venía a representar la continuidad de un gobierno con muchos logros para mostrar, empezando por haber sacado a millones de brasileños de la pobreza con políticas sociales, una economía vigorosa y en crecimiento, un boom energético, gran reconocimiento internacional, avances innegables en infraestructura y seguridad, y un largo etcétera que termina con un presidente retirándose con un índice de aprobación altísimo, por encima del ochenta por ciento.
Pero era Serra quien lideraba en las encuestas. Serra había dejado una buena imagen como ministro de Salud y luego de Planeamiento en el gobierno socialdemócrata de Fernando Henrique Cardoso, que antecedió al de Lula, y es recordado por la reforma para la venta de medicamentos genéricos. Fue congresista, intendente de San Pablo, gobernador del estado de San Pablo, primer distrito electoral y bastión de Lula. Perfil amigable, sin los rasgos conservadores del Opus Dei Geraldo Alcklim, el anterior candidato del espacio opositor, derrotado por Lula en 2006.
Entonces Lula se adueñó de la campaña de Dilma, su elegida a dedo. La abrazó, la vendió, la acompañó a todos lados. Dijo que Dilma era del pueblo, que iba a continuar y mejorar lo que él había empezado.
Serra no se animó a enfrentar a Lula. Dijo que él también era un continuador, dijo que quería mejorar los programas sociales del presidente, agregarle un aguinaldo a la Bolsa Familia. La estrategia no funcionó. Dilma empezó a subir, entonces la oposición volvió a su vieja táctica de amplificar escándalos de corrupción a través de su red de medios afines.
Primero encontraron a un empleado de la Reserva Federal –el Banco Central brasileño– que había accedido a las declaraciones impositivas del hijo de Serra y del secretario general de su partido. El empleado era afiliado al PT y la oposición encontró en ello evidencias suficientes para acusar a la campaña de Dilma, aunque la campaña se apuró en contestar que no conocía al empleado. El trasfondo de la denuncia era el supuesto cooptamiento del Estado por parte del PT y los medios opositores martillaron la idea durante semanas.
En la segunda mitad de la campaña apareció la denuncia en contra de dos hijos de la jefa de Gabinete, Erenice Guerra, sucesora y colaboradora íntima de Dilma en el puesto. Guerra fue prontamente renunciada y la investigación sigue su curso, sin grandes revelaciones. Pero Lula, el PT, el gobierno y la candidata del oficialismo fueron blanco de otra andanada mediática, con grandes titulares, como si se tratara del principal tema de la campaña, justo cuando las encuestas empezaban a mostrar que Dilma ganaría en primera vuelta.
Ahí fue cuando Lula dijo basta y salió a acusar, en un encendido discurso, a los grandes medios. Dijo que buscan demonizarlo, que mienten todo el tiempo, que se comportan como un partido político y que ahora quieren hacerle a Dilma lo mismo que le hicieron a él.
Para qué. Los grandes diarios y las cadenas de televisión salieron con todo. Por fin habían puesto al descubierto el costado “autoritario” de Lula, ese que comparte con sus compinches Chávez y el matrimonio K, se relamieron. Insultos, agravios, le dijeron de todo al presidente, hasta indecente no pararon. Denunciaron gravísimos ataques a la libertad de expresión, a la democracia misma.
Las tapas de las revistas de esta semana mostraron las distintas caras del debate. “La libertad bajo ataque”, tituló Veja, usina habitual de los escándalos que reproducen los grandes medios. La imagen de tapa muestra a la estrella roja que simboliza al PT perforando la página de la Constitución brasileña donde figuran los artículos que consagran la libertad de expresión. “Un reportaje de esta edición de Veja refiere los ataques que el ejercicio de la prensa libre viene sufriendo en Brasil, y más radicalmente, en algunos países vecinos, siendo los casos más graves registrados en Venezuela y Argentina. El reportaje muestra que, en Brasil, eso se debe en gran parte a la concepción del mundo de los actuales gobernantes petistas, en los que no cabe el concepto de periodismo independiente”, acusó el semanario desde su página editorial.
“Ellos sueñan con la marcha”, tituló la revista de izquierda Carta Capital. “Desesperada, la oposición trata de evocar fantasmas del pasado, alimentada por los medios”, dice la nota. La imagen de tapa en este caso es una foto de una marcha de 1964 en la que sectores nacionalistas y cristianos pedían el golpe militar que eventualmente llegaría. “La rebelión de Lula contra la prensa es una explosión nacida en las raíces de la historia brasileña y, como tal, secuencia de la epopeya de los oprimidos de este país. Lula desafía un poder que se sustenta en el mito de que es la voz de la sociedad y se sitúa por encima de los conflictos de intereses. Eso, obviamente, una mentira”, contesta la editorial de Carta Capital.
La pelea entre Lula y los medios le costó a Dilma un par de puntos en las encuestas, pero no fueron para Serra sino para la tercera candidata, la ex ministra de Medio Ambiente de Lula. Marina Silva se presenta como referente de una nueva política basada en un pensamiento estratégico para lograr crecimiento e inclusión con medios sustentables. Su discurso y su lenguaje corporal son los de una activista de izquierda, pero su plataforma es difícil de encasillar por su conservadurismo social. Se opone a legalizar el aborto y el matrimonio gay, critica la gestión del venezolano Chávez. Su apuesta es la de juntar los votos de votantes de Lula cansados o desencantados con el PT, para pasar a una segunda vuelta y disputar mano a mano con Dilma la herencia de Lula.
Para frenar el drenaje de los lulistas moderados que se habían asustado con la guerra mediática, Dilma contraatacó declarando que a título personal ella también se opone a legalizar el aborto, por lo que Serra y Marina la acusaron de oportunista. Pero el giro de Dilma, más su decisión de no subirse a la pelea entre Lula y los medios, aparentemente alcanzó para frenar la fuga de votos, según las últimas encuestas.
Todo esto se venía cocinando en la previa al debate de anteayer, por lo que había cierta expectativa de que algo podría pasar. Lo que pasó fue un bodrio.
Serra demostró no ser el perro de presa que tanto necesita una campaña como la que montaron los grandes medios. Se trata de un político respetable, con historia, con una base importante de votos y apoyo partidario. No iba a rifar su trayectoria en una causa perdida. Encorvado, por momentos casi suplicante, prometía, explicaba, y buscaba por todos los medios, casi dolorosamente, no pronunciar la palabra “Lula”.
Marina en su mundo, hablando de modernizar la política y ayudar a los pobres con el trazo muy grueso, sin entrar en detalles.
Dilma, tranquila, repitiendo como una autómata los logros del gobierno de Lula.
Nadie habló de aborto ni de corrupción. Serra hizo una mención al pasar de su respeto por la libertad de prensa y Dilma señaló cuantas veces pudo que el gobierno de Lula fue el más democrático de la historia de Brasil. También aclaró que ella va a gobernar una gran coalición de partidos, que no se va a reclinar solamente en el PT. Cuando le preguntaron directamente por el PT. Dilma no derramó ninguna lágrima. Dijo, simplemente, que sentía orgullo de pertenecer al partido de mayor caudal electoral de Brasil.
Plinio de Arruda, el candidato de la izquierda, se pasó todo el debate promoviéndose como el candidato antisistema y asegurando que nada se va a arreglar en Brasil a menos que se deje de pagar la deuda externa.
Para su crédito, Plinio fue el único que puso en aprietos a Dilma, cuando dijo que todas las donaciones que recibió figuran en la página de Internet de su partido. Dilma recogió el guante y contestó que todas la donaciones “oficiales” del PT también figuran en la página web de su partido. Después intentó corregirse: “Quiero decir que todas las donaciones que recibió el PT son oficiales”. El auditorio estalló en carcajadas. Dilma se mantuvo en sus trece y acusó a los risueños de ser mal pensados, como si las cajas negras de las campañas fueran un invento de la imaginación.
Después, nada. Lo más fuerte que dijo Serra fue que “el gobierno al que pertenece Dilma” había aumentado el impuesto federal de saneamiento y no había invertido ese dinero en obras.
Tras casi dos horas de debate llegó el final y con él cerró la campaña. Fue un final sin clímax, sin grandes peleas, sin drama, sin frases para el recuerdo. Fue como si faltara algo. Es que los dos principales contrincantes, Lula y los medios, lo vieron por tevé.
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