EL MUNDO › DONDE LOS MEDIOS TOMAN PARTIDO Y ES IMPOSIBLE INFORMARSE
El periodismo en el país de las maravillas
Por Juan Jesús Aznárez *
Desde Caracas
Las cadenas de televisión y periódicos privados son el hilo conductor de la huelga general contra la presidencia de Hugo Chávez y, de hecho, el primer partido de la oposición venezolana. El periodismo quedó sepultado por la propaganda y el activismo político porque los dueños y ejecutivos de los medios de comunicación antigubernamentales llegaron a la conclusión de que la neutralidad es chavismo o complicidad; el abecé de la profesión, impracticable, y la entrada en combate, una necesidad. Las arengas sustituyeron a la publicidad comercial en las seis principales cadenas, y los diarios de mayor circulación, El Universal y El Nacional, entre ellos. Todos se sumaron a la huelga declarada el 2 de diciembre. La estatal, en la otra trinchera, es herramienta del gobierno y de sus simpatizantes.
La realidad se conforma a conveniencia y los espacios cedidos al contrincante son casi nulos en la cadena oficial, y dosificados en las privadas. El gobierno cuenta con un canal de televisión, la Radio Nacional, una agencia de noticias y un grupo de emisoras comunitarias. El poder de fuego de la batería opositora es mucho mayor: Radio Caracas Televisión, Venevisión, Globovisión, Televen, CMT y Meridiano TV, y más del 90 por ciento de los 80 periódicos existentes, una docena de circulación nacional. La pluralidad de algunos programas es casi simbólica en esta guerra a muerte por dos proyectos de nación. Políticos y analistas rivales debaten en Triángulo, de la privada Televen, conducido por Carlos Fernández, y más esporádicamente con Ernesto Villegas, en Venezolana de Televisión.
“Los medios ven un país que yo no veo”, lamenta William Querales, diputado del partido Podemos, moderadamente chavista. “Hay una clase media movilizada, enorme, en todo el país, pero también hay unos sectores pobres movilizados. Hay que buscar un punto de equilibrio, un proyecto nacional donde quepamos todos.” Pero la oposición sostiene que Chávez no cabe en esa convivencia porque la pretende a su antojo, excluyente, y deshace o se adueña de las instituciones del Estado llamadas a ser contrapeso del Ejecutivo.
“Las cadenas hacen bien porque Chávez quiere imponernos un régimen dictatorial. La objetividad ahora es una tontería”, comenta la directora de un sello literario. La primacía de las radios y cadenas tiene efectos hipnóticos entre los televidentes y los propios actores de la contienda, y es consecuencia de la progresiva pérdida de ascendencia de los partidos tradicionales, casi barridos durante las generales del 6 de diciembre de 1998, ganadas por el ex teniente coronel de paracaidistas. Desde hace años, los venezolanos dejaron de acudir a ellos como mediadores y vertebradores, para preferir a los medios de comunicación, arrastrados hacia el ojo del huracán detenido sobre el Orinoco.
Pantallas y páginas disparan a discreción y se transmiten mensajes subliminales de violencia: los unos y los otros se llaman asesinos y ladrones, fascistas y terroristas, y la dolosa imputación de botarates o manipuladores recibe el tratamiento de noticia. La prensa renunció a las normas básicas de su origen, muy inspirado en el norteamericano. Los entrevistadores son litigantes, no curiosos; la mayoría de las crónicas, editoriales o invectivas; los titulares, alegatos, y la comprobación, una quimera. “Cuando un periódico hace huelga es que ha abandonado a la mitad de los lectores, o la otra mitad de Venezuela”, señala Pablo Antillano, destacado analista de medios de comunicación. El académico no cree que la envergadura de la crisis obligue a una adhesión que descalabró los fundamentos de la prensa y la convirtió en una de las vanguardias de la protesta política. “De todas formas, Chávez tiene mucha culpa. Ha sido muy torpe en todo. No sabe gobernar”. La agitación es permanente. “¡Extra, extra, extraaaaaa!”, se vocea en una proclama de Venezolana de Televisión. Con fondo de trompetas, aparece en pantalla la portada de un diario. “Bancos, obligados a abrir”, es el titular. “Claro -refrenda alguien-, el dinero es de la gente.” Las versiones de los choques callejeros y los muertos son siempre divergentes. “Lo que callan las cadenas conspiradoras”, “ésta es la paz de los golpistas”, “fascistas en acción”, son leyendas que acompañan a las filmaciones de gente armada identificada como de la oposición. Los laboratorios de imagen de la oposición tampoco descansan. “Ni un bolívar (moneda nacional) más para la corrupción. A las nueve de la mañana, tomemos nuevamente las calles. Por la paz y la libertad.” Un varonil coro de voces refrenda el toque a rebato: “¡Hoy más que nunca! ¡Un paso al frente! ¡Elecciones, ya!”. El talento creativo de las empresas encargadas de la munición es apreciable. “¿Qué ha hecho Chávez por ti en cuatro años?”, pregunta alguien. La cuenta atrás de un reloj, el tic-tac del fracaso, llega a cero. “No ha hecho mucho, ¿verdad? Bienvenido. Ya formas parte de la mayoría. El descontento popular crece y crece cada día. Vamos a contarnos. Contarnos (elecciones) es la salida.”
El fenómeno de la agresión a los medios, principal imputación contra el gobierno, no proviene directamente del Estado, según Antillano, aunque se inspira en el discurso de Chávez, “que demoniza a los medios, los sataniza, pero no los censura”. No era el caso de los gobiernos anteriores. “El de Lusinchi (ex presidente Jaime Lusinchi, 1984-88), Acción Democrática (AD, socialdemócrata), por ejemplo, no sólo recortaba el papel, sino que te ponía un censor adentro.” Pero el chavismo cree que la prensa privada lo ataca, que entró en batalla y que en el cuerpo a cuerpo siempre hay bajas. “Se ha producido entonces una cosa muy cruel: hay 400 ataques contra periodistas, pero no se puede decir que no haya una democracia”, agrega el analista. “Hay una enorme libertad de expresión, aquí lo que no hay es periodismo. El periodismo está suspendido, está todo militando.”
* De El País de Madrid, especial para Página/12.